Es que eso de aquellos saltitos de “izquierda, izquierda, derecha, derecha, delante, detrás, un dos, tres…” es para gente joven.
Cuando se tienen dos mil años, nuestra santa iglesia católica, no estamos ahora para ponernos a bailar la yenka. Bastante se hizo en los primeros siglos y bastante se ordenaron los pasos de baile en los distintos concilios ecuménicos hasta que Trento los fijó con claridad. Dos mil años son dos mil años y andamos con las articulaciones un tanto anquilosadas. Estamos para un sereno vals o un rigodón sin más complicaciones que alguna pequeña licencia.
Voy a decir una barbaridad, y espero que mis lectores me entiendan y no se escandalicen. Si lo que toda la vida ha sido blanco, hoy tiene que ser negro, dígase. Si lo negro, desde hoy, amarillo chillón, dígase, y ya veremos qué pasa. Porque es insufrible que lo que toda la vida fue blanco sigue siendo blanco pero dependiendo de no sé qué dependencias igual puede ser negro, gris, amarillo fosforito o naranja butano.
Hace unos días, casi al tiempo, algunos obispos, por ejemplo Thomas Paprocki, obispo de Springfield, en Illinois o el Obispo de Spokane (Estados Unidos), Mons. Thomas Dalyos, nos recordaban que los políticos que promuevan leyes que favorezcan el aborto no pueden recibir la comunión. Casi a la vez, el cardenal Blase Cupich de Chicago defendió dar la Sagrada Comunión a los políticos pro-aborto.
Seguimos. Ya conocemos el instrumento de trabajo del sínodo sobre la Amazonía, que, entre otras cosas, según destaca toda la prensa, plantea la posibilidad de ordenar hombres casados en algunas circunstancias.
A mí eso de que todo sigue igual pero que hay casos en los que podría no serlo tanto, que aquí nada cambia pero según, y que la doctrina ya se sabe pero que hay que discernir caso por caso me suena a que, en el fondo, todo vale y nada sirve. Porque, claro, ¿quién decide los casos y en qué circunstancias y de qué manera? ¿Con qué criterio? Mi pobre experiencia es que cuando empezamos así, so capa de misericordia, lo que de verdad sucede es que los que mandan, en lugar de someterse al derecho y la ley, se rigen por su peculiar capricho o sus ocultos intereses, sin descartar tres puntos, que pretenden vender como el summum de la misericordia, la acogida, la nueva humanidad y la superación de la letra de la ley.
Cada vez que me han puesto por delante lo de la necesaria flexibilidad me han engañado. Un ejemplo. Los sacerdotes disponemos hasta de treinta días al año de vacaciones. El hecho es que, como no podemos ser rígidos, te encuentras curas que cada año faltan de la parroquia no un mes, sino dos, tres o lo que sea por la cosa de la flexibilidad, la experiencia misionera, el curso de A, el simposio de B y la fraternidad con el tercer mundo. Si es que me lo sé. Las excepciones siempre son para los mismos y a favor de lo mismo.
Como me sé que en aras de la libertad y la nueva misericordia uno puede celebrar de forma alternativa, pero es bastante peligroso que lo haga “ad orientem” o no digamos en la forma extraordinaria. ¿Sigo? Por superación de la rigidez, los conventos pueden andar manga por hombro y hombro por manga, celebrar a su estilo o negar las palabras de Cristo por ausencia de grabadora, que no pasa nada. Pero pobre de ti si decides celebrar por el modo extraordinario. Y no lo cuento por cuento, sino porque pasa, o al menos es mi sensación.
Cuando la norma queda al albur del interpretador te quedas con el trasero al aire. Y ya saben que el interpretador que lo interprete buen interpretador será y lo interpretará como él vea, o vean los tripuntos o decida vaya a saber qué decisor.
La norma, la ley son la defensa del pobre. Meter en la norma sí pero no, significa que no hay valor para decir que lo blanco de siempre ahora queremos que sea negro, pero en la práctica puede ser negro que no pasa nada. Y como alguien diga que lo blanco es blanco, se prepare.
El problema que tenemos los curas de a pie y los laicos de siempre es que estamos sin defensas. Me explico.
Imaginen que me llega una persona casada por la iglesia, con posterior divorcio y matrimonio civil, que vive maritalmente con su pareja y me dice que si puede recibir la eucaristía.
HIPÓTESIS PRIMERA. Le digo que según la doctrina de la Iglesia no puede recibir la eucaristía. Me puedo llevar varias collejas por ser poco misericordioso y no discernir suficientemente según nos piden Amoris Laetitia y corroboran varias conferencias episcopales. Entendido.
HIPÓTESIS SEGUNDA. Digo que sí, después de un discernimiento que entiendo suficiente. Lo mismo me llevo una colleja por banalizar la eucaristía y no explicar convenientemente la doctrina.
Todo depende de quién sea el obispo que me toque.
Es decir, que tengo que bailar la yenka. No tengo edad. Ni ganas. Pero así estamos.
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