Ya ven que estoy de vuelta. Más tranquilo después de unos días de vacaciones, pero también motivado por tantos lectores que me piden continuar con el blog.
Escribo hoy muy contento al constatar que sigo siendo parte del clero español más joven. Según datos de la conferencia episcopal, la edad media de los sacerdotes españoles está en los sesenta y cinco años y medio. Por poco, pero sigo estando en el grupo por debajo de la media.
Esta es la media. Pero, claro, sería interesante conocer datos más concretos, porque mientras en la diócesis de San Sebastián la media se va a los 74 años, 73 en Solsona o 72 en Gerona, Toledo no llega a los 54 y Córdoba está en los 57. Interesante. Tampoco estaría mal conocer la media de edad de las Carmelitas de Santa Joaquina de Vedruna, los Hermanos de la Salle, las clarisas de Belorado o Iesu Communio.
Vistos los datos, tocaría preguntarse las razones de estas diferencias de media en la edad. Qué se hace diferente en Toledo o San Sebastián para que en una diócesis abunden las vocaciones y en otra padezcan una pertinaz sequía. Motivos habrá, digo yo, para que en Gerona sufran una trágica escasez de curas mientras Toledo o Córdoba se defienden con una cierta dignidad.
Vayamos a la vida religiosa. Vedrunas, la Salle, Jesuitas… apenas tienen relevo. Iesu Communio sigue recibiendo postulantes. Las Hijas de Santa María del Corazón de Jesús, las religiosas “café con leche” de Galapagar, también. Pues ahí tenemos por dónde comenzar.
Miremos cosas como vida común, vida de oración, vida sacramental, tipo de formación, qué estudian, qué reflexionan, cuáles son sus fuentes de espiritualidad, cómo entienden la pastoral. Posiblemente, es una hipótesis, los de Toledo y Córdoba lo mismo rezan, estudian y reciben una formación fidelísima a la doctrina de la Iglesia, es decir, que son carcas. Incluso son capaces de vestir mayoritariamente traje eclesiástico. Ni decir de las religiosas que más vocaciones tienen. Otras carcas que van con hábito, cuidan la liturgia, rezan y se niegan a admitir experimentos formativos eclesiales.
Es lo que hay. Si queremos vocaciones, si de verdad nos preocupa la Iglesia, hay que pedir la receta al seminario de Toledo, al de Córdoba, a las de Iesu Communio o a las religiosas de Galapagar. Pero no. Antes muertos que carcas.
Sé que esto es complejo. Y entiendo que, tras cincuenta años de estéril progresía, que después de llevar riéndonos de los carcas de Toledo otros tantos, y de abominar de todo lo que sonara a “oficialidad” y carcundia, que después de llevar cantando cuarenta o cincuenta años eso tan bonito de “saber que vendrás” y “paz Señor en el cielo y la tierra”, celebrar una liturgia alternativa con globos y muchas palmas y declarar abolido el sexto mandamiento, resulta inexplicable que no venga nadie. Lo normal sería decir que nos hemos equivocado. Pero entiendo que es duro. Quizá por eso muchos han optado por un viejísimo “sostenella y no enmendalla” hasta el día del responso final. Incluso echan las culpas a Dios, porque no entienden que siendo gente tan guay, tan actualizada, tan solidaria y ecológica, el Señor haya decidido enviar las vocaciones a los carcas.
Antes muertos. Ante la muerte de la congregación, el seminario o la diócesis que reconocer que hemos metido la pata hasta el solideo. Toca ser humildes. No pasa nada. Tocar el timbre de algunos seminarios. Por ejemplo, Toledo o Córdoba, incluso aún Madrid, y preguntar qué hacen, por copiar el método en vida pastoral, catequesis y formación en el propio seminario. También llamar al de Solsona o Gerona para hacer justo lo contrario. Idem para la vida religiosa.
Si nos atrevemos.
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