Este será, probablemente, un Triduo Pascual completamente singular en la vida de todos, pero de modo especial de los sacerdotes.
Sin Misa Crismal en la Catedral, sin confesiones en abundancia, sin celebraciones con multiplicación de monaguillos y ministros, sin ensayos de coros y salmistas, sin micrófonos y equipos de sonido que fallen a propósito, sin noches heroicas y via crucis vivientes y sin tantas otras cosas más…
Un Jueves Santo singular, donde -aparentemente- casi todo lo que “llenaba” las jornadas previas a la Pascua ahora no estará.
Y si bien cada uno de nosotros ha ido encontrando el modo de dar sentido y finalidad a las horas del día en cuarentena, y por más que las redes sociales y otros medios de comunicación nos ayudan a estar en contacto, nada iguala la experiencia sublima de lavar los pies a tu comunidad, o conmoverte al ver con qué amor besan la cruz, o recibir algún que otro hijo pródigo en un demorada y contrita confesión. O la experiencia sublime de ingresar en una iglesia a oscuras con el cirio encendido y multitud de velitas moviéndose sigilosas en la noche, antes de que el Exultet resuene con fuerza. No, nada iguala eso.
Pero no me quejo, no, de ninguna manera. También hoy quiero decir: “Gracias, Señor. FIAT”
Porque en realidad, ninguna de las experiencias que describí someramente -aún en su belleza e intensidad- se acerca al Misterio inaudito que SÍ podremos vivir este año los sacerdotes, cada sacerdote: repetir una vez más las palabras de la Institución, con el realismo de la noche del Jueves: “HOY, la víspera de su pasión, tomó el pan en sus santas y venerables manos”
Y HOY escuchar, nuevamente, las palabras que el Maestro dice, con fuerza creadora: “HAGAN ESTO EN MEMORIA MÍA".
En ese instante de la consagración seguimos siendo plenamente sacerdotes. Hostias con Jesús, como nos recordaba el Arzobispo esta mañana.
Y en ese instante, mis queridos hermanos, como siempre, pero especialmente esta vez, los presentaremos al Señor.
Elevaremos la patena en las ofrendas y en la Elevación y en ella entregaremos al Padre también sus vidas, la de los ancianos y niños, la de los sanos y enfermos, la de los fervorosos y los alejados.
Allí, mañana y el sábado por la noche, y el domingo, seremos puente, mediadores, sacerdotes.
Este Jueves Santo, recen por nosotros, tan indignos y tan privilegiados.
Pidan a María que seamos fieles.
Y que estemos a la altura de lo que la Providencia pueda pedirnos en este tiempo, incluso -y sobre todo- si somos invitados a dar la vida.
P. Leandro Bonnin.
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