Bajo la sombra del COVID-19, el coronavirus que inició su expansión desde el corazón de China continental, miles y miles de personas ven con preocupación su futuro próximo, y el de sus países. Una palabra se ha repetido con mucha frecuencia en estos días: cuarentena. Ya se trate de ciudades enteras, como Wuhan, o de los pasajeros de un crucero, como el Diamond Princess, el COVID-19 ha levantado muros de protección–y a veces de rotundo miedo, como en Ucrania–entre unos seres humanos y otros.
Al momento de escribir estas líneas es grande la incertidumbre con respecto a numerosos centros de manufactura, dinámicas comerciales, industria del turismo, y muchos más aspectos de la vida cotidiana de millones de personas. Lo único que parece seguro, a falta de un tratamiento probado o una vacuna eficaz, es la palabra cuarentena: separación, precaución, incluso aislamiento.
Este es el contexto global en que los católicos iniciaremos nuestra cuaresma, de aquí a pocos días. Por supuesto, la cuarentena y la cuaresma tienen una misma raíz etimológica, y es inevitable buscar algún punto de contacto entre estas dos realidades sociales.
De algún modo la cuaresma quiere hacernos conscientes de realidades espirituales que repiten, en el plano espiritual, lo que las epidemias hacen en el plano de la salud física. Nuestros vicios son nuestros “virus,” que claramente quieren llevarnos a la muerte eterna. El “contagio” espiritual es constante, en la medida en que nuestros pecados siempre afectan y en ocasiones arrastran a nuestros prójimos. La “pandemia” que la humanidad padece está bien declarada en la herencia universal de las consecuencias del pecado original.
La diferencia está en que la cuaresma nos ofrece mucho más que una cuarentena. Los remedios están a la mano, y ese “hospital de campaña” que es la Iglesia, los ofrece con particular abundancia durante este tiempo santo: oración, ayuno y limosna. El recurso frecuente a la confesión puede sacarnos de “cuidados intensivos” y una dieta saludable de pan eucarístico restablecerá nuestras fuerzas. Así sea.
Y mientras estas reflexiones hacemos, seguimos orando por las víctimas y los afectados del COVID-19, así como por tantos hermanos nuestros que sufren en su cuerpo o en su alma.
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