Hablando, en una ocasión, con otro sacerdote pude constatar una impresión compartida. Todos los días los sacerdotes católicos rezamos y leemos el “Oficio de Lectura”, cuyo centro radica en un texto bíblico al que sigue otro texto patrístico, espiritual o magisterial. Mi interlocutor me decía que, a veces, el texto estaba tan bien escrito que le hacía avivar su atención hacia lo leído. A mí me ha pasado lo mismo.
Muchas veces, ese texto que reclama atención, que se niega a ser leído como de pasada, tiene como autor a San Agustín, a la vez un retórico, un clásico de las letras y del discurso persuasivo, y un profundo pensador.
Explicando, San Agustín, que el deseo del corazón tiende hacia Dios nos dice: “Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves todavía, mas por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegue el momento de la visión. Supón que quieres llenar una bolsa, y que conoces la abundancia de lo que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el saco, el odre o lo que sea; sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y ves que la bolsa es estrecha, y por esto ensanchas la boca de la bolsa para aumentar su capacidad. Así Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones”.
Es muy difícil escapar a la sugestión de esas palabras que suscitan a la vez la actividad de la imaginación y del entendimiento, que recurren a la imagen y a la analogía. Que son palabras espirituales y materiales. Simbólicamente materiales. Como los sacramentos. El Papa dice en “Querida Amazonia” que los sacramentos “son una plenificación de lo creado, donde la naturaleza es elevada para que sea lugar e instrumento de la gracia, para ‘abrazar el mundo en un nivel distinto’”.
En el mundo pagano, Platón poseía ese arte de lo simbólico, de la alianza entre literatura y pensamiento, entre fondo y forma. Y, tras Platón, ya en el universo cristiano, Pascal y Newman. O el mismo Cristo con su Sermón de la Montaña y con sus parábolas. Forma y fondo. Belleza y verdad.
Guardini y Moeller han reflexionado sobre esta alianza. Pero la relación, la frontera, entre belleza y verdad no es lineal. El nexo entre revelación y literatura está sometido, como el lazo entre revelación y belleza, a la crítica de la Cruz, al discernimiento entre verdad y relato, entre apariencia y ser. Sobre este asunto ha escrito con profundidad el profesor José Miguel Odero.
Sea como sean las cosas, en el nivel más hondo de la ontología, las palabras tienen un valor pragmático. La lectura nos transforma. Nos empuja a la acción y, por ende, al cambio.
La exhortación apostólica de Francisco, “Querida Amazonia”, es un texto muy bien escrito. No hay que hacer esfuerzo a la hora de leerla. Sigue un ritmo lógico, retórico y poético. A pesar de ello, en algún punto, como en el 84, se echa de menos una explicación más detallada.
Ello no es óbice para reconocer la maestría de un escrito que puede atraer la atención de muchas personas y, en general, ayudar a los potenciales lectores a elevarse hacia la verdad, el bien y la belleza.
Guillermo Juan Morado.
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