En la marina el ancla de la esperanza es un ancla muy grande que se utiliza en casos extremos. En el lenguaje de la fe, el ancla es símbolo de la esperanza; de la virtud que se apoya en la fidelidad de Dios y de sus promesas.
“La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo”, nos dice el Catecismo.
Dios no nos va a fallar. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es el punto firme sobre el que podemos apoyar nuestra vida para resistir en medio de las tempestades: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos”.
El Resucitado, vencedor de la muerte, sigue siendo para siempre el “Enmanuel”, el “Dios con nosotros”. Contemplándole a él, seguros del carácter irreversible del amor de Dios, podemos aferrarnos a la esperanza, que es para nosotros “como ancla del alma, segura y firme” (Heb 6,19).
También los momentos de prueba, de sufrimiento, pueden convertirse en “lugares de aprendizaje de la esperanza”, como enseña Benedicto XVI. Es posible – como lo pone de manifiesto la vida de san Roque - transformar el sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza que proviene de la fe.
Debemos, ciertamente, tratar de limitar el sufrimiento, aunque nunca podremos erradicarlo del todo, porque no podemos ahorrarnos “la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien”. Amar como Cristo ama, hasta el extremo; ser fieles a la verdad por encima de cualquier conveniencia y perseguir el bien sin pactar con intereses mezquinos, son actitudes que comportan sufrimiento.
El ancla de la esperanza nos sostiene y abre nuestra mirada al cielo. Nunca será la nuestra la esperanza egoísta de un “yo” aislado, sino solidaria; será siempre la esperanza del “nosotros”, abierta a los demás.
Guillermo Juan Morado.
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