Me ha tocado las narices el desalojo de la catedral de Granada este pasado viernes santo. Estamos de acuerdo en la existencia de una situación sanitaria límite que requiere la colaboración de todos. El Boletín oficial del estado publicó en su momento la declaración del estado de alarma y las normas de este. Entre otras, las relativas a los actos de culto: “La asistencia a los lugares de culto y a las ceremonias civiles y religiosas, incluidas las fúnebres, se condicionan a la adopción de medidas organizativas consistentes en evitar aglomeraciones de personas, en función de las dimensiones y características de los lugares, de tal manera que se garantice a los asistentes la posibilidad de respetar la distancia entre ellos de, al menos, un metro”.
Algunas diócesis, pocas, pero algunas, han optado por seguir literalmente este decreto y permiten las celebraciones litúrgicas garantizando esas medidas básicas de control que eviten, en lo posible, contagios por coronavirus. Otras, la inmensa mayoría, viendo en la práctica la casi imposibilidad de hacer guardar esos mínimos, optaron por suspender toda actividad cultual y pedir a los sacerdotes la celebración en privado. En Madrid, por ejemplo, estamos celebrando a puerta cerrada, aunque muchos templos permanecen abiertos para la oración individual.
Dos casos. Un templo parroquial en Madrid. Abierto sin más. La policía municipal exige su cierre inmediato, como así se hizo.
Lo de Granada es de traca. Celebración de viernes santo, catedral, preside el arzobispo. Apenas veinte personas distribuidas por la catedral. Y ahí se presenta la policía, interrumpe la ceremonia en mitad de la homilía… y da orden de desalojo.
Parece que el hecho de que alguna persona entre a rezar en una iglesia madrileña es algo de sumo peligro para la sanidad de todos los ciudadanos. Veinte personas, o treinta, que no eran más, repartidas por la catedral de Granada, con más setecientos metros cuadrados de superficie, evidentemente son una emergencia sanitaria de primer orden.
Lo curioso de todo esto es que en cualquier tertulia de la más pestilente televisión se pueden reunir seis u ocho tertulianos, cámaras, técnicos, realizadores y demás personal en un plató que no creo llegue a los cien metros y eso, por lo visto, es sanísimo. Es simplemente un detalle, pero detalle que deja de manifiesto que aquí los míos, es decir, los pro gobierno, los Ferreras y demás patulea, tienen derecho a hacer lo que quieren, saltarse lo que les da la gana y carcajearse de todos los demás. Eso sí, insolidarios los obispos que se atreven a celebrar el viernes santo con veinte personas en una catedral enorme.
Desde hace tiempo vengo diciendo que nos tienen cogida la sobaquera. Ya saben nuestros políticos, tertulianos, presentadorzuelos apesebrados por el poder, que la Iglesia es un punching-ball que encaja cualquier cosa. El arzobispo de Granada protestó un poquito. Otro poquito Cañizares y ya, que sepamos. Me dicen, me cuentan, que algún obispo, evidentemente en muy petit comité, afeó lo de Granada, así como que en Alcalá de Henares, con todas las precauciones, eso sí, se haya celebrado la semana santa en cada parroquia. No lo entiendo. Ya ven. Cosas mías.
No sé qué problema sanitario hubiera supuesto la presencia de veinte o veinticinco personas en Gascones o La Serna, o cincuenta en Braojos, que tenemos iglesias amplias, pero bueno, si el obispo piensa que es más prudente hacerlo sin pueblo, así lo he hecho, sin más pueblo que el conectado on line. Mientras, en cualquier plató, se pueden reunir veinte o treinta personas para cantar las alabanzas al gobierno y rugir contra la Iglesia y los ultraconservadores.
Esto se llama directamente tomadura de pelo y mearse en la boca del personal. Encima querrán que nos sepa a champán francés. Parte del problema es nuestro por abrir la boca.
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