Devotio moderna: carta y respuesta a un lector

Días atrás publicábamos aquí una conferencia dictada acerca de esa corriente de espiritualidad llamada la “Devotio Moderna".

Como fruto de la misma hemos recibido varios mensajes de agradecimiento y, en algún caso, alguna pequeña crítica.

Publicamos ahora, con permiso de su remitente, una carta y su respuesta sobre un tema que, al parecer, no queda en el etéreo mundo de los intelectuales, sino que baja a algunas realidades, de las más tristes que existen.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE


Apreciado Padre Javier: le escribo luego de haber leído y escuchado con mucha atención su conferencia sobre la Devotio Moderna. Pienso que tengo cierta formación, pero reconozco mi desconocimiento total sobre este término o corriente de espiritualidad de la que nunca antes había oído hablar.

Durante años he tenido una dirección espiritual que, para no cansarlo con detalles innecesarios, le puedo decir que se ajusta a todo lo señalado por Usted dentro de esa corriente. Hoy, al haberla dejado me ha parecido haber salido de una secta. 

Paso a narrarle algunos ejemplos por si llegara a servirle a Ud. o a alguno de sus lectores.

- Durante los años en que me vi envuelta en esta corriente de espiritualidad, mi voluntad era siempre la de mi padre espiritual; soy una mujer casada, profesional, normal, pero a lo largo del día le hacía todo tipo de consultas sobre cualquier decisión a mi padre espiritual, por pequeña que fuera.

- He vivido una vida de mortificación extrema en el sentido más amplio de la palabra tanto que, por un tiempo, llegué a convencer a mi esposo de no tener relaciones conyugales por no ser el camino de perfección trazado por Cristo (“si quieres ser perfecto…”, me repetía mi padre espiritual citándome el Evangelio del joven rico); creía que todo placer era malo.

Poco a poco, mi vestimenta comenzó a asemejarse a la de una menonita sin saber que allí no estaba necesariamente el pudor de una mujer cristiana.

Me alejé de todo aquello que me pudiera “contaminar"; todo era “mundano”, “malo”; todo me llevaba al infierno. Dios era siempre un juez vengador antes que un padre amoroso.

No hacía absolutamente nada sin consultar a mi director espiritual, tanto que, al final del día, hacía con él, telefónicamente, mi examen de conciencia; era algo exhaustivo y entraba en todos los detalles.

Mis meditaciones se basaban únicamente en la pasión de Cristo, a la cual intentaba unirme tras horas de oración por medio del dolor.

Todo iba así hasta la muerte de un familiar muy cercano, hombre santo pero que yo creía que, por no haber seguido el camino de mi vida espiritual, difícilmente pudiese entrar al Cielo. Este fue el momento bisagra de mi alma: ¿cómo alguien de vida sacramental, bueno, etc., no podría llegar al Cielo? Me cuestionaba pero se me pedía obediencia al director espiritual “como si fuese la voz de Dios”.

No culpo a nadie con todo esto; la culpa debe haber sido mía y quiero pensar que quien era mi director espiritual lo hacía con buenas intenciones, aunque errado en el modo de manejar a las almas (a todas de la misma manera). Dejé de frecuentarlo por un tiempo pero, luego, los escrúpulos me asaltaron y, en un momento de debilidad, volví a llamarlo quien me indicó que, para continuar, debía romper completamente con el mundo y renunciar todo lo que me ataba a él, como ser, arreglarme bella para mi esposo y otras cosas más (en esta cosmovisión, mi esposo mismo estaba fuera del plan de salvación).

A Dios gracias, un buen sacerdote me abrió los ojos y llegué a ver con claridad la locura en la que estaba metida.

Hoy por hoy he caído en ciertos excesos, intentando volver a la normalidad: buscando un equilibrio en las prácticas de piedad a veces he dejado incluso de confesarme y comulgar y hasta, a veces, de rezar. Pero todo por temer volver de nuevo a ese estado en el que me encontraba. Quiero estar cerca de Dios pero no quiero volver a lo vivido. Quiero retomar las prácticas de piedad y los sacramentos.

A veces tengo pesadillas con las palaras de mi director quien me decía que el demonio me atacaría por mi apego al mundo.

Cuando oí todo lo que Ud. exponía en su conferencia, pensé en todo esto y me decidí a escribirle. Todo esto me ha provocado un daño tremendo en mi relación con Dios y hasta con los sacerdotes, al punto que llegué a pensar que, más que huir del progresismo, había que huir del tradicionalismo.

Espero sepa entenderme.

Dios lo bendiga siempre. Suya,

N.N.


Y va nuestra respuesta

Estimada NN.:

            Gracias por compartir su testimonio. El tiempo apremia; seré breve.

1) El sacerdote que la “guiaba” quizás tuvo la mejor intención del mundo, pero de buenas intenciones está lleno el camino hacia infierno… La prudencia es virtud de medios y, los que estaba poniendo para aconsejarla, eran propios de un ciego que guía a otro ciego. A Dios gracias que lo abandonó; y que su marido no fue a darle una buena tunda al cura…

2) Déjese de jorobar y vuelva a confesarse; ud., como yo, es un alma pecadora, por lo que, la solución está en el sacramento de la confesión, lavarropas del alma y puerta del Cielo para quien bien se arrepiente. Si siente escrúpulos diga con San Felipe Neri: “¡escrúpulos y melancolía, fuera de casa mía!”. Y si no le sale, repítalo como una desquiciada varias veces (de ser necesario, en voz alta). Si por esto la toman por loca, no se aflija: peor pensaban de ud. antes cuando estaba bajo las garras de su director.

3) Busque un sacerdote sensato, con sentido común, si es santo, mejor, pero, sobre todo, que sea normal. Hoy, más que santidad, hay que pedir normalidad… Nadie es buen juez en causa propia por lo que, normalmente, necesitamos del consejo de otro. Si no lo encuentra ya se encargará Dios de ponerle enfrente a alguien prudente que sepa decir dos o tres verdades útiles para su alma.

4) Nadie se salva en altamar tirándose al agua, sino aferrándose al timón. Nadie decide quedarse soltera o hacerse lesbiana porque sus padres se divorciaron… La virtud no está en los extremos, sino en el punto medio. Las exageraciones en las que cae la corriente de la Devotio Moderna deben ser desechadas pero no por ello lo bueno debe tirarse. Nadie deja de comer por haberse empachado alguna vez; hay que comer lo justo. Lo contrario es de chiquillos. Supere esa tentación y busque la santidad allí donde Dios la haya puesto, sabiendo que, para llegar al Cielo, basta con cumplir los mandamientos (que ya con eso tenemos para rato…).

5) Cambie su vestidor, cómprese linda ropa y comience a maquillarse dignamente para su marido, pues quien no come en casa, va a comer en casa ajena… o mueren de ayuno.

6) Todos estos consejos son a su pedido; no son mandato; no son dogma; no son bajo pena de pecado. Si le sirven, bien y si no, al tacho. Amén

Dios la guarde,

Padre Javier


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