Lo cortesano nos puede. Es verdad que en la teoría todos somos libres, que a nadie nos importa el qué dirán y que aquí todo quisqui se manifiesta con entera libertad. En la Iglesia, sí. En nuestra Iglesia de hoy. Pero es la teoría.
Hace poco me decía un alto cargo eclesial, de cuya diócesis no quiero acordarme, que en este momento lo que más necesita la Iglesia son voces libres, gente que pueda decir lo que libremente siente y piensa en conciencia, o mejor, que pueda hacerlo y lo haga. Y, además, en todas las direcciones.
He titulado este post como “inquebrantable adhesión”, en palabras que nos recuerdan pasados tiempos de la política, aunque igual podría haber dicho peloteo, que es algo que no cambia.
En esta nuestra Santa Madre Iglesia se da el peloteo y el ponerse de perfil con una fuerza inusitada.
Hay pelotas sin pudor. Expertos en sonreír, pasar la mano por el lomo, aplaudir cualquier ocurrencia del obispo o superior oportuno, apoyar con su palabra y presencia cualquier ocurrencia. Entiendo que son gente cómoda, ya que proporcionan en cualquier circunstancia un supuesto apoyo. Solo supuesto, porque el pelota sin pudor, además de pelota, tiene un armario con varias chaquetas que se coloca dependiendo del momento y que van desde la sotana a la camisa de cuadros.
Los hay de doble dirección. Son los que desean estar a buenas con todos y que suelen acabar descubiertos por cualquier persona con un mínimo de inteligencia y sentido común. Son pelotas con el obispo a la vez que luego, en otros círculos, manifiestan eso de que la situación es insostenible, que todo un desastre. Pelotas de doble dirección. Con el superior, rastreros, con los iguales, críticos. No cuela.
Entiendo que es tentador rodearse de pelotas. Tentador para obispos y señores curas párrocos, porque a todos nos gusta que nos digan “cuánto vale usted, D. Fulano”.
También hay gente que, jugándose el tipo, es decir, arriesgándose a una mala palabra o más, es capaz de decir exactamente lo que piensa, que también hay que saber hacerlo, y no es fácil.
Hoy es fácil llevar la contraria “por la izquierda”, o “por lo progre”. Decir a un obispo o al mismo papa que se están quedando cortos con las reformas y que hay que ir mucho más adelante, es una discrepancia aceptada, tolerada y aplaudida. Llevar la contraria “por lo tradicional” es mucho más arriesgado. No creo que tenga que explicarlo. Pero hay que hacerlo.
Publicar un comentario