Ayer estuve hablando con una señora de Estados Unidos que organizó no pocas conferencias mías en ese país hace años. Una persona a la que estimo. Me pasó más información, ahora ya pública, sobre un caso impresionante de un obispo que no pudo hacer peor las cosas en su diócesis. En esta historia, nada hay de sexo; todos los errores se mantuvieron en “otros campos”. Por una de esas vueltas y revueltas que tiene la vida conocí a ese obispo y al segundo protagonista principal de esta historia.
Los errores fueron tan impresionantes, tan evidentes, que la Santa Sede intervino con prontitud y de modo fulminante. No voy a dar detalles de cuánta prisa se dio el Vaticano, porque es una historia (como toda historia de pecado) que prefiero que quede en la oscuridad. Pero, desde luego, nadie acusó al Vaticano de no haber actuado con celeridad. La historia es pública, pero, afortunadamente, no ha tenido trascendencia en casi ningún medio. Los periodistas suelen tener predilección por el sexo, y muestran una innata tendencia a rehuir cualquier historia que revista algo más de complejidad.
Ayer, dando mi paseo de después de la cena con un amigo, le preguntaba: “¿Por qué crees que hay tantos sacerdotes tan prudentes y de tan gran vida espiritual que quedan recluidos en una pequeña parroquia de un pueblo, mientras que otros sacerdotes de pobre vida espiritual y sin capacidades especiales triunfan en las curias diocesanas o, incluso, más allá?”.
No le hice esta pregunta con ninguna segunda intención, ni menos con la intención de yo lanzar después un discurso. Sinceramente, quería escuchar una opinión de alguien de gran virtud y amor a Dios como este amigo mío.
Quería escuchar una opinión a una pregunta que me llevo haciendo desde hace años. ¿Por qué la virtud no es suficiente para ser preferido frente al mediocre? ¿Por qué la capacidad es preterida frente a la vulgaridad de alguien anodino?
Se me dirá que, en muchos casos, no es así. Cierto. Pero, en demasiados casos, el sistema no funciona. ¿Pero por qué? ¿Es tan difícil ver la luz de la virtud, de la vida espiritual, de la prudencia, de las capacidades? En la confrontación entre la virtud y la mediocridad, tantas veces gana la mediocridad. En una diócesis de Estados Unidos de cuyo nombre no quiero acordarme, esta confrontación ha sido tan colosal que debería ser un caso de estudio en cualquier encuentro vaticano de obispos. No por buscar culpables, sino para preguntarnos: ¿Qué es lo que ha fallado para prevenirlo en el futuro?
Solo en el análisis, la reflexión y la evaluación de todos los detalles de cada historia de fracaso, encontraremos las claves para que casos así no vuelvan a repetirse. La solución a esto, la mía, la ofrecí en mi obra Colegio de pontífices. No penséis que he escrito este post para hacer propaganda de ese escrito. Este post ha sido un doliente desahogo al comprobar que las relaciones humanas siguen prevaleciendo ante lo objetivo.
Los grandes errores, solo los más grandes, son detectados y neutralizados. Pero la rueda sigue girando sin que se haya aprendido nada del hecho de localizar los fallos del sistema.
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Para que acabéis con buen sabor de boca, os pongo estos dos vídeos, el primero dura menos de tres minutos. El segundo, algo más de seis minutos. Si ahora no los podéis ver con tranquilidad, vedlos en otro momento, porque valen la pena. Son tan buenos que es la segunda vez que los traigo a este blog.
Fortress
The last day of war

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