Lo que pase por lo civil me importa poco, lo que suceda en el ámbito eclesiástico algo más, tampoco tanto. Pero es la impresión que uno tiene. Salvo excepciones del todo excepcionales, las cosas son como son porque la vida cambia, la misericordia ful o pseudo misericordia triunfa, hay que avanzar, la gente lo pide y punto pelota que dirían los cultos.
No discuto. Cada vez incluso menos, y eso que soy de los de no callarse. No sé si merece la pena. Posiblemente no. Total, lo que me van a decir es que hay que ser más abierto, que es que yo soy demasiado rígido y que los fundamentalismos no es que no sean buenos, es que tener dos ideas claras o tres, tampoco más, y defenderlas, es signo inequívoco de intolerancia, carcundia, invalidez mental y falta de respeto al prójimo.
Es verdad que siempre te queda alguna persona de especial tolerancia que por lo menos no te insulta, a la vez que te despacha con un “tú tienes tus ideas, yo tengo las mías”. A partir de ese momento, perdida toda posibilidad de diálogo. Algo tan elemental como preguntar si hay que celebrar la eucaristía según las normas litúrgicas. Pobre de ti si lo haces. Que si ya estamos con las normas, que la libertad, que hay que respetar, que tú es que eres ultra conservador, que no conservador a secas, no, ULTRA CONSERVADOR, peor que el diablo cuando era malo, que a lo mejor no lo era tanto, vaya usted a saber.
Qué difícil es entenderte con alguien que tiene como argumento de autoridad “pues yo lo veo así”, “para mí no tiene importancia”, “yo lo hago de esta manera” y “¿por qué mis argumentos van a valer menos que lo de un obispo o el papa?”. O que citas la Escritura y te niegan la validez de la cita porque ellos la entienden de otra manera, por más que Orígenes, Tertuliano, San Agustín, Santo Tomás y el concilio de Trento estén empeñados en otra forma de comoprenderla.
Tampoco me convence como criterio pastoral eso de que los tiempos cambian, que es verdad, y que en consecuencia hay que modificar la doctrina, que no veo por qué. No solo no me convence, sino que me produce una mezcla de dentera y erisipela volver a escuchar de forma del todo recurrente eso de que no llegamos a la gente y que para llegar a la gente lo que hace falta es ver lo que gusta y atrae, colocando como criterio y objetivo de nuestra acción pastoral no lo que Cristo y la Iglesia piden y enseñan para que seamos santos, sino lo que parece que apetece o llama la atención. Es inútil mostrar que donde de verdad la gente va, y sobre todo SE QUEDA, es donde se expone la doctrina de siempre y con la contundencia de siempre. Inútil. No se acepta. Esto es como el que a las doce del medio día se empeña en que es de noche y no le sacas de ahí.
Lo políticamente correcto, que se ha dicho siempre. Quedan tres opciones. Una, ampliar el armario -solo el de ropa, por favor- comprar una no escasa colección de chaquetas para irse uno cambiando entre el según y depende, otra callar y dejarlo estar, y una tercera de hablar con claridad y decir lo que piensas aprovechando esa universal llamada a expresarse con libertad y que tú ingenuamente creías que era para todos. Entre la dos y la tres me encuentro. Infocatólico. Ya ven.
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