Grito y súplica de la Iglesia: "¡Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la tierra!"
El don del Señor resucitado es su Espíritu Santo, que va a continuar y prolongar la misma salvación y obra de Cristo en los corazones de los fieles.
Envía el Espíritu Santo para que sea el otro Paráclito, es decir, el Abogado, el Intercesor, el Consolador: las mismas funciones de Cristo ya que tomará de lo de Cristo para comunicarlo constantemente a la Iglesia.
¿Por qué es llamado así?
"El Espíritu Santo se llama Paráclito porque es Consolador, pues en latín paraclesis se traduce por consolatio [consolación]. Y en verdad que, cuando distribuye la gracia de los sacramentos, procura consuelo al alma. Tengo por cierto que experimenta gran alegría quien aprende alguna verdad cuando se la revela el Espíritu de Dios" (S. Isidoro, Sentencias, I, 15,4).
El Espíritu, por venir siempre en ayuda de nuestra debilidad, es invocado en toda situación por el bautizado y así, en las tentaciones y luchas, el Espíritu robustece y asiste para tener consuelo y salir victorioso.
"Cuando uno ora, invoca la asistencia del Espíritu Santo. Mas tan pronto como él llega, al punto se desvanecen las tentaciones de los demonios que asaltan el alma humana al no poder soportar la presencia de Aquel" (S. Isidoro, Sentencias, III, 7, 3).
Habremos de considerar muchas veces la gracia del Espíritu Santo como un don real que sostiene la vida creyente, teologal.
"Tal es la gracia del Espíritu: si halla abatimiento, lo disipa; si encuentra malos deseos, los consume; si halla temor, lo desecha y no permite que hombre alguno participe en lo sucesivo de éste, sino que, como transportado al cielo, hace que contemple todas las cosas de allí" (S. Juan Crisóstomo, In Io., hom. 75,5).
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