“Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar; “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí” Muchos la regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego, diciéndole: “Animo, levántate que te llama”. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. “Anda, tu fe te ha salvado”. (Mc 10,46-52)
Un ciego acostumbrado a no ver.
Un ciego resignado a no ver.
Hasta que Jesús pasa a su lado.
Es que, cuando Jesús pasa a nuestro lado nunca nos deja donde estábamos.
Es que, cuando Jesús pasa a nuestro lado nunca nos deja como estábamos.
Es que, cuando Jesús pasa a nuestro lado:
El corazón se despierta.
El alma se pone en vilo.
La vida reverdece.
Jesús nunca pasa inútilmente al lado de nadie.
Cuando Jesús pasa a nuestro lado despierta el silencio del corazón.
Cuando Jesús pasa a nuestro lado, nos hace tirar el mando de la costumbre que nos arropa.
Cuando Jesús pasa a nuestro lado, nos hace despertar de nuestra resignación.
Jesús está sencillamente de camino.
Pero es suficiente para que nuestras vidas se estremezcan.
Jesús está pasando por el camino.
Pero despierta a los que están sentados y resignados a la vera del camino.
Y entonces:
Uno toma conciencia de su ceguera.
Uno toma conciencia de su resignación.
Uno toma conciencia de aceptarse como es.
Y el silencio se hace grito.
Y el silencio se hace ruego.
Y el silencio se hace deseo de cambiar.
Claro que el grito de los ciegos nos molesta.
Porque nosotros nos sentimos tranquilos viendo.
Claro que el grito de los pobres nos molesta.
Porque nosotros no sentimos satisfechos con lo que tenemos.
Claro que el grito de los necesitamos molesta.
Porque nosotros podemos caminar tranquilos.
Claro que el grito de los que no pueden hacer nada nos molesta.
El grito de los marginados:
Molesta la tranquilidad de los que lo tienen todo.
Molesta la tranquilidad de los que no necesitan nada.
Molesta la tranquilidad de los que estamos bien.
Y por eso nuestra carencia de necesidad manda callar a los que no tienen nada.
“Muchos le regañaban para que se callara”.
El grito de los pobres perturba el orden social.
El grito de los necesitados perturba la paz social.
Pero es entonces que siempre hay alguien que escucha nuestros gritos.
Y ese es Jesús:
Escucha el grito del ciego.
No la queja de los que se sienten molestos.
Y es Jesús quien ordena que la llamen.
Y es Jesús quien se interesa por su ceguera.
Y es Jesús quien se interesa por su condición de marginación.
Pero Jesús no es de los que se tranquiliza con palabras de consuelo.
Jesús es de los que se complica y compromete con nuestros gritos.
Jesús no es de los que pasa indiferente junto al dolor humano.
Jesús no es de los que pasa indiferente ante cuantos no vemos a Dios.
Jesús no es de los que pasa indiferente ante cuantos no vemos al hermano.
Jesús no es de los que pasa indiferente ante cuantos no vemos el sufrimiento del hermano.
Jesús es de los que nunca deja al hombre como lo encontró.
Jesús es de los que nunca deja al hombre en su abandono.
Jesús es de los que dice: “Anda, tu fe te ha curado”.
Señor: no pases de largo hoy a mi lado, porque también yo necesito ver.
Señor: escucha mis gritos de necesitado y no el de los que se sienten molestos por ellos.
Señor: quiero que también hoy me hagas sentir: “Anda, tu fe te ha salvado”.
Clemente Sobrado C. P.
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