En este 1 de enero del año del Señor de 2019, puedo decir con toda sinceridad que lo que más le agradezco a Dios es mi sacerdocio. Nada me produce mayor gozo que celebrar la misa. Por supuesto que realizo más trabajos como presbítero que la celebración de la eucaristía: me siento en el confesonario, escucho a la gente que viene a hablar conmigo, administro muchas unciones de los enfermos, et caetera res. Pero nada, absolutamente nada, me resulta más gozoso que celebrar el augusto sacrificio. Mi vida solo la veo dedicada al sacerdocio. No siento ni la más mínima atracción por otras formas de vida.
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