En las diferentes circunstancias de su vida, incluso en las más difíciles, san Roque nunca fue abandonado por Dios: Ni en la etapa en la que padeció la enfermedad de la peste ni cuando, de su retorno a su ciudad natal, Montpellier, fue detenido y encarcelado injustamente.
Las palabras de Jesús: “no tengáis miedo” constituyen una invitación a creer, a depositar en Dios nuestra confianza, a saber que en él encontraremos la base estable, la roca firme sobre la que edificar nuestra existencia.
Dios cuida no solo de los gorriones, sino de todo lo creado, conduciéndolo hacia su perfección, hacia su fin último. Y lo hace con sabiduría y amor. Escaparán con frecuencia a nuestro conocimiento los cauces por los que discurre este proyecto divino, pero ha de estar viva en nuestra conciencia la certeza de que somos hijos suyos.
Jesús nos dice también: “no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia” (Mt 6,34). No se trata de cultivar la imprevisión en nuestra existencia cotidiana, sino de vivir desprendidos, con la libertad de los hijos, sin cargar sobre nuestros hombros pesadas cargas, a veces quiméricas, que nacen de nuestro miedo y de nuestra incertidumbre.
En medio de la prueba y del sufrimiento – también en medio de la enfermedad y de las persecuciones – debemos escuchar el consejo de san Pedro y abandonarnos en Dios: “Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros” (1 Pe 5,7).
Todas las seguridades del mundo pueden fallar en cualquier momento; pueden venirse abajo como un castillo de naipes. Solo el abandono en Dios no defrauda; solo la certeza de su amor paterno nos libera de la inquietud obsesiva por el mañana.
Así seremos dichosos, con la alegre felicidad de los pobres; de aquellos que, sabiéndose hijos, saben que lo tienen todo. Como decía san Cipriano de Cartago: “A los que buscan el reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta si él mismo no falta a Dios”.
Guillermo Juan Morado.
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