Punto 1º
Desde ayer noche, me molesta un seno paranasal. Me hice un lavado nasal antes de acostarme. Al levantarme, ha sido peor. No solo me he dado un largo y abundante nasal con agua caliente, sino que he estado, un rato, haciendo vahos nasales. También me he tomado un ibuprofeno para que se desinflamara la abertura.
La verdad es que si una intervención quirúrgica solucionara este problema me sometería gustosísimo a ella. Pero, me parece, que los médicos no se animarán hasta que las cosas se pongan peor. ¿No tendré algún lector otorrino?
Punto 2º
A base de administrar tantas unciones a los enfermos, os puedo asegurar que se ha desarrollado en mí un gusto por ayudar a los hijos de Dios que están a punto de entrar en la presencia del Altísimo.
He meditado mucho acerca de este misterio de Jesucristo que es el 7º sacramento. Y, en esos momentos, me hago muy consciente del poder de la gracia que es derramada en esa persona postrada en el lecho.
Cuando, durante el Concilio Vaticano II, se animó a llamar a este sacramento “unción de los enfermos”, el cambio me pareció bien. Se quería evitar la impresión que daba el nombre, como si conllevara el estar seguido por la muerte. Pero ahora veo que el nombre de “extrema unción” es muy adecuado y no carece de ciertas ventajas sobre la otra expresión. Las razones las explico en mi libro La magna unción final.
Punto 3º
Siempre me gusta que me deis sugerencias para las predicaciones. Un buen amigo mío me ha sugerido este precioso versículo que no me resisto a ponerlo ya aquí antes de predicar sobre él, son unas líneas preciosas, Malaquías 3, 10:
Llevad el diezmo íntegro a la casa del tesoro, para que haya alimento en mi Casa; y ponedme así a prueba, dice Yahveh Sebaot, a ver si no os abro las ventanas del cielo y derramo sobre vosotros una bendición rebosante.
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