Estamos acostumbrados a considerar como persecución religiosa aquellos momentos que se han ido repitiendo a lo largo de la historia, desde el momento, mismo, de los orígenes del cristianismo, en los que de un modo directo se terminaba con la vida de los cristianos y de sus lugares de culto, con la pretensión de hacer desaparecer del mundo la influencia del ideal cristiano.
¡Es curioso! Que, a pesar de tantos intentos mundiales de devastación cristiana, la Iglesia de Jesucristo no ha hecho más y más que florecer. Sin embargo, los cristianos lo entendemos bien, porque Cristo dijo, con una rotundidad a la que nadie se atrevería, “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”.
Hoy, desde hace mucho tiempo, el cristianismo, es con mucho, la religión más extendida en el mundo entero y, dentro de él, el catolicismo.
Pero, volvamos a la idea inicial: la consideración generalizada de persecución religiosa de aquellos momentos y lugares en los que ha habido mártires de la fe y devastación de iglesias.
Hoy, lamentablemente, el mundo nos demuestra que esto ya no es así. Aunque el mundo en el que vivimos actualmente continúe produciendo mártires en diversos lugares de la tierra, en una gran parte de este mundo, compuesto fundamentalmente por los países de mayor desarrollo y progreso, el martirio “no es políticamente correcto”, por lo que han surgido fórmulas diversas de persecución religiosa.
La pretensión de suprimir el lugar nuclear que ocupa la familia, como célula básica de la sociedad, compuesta por un esposo y padre varón y una esposa y madre mujer, con el valor único de cada hijo que viene al mundo y relegarla al ámbito de lo ya superado; la intrascendencia del compromiso personal matrimonial; la minusvaloración del niño vivo en el seno de su madre, incluso fomentando su consideración de intruso en este mundo y enemigo vital de su madre; la supervaloración de los sentimientos afectivos personales que conllevan a estar igual con un hombre que con una mujer; la degradación del ser humano por su vejez o enfermedad, sin considerar para nada la enorme riqueza que implica su presencia en la vida de las personas.
La determinación de la educación de los niños y jóvenes por unas cuantas personas, que sin ningún derecho a ello, se camuflan bajo la aparente entidad de un estado, que es, en sí mismo, una figura ficticia, sin entidad alguna, que ha creado la propia sociedad y, no ellos, para poder vivir en condiciones mínimamente dignas todos los ciudadanos; el adoctrinamiento en que todo aquello que alguien ofrece a la sociedad, con si iniciativa personal, es explotador y pretende un enriquecimiento injusto.
Un planteamiento que podemos considerar como satánico y, que, por este motivo, espero que no deliberado de los hombres: como no podemos matar a todos los cristianos, matemos sus valores.
¡Gran error!, porque son precisamente esos valores del cristianismo los que han llevado a todos esos países al logro de su mayor progreso y desarrollo.
Juan José Corazón
religionconfidencial.com
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