Pues resulta que todo un señor obispo francés, monseñor Xavier Malle, obispo de la diócesis de Gap y Embrun, ante la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas en su diócesis, no ha tenido mejor ocurrencia que saltar en paracaídas como gesto que anime a los jóvenes a acudir a los seminarios o a los conventos. A mí esto me parece simplemente una chorradita.
La cosa es mucho más simple. Uno se hace una lista con los seminarios y noviciados con más vocaciones y pregunta qué está pasando y qué andan haciendo. Me apuesto unas yemas de Santa Teresa a que no encuentra a un solo obispo, formador, madre superiora pegando saltitos en paracaídas.
No me imagino yo al bueno de D. Marcelo en esas historias, ni a sor Verónica lanzada en paracaídas con hábito vaquero y todo. No me parece que las hermanas “café con leche” de Galapagar se dediquen a esas cosas ni que ese sea su gancho para atraer a las jóvenes. Por eso digo que me parece una bobada, pero sin mayor importancia.
El problema es que se hace muy duro reconocer la verdad de las cosas. Y la verdad es que los pocos sitios que siguen conservando y atrayendo jóvenes manejan las mismas cartas: formación seria y tradicional, vida espiritual intensa, exigencia fuerte de entrega total y disponibilidad absoluta ante Dios.
También funcionan otras cosas. Por ejemplo, y siempre, la adoración eucarística, clave en el espectacular aumento de vocaciones de, por ejemplo, la diócesis francesa de Fréjus-Toulon. Me contaban de un obispo que, ante la falta de vocaciones en su diócesis, y no sabiendo qué hacer, decidió pasar dos noches por semana en oración en su capilla privada pidiendo esta gracia. Llegaron vocaciones para la diócesis y para repartir.
Comprendo que tiene que ser duro reconocer, después de tantos años, que los planes del compartir, la jornada, la salida, las misas de kumbayá y la liturgia alternativa, unidos a la desaparición del pecado, la abolición del sexto mandamiento y todo vale y sé feliz, han dado resultados del todo descriptibles. Y tiene que ser no digo duro, durísimo, agachar la cabeza y marchar a preguntar en Toledo, en Córdoba, en Galapagar o La Aguilera cuál es su secreto, que no tiene nada de secreto por otra parte.
Lo que pasa es que, tras años y años de experimentos, cuando uno lleva toda su vida en la dinámica del catolicismo alternativo, no es fácil bajarse del burro, vestirse de saco y ceniza y pedir perdón.
Por otro lado, vivimos en la Iglesia del lío, lo asombroso, lo novedoso, maravilloso, pasmoso, asombroso, prodigioso y portentoso y no digo milagroso porque nosotros, los modelnos, no creemos en esas cosas. Y claro, en una Iglesia así, de vez en cuando hay que hacer algo. ¿Qué podemos hacer?
Aquí se abre la cosa de la originalidad, que no se trata de ponerse a rezar como siempre, que, a lo mejor, por otra parte, viene a ser lo más original. Se trata de conseguir las más novedosas y epatantes novedades. Pues nada, lo del paracaídas, que, curiosamente, ya había utilizado su antecesor para promover una de las JMJ, con tal éxito, que este, otra vez, por los aires.
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