O al menos parte del personal. La mayor parte de los católicos vive feliz en su nube haciendo su vida y practicando su fe, y pasando bastante de lo que digan obispos y papa. De los más enterados o al día de la vida de la Iglesia hay, a su vez, que hacer subdivisiones. Unos cuantos que viven la actualidad eclesial como a distancia, sin implicarse especialmente, otros que están entusiasmadísimos con el papa Francisco, aunque tengo la impresión de que son menos y por eso manifiestan un entusiasmo creciente para compensar. Y, finalmente, mucha gente agobiada y cabreada con la actual situación.
Los fieles no tienen fácil lo de mostrar su descontento. El contento sí. Cuando lo hacen, lo del descontento, no se sienten escuchados, más bien ninguneados si no atacados y acusados de no amar al papa y de romper la comunión eclesial. Esta situación la viven divididos interiormente, ya que por un lado desean ser fieles hijos de la Iglesia y por otro se sienten cabreados con ella. Hablo de laicos y de sacerdotes que tampoco se atreven a opinar con libertad.
La actual situación, unida al desarrollo de las redes sociales, nos ha traído una nueva forma de conocer, comprender y actuar. Conocer, porque hoy todo se sabe, o al menos casi todo, o por lo menos muchas cosas. Lo que antes conocían algunos gracias a la hartura, la indiscreción o el desliz no siempre inocente de determinadas personas de curias, hoy lo sabemos muchos. Digo comprender porque ante cualquier acontecimiento, ante cualquier información, es cosa de niños acudir a la red y buscar opiniones diversas para tratar de adivinar el fondo del asunto. Lo de actuar es más complejo, cada cual busca sus maneras, aunque hay una que es imparable, y es la participación en redes y foros dejando sus opiniones y comentarios.
Tal vez a D. Senén de Garciyáñez, laico cualquiera, D. Buenaventura, párroco de la de san Drogón, Mariguay, catequista, o la priora de las Társilas no les sea fácil decir abiertamente que no se sienten cómodos en la actual situación de la Iglesia, por una mezcla de prudencia, falta de confianza y algo de por si acaso. Pero transmutados en Garcilaico, Curaharto, Categuay o Sor-presa acuden a las redes y se desahogan. Es verdad que se les puede acusar de poca elegancia por esconderse en un nick para garantizar su anonimato, pero dice D. Senén que no menos anónimo que soltando las perras de la colecta, acudiendo a misa o marcando la cruz en la declaración del IRPF. El peligro está, no vamos a negarlo, en que dejando comentarios hay veces que se calienta el teclado y lo que nunca uno se atrevería decir a la cara, lo suelta por escrito como desahogo.
Pocas veces he decidido cerrar los comentarios en una publicación. No solo eso, suelo ser bastante permisivo porque creo en algo tan simple como la libertad de expresión, aunque intento evitar insultos y expresiones que considero inconvenientes. Ayer la cosa se empezó a desmadrar, así que acabé cerrando los comentarios. No será lo habitual.
El hecho innegable es que muchos católicos, católicos practicantes, militantes y cotizantes, se sienten católicos cabreados, agobiados y hasta ignorados y que han descubierto las redes y ahí se desahogan ante la sensación de que los existentes caminos oficiales del desahogo no llevan a parte alguna.
Evidentemente esto de las redes no hay quien lo pare. D Senén feliz, porque sabe que lo que escribe se lee mucho, y su desahogo, esta vez, no acabará en la papelera de piel de cualquier despacho.
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