Respecto a la condena del cardenal Pell por abusos.Nunca jamás he defendido al eclesiástico por ser eclesiástico cuando un laico le acusaba de algo: robo, mentira, lo que sea. Lo que hay que buscar es la verdad por parte del que tiene obligación de hacerlo. Ahora bien, para mí Pell sigue siendo tan inocente como cuando comenzó el juicio.
Sé que hay una sentencia, pero sé muy bien cómo en un juicio no siempre la sentencia es expresión de la verdad. No prejuzgo nada. No pienso que fue acusado falsamente. Simplemente, yo no he estado en el juicio escuchando a ambas partes, así que suspendo mi juicio personal acerca de la persona de ese cardenal. Eso significa que para mí sigue siendo tan inocente como cuando oí, por primera vez, la noticia de su acusación.
Lo que sí que me preocupa es que, en varios países, se está presionando en los medios de comunicación para que se produzca un cambio legislativo específico para la Iglesia.
En un matrimonio, en las acusaciones por maltrato, siempre me he opuesto a que la palabra de una mujer valga más que la palabra de un hombre. Condenar a un hombre, cuando la única prueba es la declaración de su esposa, siempre me ha parecido un acto contra la justicia realizado por la Justicia. Cuando un niño acusa a un sacerdote, es mucho más fácil suponer si dice la verdad si uno es de los primeros en escucharle. Ahora bien, cuando ese niño ha pasado por abogados y psicólogos durante meses, la cosa puede complicarse.
No es el caso de Pell, pero cuando la acusación se reduce a una sola persona que ya tiene cincuenta años y apela a hechos sucedidos cuarenta años antes, entonces considero que los medios de comunicación están haciendo una mala labor lanzando determinadas “noticias”, por llamarlo de alguna manera. Y más cuando la víctima, pongamos por caso, se ha reunido antes con los abogados de la diócesis y les ha dicho: “Sucedió esto. Denme 100.000 euros o voy a pasearme por todas las televisiones contando con todo detalle cosas muy feas”.
¿Hay algún remedio a esto? El remedio ideal, pienso, sería que en cada país se creara una comisión mixta de periodistas y juristas cristianos, podría estar formada por una decena de personas.
Cada persona que quisiese contar su caso a los periodistas podría hacerlo primero a esta comisión, la cual se limitaría a otorgarle una calificación: creíble, no creíble, relato con algunas dudas, suspensión de juicio mientras no aparezcan más casos, etc. Por supuesto que cada ciudadano tendría el derecho de ir a los periodistas con o sin ese sello.
Pero, si la comisión funcionara bien, los mismos lectores confiarían en la impresión de un grupo de hombres honestos; cuyo juicio, por supuesto, siempre va a ser más profundo que el de un solo periodista que tiene interés en un gran titular y en las historias escabrosas.
Además, esta comisión podría hacer comentarios a posteriori sobre historias que ya han aparecido en los medios. Los periodistas se tomarían más en serio su labor si supieran que la comisión puede aportar datos (a veces, muy fáciles de conseguir) acerca de la poca credibilidad del que le ha contado la historia escabrosa.
La comisión mixta no tendría como fin defender a los eclesiásticos, de ninguna manera. Su tarea sería escuchar a las dos partes para, simplemente, dar su impresión. Por supuesto que, además de los periodistas, también está la vía judicial. Pero, para cuando el fallo se produzca, la fama de la persona acusada ya está completamente destruida años antes. La vía penal no sirve a efectos de lo que aquí trato, porque la mera condena ya implica su muerte social, además de la eclesiástica.
La comisión no juzgaría si algo es verdad, solo si algo es creíble. Su mera existencia ya haría que algunos periodistas realizaran mejor su labor. Porque los comentarios de esta comisión, por sí mismos, ya serían una guía para los periodistas acerca de los fallos que suelen cometer más frecuentemente.
Sería tan sencillo como que diez personas escucharan al acusador, al acusado, y les permitieran después confrontar sus dos versiones. En la mayoría de los casos, tendríamos un buen juicio en un par de horas. Esta comisión estaría elegida por la Iglesia con el encargo de ser justos, de ser imparciales.
Después de su actuación, que los medios y la Justicia hicieran lo que quisieran. Ellos ya habrían dado su parecer y las razones que avalan su parecer.
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