Yo no sé si somos conscientes de las repercusiones pastorales que van a tener las nuevas medidas para tratar de frenar la pandemia. No se puede salir de casa desde las once de la noche y hasta las seis de la mañana. Los templos, al 50 % de manera habitual y en las zonas de especial riesgo al 30 %, y así hasta mayo.
Así, a bote pronto, va a bajar, y de manera yo diría que definitiva, el número de fieles que acude a misa el domingo, por el aforo y porque cada vez aconsejan más no salir de casa. Es fácil dejar de ir. Cuesta más volver. También más problemas para algunas actividades, como encuentros o conferencias por cosas también del aforo. Campamentos y convivencias, nada de nada.
Este año nos tocará renunciar a la misa del gallo y habrá que conformarse, me temo, con una semana santa semi descafeinada, desde luego sin procesiones y otros actos externos y tradicionales de piedad.
Estoy pensando en las capillas de adoración perpetua, porque si tenemos “toque de queda” en toda España, y en horario de once de la noche a seis de la mañana, salvo excepciones, ¿qué va a pasar con todas las capillas de adoración perpetua que se mantienen abiertas en España? ¿Se cerrarán durante la madrugada? ¿Habrá salvoconductos especiales?
Me emociona saber que en España existen cincuenta y ocho capillas de adoración perpetua. Estoy firmemente convencido de su fuerza y de que son un pulmón de vida y de gracia en medio del mundo. Por eso me resulta especialmente triste pensar qué puede suceder con ellas.
Toca reinventarnos pastoralmente. Nuestros esquemas de misas dominicales llenas en bastantes sitios, reuniones, encuentros, asambleas, campamentos y convivencias se nos han derrumbado. Tampoco podemos contar con el apoyo siempre firme y muy estable de la religiosidad popular en forma de procesiones, romerías o peregrinaciones. La adoración perpetua, en muchas parroquias clave, fuente y vida de la parroquia y del entorno, tocada. Es el momento de la creatividad. No de la renuncia.
Soy el primero que tiene el peligro de la resignación. Ya saben: si no se puede, no se puede. Pero claro, si tenemos que renunciar a cosas sin aportar novedades, no cabe duda de que la vida eclesial irá languideciendo.
Momento para la creatividad. No tengo fórmulas, pero toca buscar alternativas.
Y si alguno de mis lectores tuviera alguna idea, yo creo que todos se lo agradeceríamos mucho.
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