Las iglesias pobres salen carísimas

Me lo habían contado hace días y hoy he visto las fotos en el blog de “La cigüeña de la torre”. El presbiterio de la madrileña parroquia de San Francisco de Borja ha sufrido una importante remodelación.

La iglesia es suya y allá con sus remodelaciones. Si está bien hecha o mal hecha es cosa supongo de patrimonio, en caso de ser templo protegido, y del arzobispado, que no tendrá nada que objetar ya que la misa de inauguración fue presidida por el cardenal Osoro. Otra cosa es que a unos guste más o menos, que en eso la opinión es libre mientras no se demuestre lo contrario.

Después de ver las fotos no he podido por menos que recordar las palabras de un sacerdote buen amigo que me decía que eso de reconvertir una iglesia supuestamente rica en una iglesia más austera y pobre suele resultar carísimo.

Es verdad. Grandes templos, muchos de ellos levantados o hermoseados en los años de la postguerra española, como este de San Francisco de Borja. Alguien decidió que había que regresar a una iglesia más sencilla, despojarse de lo ostentoso y renovar templos buscando no sé si la sencillez o la cutrez dependiendo de casos.

Templos levantados y embellecidos gracias a la generosidad de unos donantes a los que nadie ha respetado después, y que vieron, ellos o sus descendientes, que aquel altar que con tanto esfuerzo costearon, esa imagen que supuso un desembolso extraordinario, o los mármoles italianos de la hornacina de la patrona han desaparecido bajo la piqueta de quien se basta a sí mismo, pero, eso sí, so capa de humildad y sencillez.

La mayor sencillez, la más grande humildad, es apañarte con lo que tienes y emprender las reformas mínimas que pudieran exigir el derecho o la liturgia. Nada de nada. Obras increíbles y compras de todo por la cosa de aparentar que somos pobres. ¿No teníamos cálices? Si, pero es mejor comprar otros más sencillos. Qué digo cáliz, ajuar completo de parroquia pobre: cáliz, patena, copón candelabros, manteles, purificadores y corporales, lavabo… gástese lo que haga falta para ser pobres. Por cierto, juegos de casullas y estolones.

No sé lo que habrán costado las obras de San Francisco de Borja ni me importa. Allá los jesuitas y allá sus donantes. Yo ni me lo planteo, porque tengo unos templos magníficos y porque los dineros no me dan ni para renovar los leccionarios. Ni falta que hace. Nos apañamos muy bien.

Pero me van a dejar ser un poco demagogo. Hubiera sido un testimonio precioso decir y decirse que aceptaban la penitencia de tener que celebrar en un presbiterio tan solemne y que renunciaban a cualquier tipo de renovación del presbiterio para poder destinar el importe de esas obras a los pobres.

Así era antes el presbiterio:

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04:28

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