Los temas de conciencia son arduos, difíciles, intrincados, sobre todo cuando se trata no de dar una receta de manual, sino de pensar los actos a la luz de los principios morales.
Redactamos aquí estas líneas a raíz de varias consultas que, desde hace meses, hemos venido recibiendo a raíz de las próximas elecciones presidenciales argentinas, sabiendo de antemano, que no todo el mundo quedará contento con ellas pero no encontrando mejor modo de cumplir nuestro deber de iluminar.
Y todo, salvo mejor opinión.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
* * *
Elecciones. ¿Es pecado votar?
¿es pecado votar por un candidato pro-aborto?
Javier Olivera Ravasi, SE
29 de Julio de 2019
Introducción
El tema que nos toca se encuentra enmarcado dentro del campo de la participación política, que es el ámbito de la moral, es decir, de los actos humanos que, por ende, deben estar regulados por la virtud de la prudencia, y puntualmente, de la prudencia política. No nos encontramos en el ámbito de la enseñanza de la virtud teologal de la Fe o de la santidad de los candidatos, o de un proceso de canonización electoral.
A raíz de varias consultas y ante las próximas elecciones presidenciales en nuestro país (escribimos en Argentina, en Julio de 2019) intentaremos repasar las causas o fuentes de la moralidad para, luego, sacar algunas conclusiones.
Tres elementos son los que concurren en toda acción humana: el objeto moral (lo que se hace), el fin (para qué se hace) y las circunstancias (lo que rodea al acto). Por tal motivo, sólo la acción en la cual concurran la bondad del fin, del objeto (o al menos su indiferencia) y de las circunstancias, podrá ser plenamente buena.
1) El objeto moral: votar y votar a candidatos malos. ¿Se puede o no?
Es importante recordar que, en moral, el objeto no es una cosa, sino una acción. En el caso que nos ocupa, el objeto es el “votar”. Y ante esto cabe preguntarse dos cosas: en primer lugar, “¿es malo votar?” y, en el caso que no lo sea, “¿qué se vota en cada caso?”.
a) ¿Es pecado votar?
Per se, es decir, de suyo, parece que no es malo votar; se lo hace muchas veces en la vida diaria, entre amigos, para elegir qué película ver, entre los hijos, para discutir a dónde
se irá uno de vacaciones, incluso hasta entre los cardenales al nombrar un nuevo Papa. Es decir: no parece ser malo,
per se, el votar. Se nos podrá decir que, hacerlo en un “sistema democrático”, ante la ideología nefasta con que el liberalismo lo ha inficionado (vía “partidocracia”), lo sería; pues entendemos que, mientras no se adhiera a los principios ideológicos de la “soberanía popular”, de la “igualdad intrínseca” de los hombres, etc., etc., sería lícito votar dejando de lado –lo repetimos– el “democratismo” -como lo llamaba el Padre Meinvielle.
Votar no implica entonces y per se, adherir a ese nuevo dogma del sufragio universal ni cooperar con el sistema. De hecho, la inmensa mayoría de los que votan ni siquiera sabe qué quiere decir eso de la “soberanía popular” o el sufragio universal y, al hacerlo, simplemente cumplen con un trámite o “consumen” un producto como podría hacerlo quien bebe Coca Cola o usa cierto sistema operativo informático, sin por ello estar de acuerdo con las políticas anti-natalicias y degeneradas que promueven sus dueños. Nadie entendería que, por usar una cuenta bancaria se haría partícipe –y por ende culpable– del sistema financiero usurario…
Algo análogo –creemos– sucede con el sistema democrático. Es, si no un accionar bueno, al menos indiferente.
b) ¿Qué se vota?
La acción, es decir, el objeto moral que se realiza, en este caso, es un objeto complejo constituido por muchos intereses. Hay en juego personas, plataformas, promesas, etc. El contenido de la acción es un “votar algo”, en este caso, un partido que dice plantear soluciones a la política nacional en vistas del bien común. Un partido con cosas buenas y malas con gente virtuosa y pecadora.
¿Pero qué pasaría si sólo existiesen candidatos que, claramente estuviesen, al menos en unos puntos importantes, en clara disonancia con la doctrina cristiana y la recta razón? ¿Qué debería hacer un católico? ¿Sería lícito votarlos? ¿Sería cooperar con un mal el hecho de elegir a algún candidato claramente contrario a la recta razón y a la moral cristiana? Claramente, como lo han dicho ya algunos de nuestros obispos[1] -incluso sin ser de la misma “línea pastoral”-, no se puede cooperar positivamente con quienes, de un modo claro y abierto se han declarado en favor de políticas contrarias a la recta razón y a la Fe católica. Es el caso del binomio Macri/Fernández que han dado en sus plataformas electorales, signos claros, inequívocos y directos de estar a favor de la política anti-natalicia, máxime habiendo opciones que –con sus falencias, claro está- proponen lo contrario.
Volveremos sobre el tema.
2) El fin
La segunda fuente de la moralidad es el fin, es decir, aquello a lo que se ordena todo el acto voluntario, el objeto no ya de la elección sino de la intención (por ejemplo, el que decide calumniar al prójimo -objeto moral- para que pierda su puesto de trabajo - fin moral).
¿Para qué se vota? ¿Qué lo lleva a uno a votar? Vale tener en cuenta que, en cuanto al fin moral, no hay fines indiferentes: el fin moral o es bueno o es malo porque los fines son siempre concretos, rodeados de circunstancias que los determinan. El fin será bueno cuando sea conveniente con la recta razón y la ley eterna, y malo si choca con ellas.
Claramente, si el fin es malo, no hay nada más que pensar, a saber, si alguien votase a un candidato para que siguiese persiguiendo a los cristianos o profundizando las políticas “de género” o para que implantase el aborto legal, el mismo fin del acto moral estaría viciado y, hablando sin vueltas, nos encontraríamos ante una situación objetiva de pecado.
Pero si uno votase para intentar mejorar el estado de postración en el que se encuentra su país o a fin de que el candidato que venga, en cierto aspecto, sea mejor que el otro, el fin sería bueno, no malo. Sin embargo, el fin no es todo…
3) Las circunstancias
Las circunstancias son las condiciones accidentales que acompañan todo acto humano (el lugar en que se realiza una acción, el momento, la condición del actor, etc.) que pueden, por sí mismas, llegar a modificar la moralidad del acto humano (no es lo mismo el matar a un delincuente en defensa propia que asesinar a un vecino porque escucha la música demasiado alto: en ambos casos hay una muerte, pero las circunstancias cambian su especie).
El votar en las circunstancias actuales del país, ¿lo llevaría, de por sí, a pecar a quien lo hiciese? Al parecer, dado el estado actual de desmoronamiento de las instituciones, no parecería que las circunstancias cambiasen el acto.
4) ¿Se peca siempre al votar a un candidato pro-aborto?
Los moralistas llaman cooperación al concurso físico o moral a la obra de otro. En el caso de que la obra de otro sea mala, la cooperación es, claramente, al mal. Pongamos un ejemplo: el enfermero que, estando de acuerdo con practicar un aborto y sin hacerlo él mismo, acerca los instrumentos quirúrgicos; o el que entra a un banco para asaltarlo pero se queda fuera alertando a los delincuentes de la llegada de la policía.
En ambos casos hay un mal efectivo, real, concreto con el que no se puede cooperar sin cometer pecado. Es el caso, llamado por los moralistas, de la cooperación formal subjetiva, a saber, el hecho de concurrir al acto pecaminoso de otro compartiendo su intención. Pero no es todo. Los autores también hablan de otra manera de cooperar formalmente: la cooperación formal objetiva.
Hay cooperación formal objetiva cuando se concurre al acto pecaminoso de otro sin compartir su intención pero con un acto que no sólo ayuda sino que no podría darse en un contexto bueno o indiferente. Se trata de un acto intrínsecamente malo como, por ejemplo, el farmacéutico que vende medicamentos abortivos sin compartir las intenciones del cliente y sólo para conservar su trabajo; o, de nuevo, el enfermero que no está de acuerdo con el aborto pero que facilita al médico los elementos quirúrgicos. Siempre es ilícita, porque no podría afirmarse que su prestación al pecado es sólo accidental ya que la acción que realiza no puede terminar sino en el pecado del otro. También en este caso, el votar por un candidato claramente favorable al aborto sería siempre ilícito, aun cuando éste fuese “menos malo” y no se compartiesen sus intenciones pecaminosas.
En el caso de las votaciones de los candidatos pro-abortistas, la Iglesia ha sido más que clara al respecto en el reciente magisterio pontificio de Juan Pablo II al declarar que:
“Nunca es lícito cooperar formalmente en el mal. Esta cooperación se produce cuando la acción realizada, o por su misma naturaleza o por la configuración que asume en un contexto concreto, se califica como colaboración directa en un acto contra la vida humana inocente o como participación en la intención inmoral del agente principal” (Evangelium Vitae, 74)[2].
Se condena aquí la postura tanto de quien estuviese de acuerdo con la acción mala como de quien, sin estarlo, cooperase para que se realizara. En ambos supuestos nunca podría votarse por un candidato pro-aborto.
Por último, existe también una cooperación material que consiste en concurrir a la obra mala de otro sin compartir su intención y con un acto que, de suyo, podría encontrarse en un contexto bueno o indiferente (ej: quien vende alcohol sabiendo que hay personas que harán mal uso del mismo); ante esto, bastará con que, el actor, moralmente, ponga los medios para entender que no se abusará de su buen accionar.
Para que esta cooperación sea lícita se requiere que:
a) La acción del cooperante sea, por su objeto moral e independientemente de las intenciones del agente, buena o indiferente.
b) El que obra debe querer únicamente el efecto bueno que se sigue de su acción y rechazar el malo.
c) El efecto bueno que pretende quien realiza la acción no debe ser consecuencia del malo (no se puede nunca hacer el mal para que venga un bien).
d) Debe existir una causa proporcionalmente grave al daño que se seguirá de la cooperación material al mal.
Si bien en el planteo electoral alguno podría hacer un malabarismo mental para sortear los tres primeros requisitos, nunca podrá, en las actuales circunstancias y habiendo aún candidatos que se han pronunciado claramente contra políticas las anti-natalicias, sortear el cuarto: la causa proporcionalmente grave.
En el caso de las actuales elecciones, claramente, de llegar al poder algunas de las posturas pro-aborto, pro-ideología de género, etc., seguirán profundizando el mal que ya se viene produciendo, por lo que tampoco cabría la posibilidad de escudarse ante una cooperación material excusante.
5) ¿Qué hacer ante dos malos candidatos y un ballotage?
Como hemos visto, en todos los casos anteriores, nos encontramos frente a males futuros, a males que pueden llegar a ocurrir aunque con altísima probabilidad fáctica. Y ante éstos, siempre es ilícito darles nuestro apoyo como católicos (no se puede votar positivamente, máxime, existiendo otras opciones, por alguien que abiertamente se plantea con discursos contrarios a la Fe o a la recta razón).
¿Qué pasaría entonces si uno se encontrase frente a males reales, es decir, actuales? ¿qué pasaría si un grupo de votantes se encontrase ante candidatos que ya, en acto, claramente han vencido y cuyas políticas se aplicarán y hasta profundizarán de todas maneras?¿qué pasaría si hubiese que elegir entre dos candidatos que, de facto, ampliarán el aborto existente, continuarán aplicando las políticas “de género”, o la mal llamada “educación sexual integral”, etc.?
¿Se cooperaría al elegir entre dos tiranos en un posible ballotage y no antes? Como dijimos antes si lo hiciese estando de acuerdo con ellos, claro que sí. ¿Y si lo hiciese no compartiendo sus intenciones?
En la Argentina, la inmensa mayoría de los candidatos se presentan con ideas contrarias a la recta razón y a la Fe cristiana (salvo algunas honrosas excepciones, como el caso de Gómez Centurión y otros, por ejemplo). ¿Qué pasaría entonces si dos de sus candidatos (Macri o Fernández) llegasen a un ballotage? Nos encontraríamos frente a un caso distinto donde, fácticamente el tema de la agenda pro LGBT, aborto, etc., sería ya un hecho (los candidatos mayoritarios están claramente a favor); es decir el panorama, las circunstancias, serían distintas a las de unas simples elecciones generales, no pudiendo, en ese caso, elegir más que entre dos opciones: “A” o “B” (salvando siempre la posibilidad de no ir a votar, votar en blanco o impugnar el voto, claro).
¿Existirían elementos nuevos que permitirían optar entre uno u otro habiéndose decidido ya que el mal, sea quien fuere el gobernante, continuará necesariamente? ¿se podría elegir, en este caso y sin pecar, entre dos tiranos, entre Diocleciano y Nerón? Creemos que, a fin de amortiguar las consecuencias y en vistas del mayor bien posible que podría encontrarse mayoritariamente en uno y no en otro (finis operantis), se podría votar (vgr., buscando un mayor grado de orden institucional, una mayor transparencia en el gobierno, un mayor ejercicio de la verdadera libertad, etc.). Con ello simplemente se estaría buscando el aspecto de bien que uno de los dos candidatos tendría por sobre el otro, tolerando per accidens, lo malo que le adviene con él, es decir, no eligiendo una propuesta in toto sino sólo su aspecto de bien de uno sobre otro.
Es como si debiese –de nuevo– votar a dos tiranos perseguidores de los cristianos: Diocleciano está dispuesto a enviar al destierro a quienes no adoren a los dioses y Nerón a quemarlos vivos. Hay una opción; un plebiscito, un “ballotage”: ¿pecaría quien votase por Diocleciano o estaría usando el único medio posible para alivianar la pena de los cristianos? ¿se harían los votantes cristianos partícipes de los destierros si ganase el primero o hubiesen actuado buscando el aspecto de bien que ese tirano tendría al simplemente desterrarlos? Negarlo parece ilógico.
Ejemplifiquemos aún más: en un embarazo ectópico, el médico intenta posicionar al bebé para que pueda nacer, sabiendo que el riesgo de muerte es altísimo. El bebé, lamentablemente, fallece. ¿Ha muerto un bebé en manos de un médico? Sí. ¿Ha sido físicamente algo parecido a un aborto?. Sí. ¿Ha sido un aborto? No.
Alguien dirá: “¡Pero si al final el bebé se murió igual!… ¡Es lo mismo!". “¡Si al final, en un ballotage o en primera vuelta vas a votar a tal o a cual candidato!¡Es lo mismo!".
Y no…
Quien no logre entender esto es por falta de discernimiento. No; en un caso el fin es poner fin a una hemorragia (embarazo ectópico) y la muerte del bebé una consecuencia indirecta (per accidens), que no fue intentada como medio ni como fin: en un caso se está procurando la muerte de un inocente per se y, en otro resulta un efecto (temido, sí) pero per accidens. En razón de su objeto son dos casos distintos.
Algo análogo sucede en lo planteado, de allí que, quien votase a un candidato malo por el aspecto de bien que tuviese, desechando todo lo anteriormente planteado (rechazando sus intenciones homicidas, no adhiriendo al dogma liberal de la democracia, etc., etc.), creemos, no pecaría.
Claramente tampoco estaría obligado a hacerlo y, al menos creemos que sería mejor, en este caso último (en el de un eventual ballotage), no votar, o impugnar el voto, o votar en blanco, de modo que quedase marcadamente en evidencia que estos candidatos no representan a una enorme cantidad de ciudadanos.
O… de hacer una buena contra-revolución, como Fuenteovejuna, según anhelamos.
Todo, salvo mejor opinión.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
29 de julio de 2019
[1] Mons. Aguer, arzobispo emérito de La Plata; Mons. Martínez Ossola, obispo auxiliar de Santiago del Estero y Mons. Conejero, obispo de Formosa.
[2] El mismo cardenal Ratzinger en un memorandum dirigido en 2004 al entonces cardenal MacCarrick, resumía esta doctrina diciendo que “un católico sería culpable de cooperación formal en el mal, y tan indigno para presentarse a la Sagrada Comunión, si deliberadamente votara a favor de un candidato precisamente por la postura permisiva del candidato respecto del aborto y/o la eutanasia” y terminaba con un texto discutido al decir: “but votes for that candidate for other reasons, it is considered remote material cooperation, which can be permitted in the presence of proportionate reasons”; dejamos la exégesis del texto para otro momento por no tratarse de un texto del valor magisterial como el citado de Juan Pablo II.
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