Las empresas, a final de año generalmente, hacen balance de resultados y revisan la marcha de su actividad. Estudian cómo se va implantado su producto y, cómo no, los resultados económicos.
Hablando hace poco con un buen amigo economista me decía que, con critetrios empresariales, lo mejor que se podría hacer con mis tres parroquias sería cerrarlas a cal y canto dada la baja asistencia de fieles y la imposible solvencia económica. Con esos criterios, evidentemente, tiene toda la razón.
Los números, desastrosos. Habitantes, entre los tres pueblos, poco más de cuatrocientos. En dos años, entre las tres parroquias, una boda, seis bautizos, cuatro primeras comuniones y diez o doce entierros. La asistencia a misa dominical, en invierno, y entre las tres parroaquias, puede rondar las cincuenta personas. La misa en días laborables no llega a la media docena de asistentes los días mejores. Económicamente ni hablamos. Colectas que en alguno de los pueblos, el domingo, no llegan a cinco euros.
Con estos criterios empresariales, cuanto más tardemos en cerrar, peor. Mucho peor.
Afortunadamente la Iglesia, la gracia, el evangelio, se fijan en otras cosas. Afortunadamente. Vamos a poner en valor otras variantes:
- Las campanas siguen sonando y recordando que Dios sigue vivo
- En cada pueblo hay un sagrario
- Con muchos o pocos se celebra la eucaristía
- El Santísimo es expuesto en el templo
- Se mantiene el rezo del santo rosario
- El confesionario está a disposición
- El señor cura sigue estando aunque sea puro invierno y una nevada de las gordas
- Se mantienen las tradiciones religiosas de siempre que tanto ayudaron a conservar la fe
- Se sabe a quien acudir ante un enfermo necesitado de consuelo o una persona con problemas
No es fácil medir resultados. Ni comprobar cómo Dios va llamando y convirtiendo corazones. Ni el señor cura lo comprueba, o tal vez apenas en alguna ocasión.
Un sacerdote celebrando, un sagrario con el Santísimo, la misa, la devoción, la liturgia. No tiernen precio. O tan alto que ni siqjuiera podemos aventurarnos a calcularlo.
Tres sagrarios. Tres altares en los que ofrecer el santo sacrificio. Un sacerdote de Cristo presente siempre. ¿Y aún nos parece poco?
En nuestro mundo tan pragmático no se entiende. En el corazón de Cristo sí.
Aparentemente nada. Pero hay un sacerdote. Y si hay sacerdote hay presencia, hay vida sacramental, hay gracia. Si somos capaces de garantizar sagrario, misa, perdón de los pecados, gracia… la cuenta de resultados siempre es magnífica.
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