El Diccionario de la Lengua Española define la palabra “obsesión” como “perturbación anímica producida por una idea fija” y, en una segunda acepción, como “idea fija o recurrente que condiciona una determinada actitud”.
Hay obsesiones que no solo son personales, siéndolo, sino que son, además, ideológicas. Si estas obsesiones alcanzan el poder, pueden convertirse en peligrosas y esclavizantes; en enemigas de la libertad.
La libertad y la obsesión no pueden llevarse bien, son antitéticas. La libertad habla de respeto, de posibilidades, de opciones. La obsesión, va a lo suyo, no da tregua, no cede.
En España, no sé si una sibila, más bien un ave agorera, ha anticipado en más de una ocasión, con su graznidos de ave agorera, lo que por otra parte no es un “anuncio”, ya que carece de novedad, sino que ha advertido que las obsesiones (ideológicas) no se aquietan, sino que se pegan como lapas a los obsesionados.
Hay un sector de la población, pequeño, y un sector del Parlamento, pequeño pero no tanto, que está obsesionado con la asignatura de Religión. ¡Pobre asignatura! ¡Pobres maestros de esta asignatura! ¡Pobres alumnos! Ninguna otra materia académica reglada hubiese soportado y resistido tal carrera de obstáculos.
Propongan, sibilas y aves agoreras, que las Matemáticas, o el Inglés, o la Química, no cuenten para la nota media… No vale decir que no tengan alternativa, porque no suelen tenerla. Suelen ser, estas materias, obligatorias. Aunque sean odiadas por muchos alumnos. Y yo no me opongo a que sean obligatorias, porque creo que mejoran la capacitación del alumno que las curse.
Consulten, propongan, pregunten. Solo la Religión es optativa. Pero no deja, esta asignatura, de ayudar a que el alumno comprenda mejor su vida, la vida de la humanidad, la marcha de la cultura y la propia historia. Hay que ser muy sectario para negar esto.
Decir que una asignatura puede seguir siendo una asignatura sin contar para la media y sin alternativa es reducir la presunta asignatura a algo cercano a la nada. Y mejor es algo cercano a la nada que la nada absoluta. Pero la diferencia es demasiado sutil.
Otra obsesión, más emergente, es la educación afectivo-sexual. Parece que, tras haber promocionado, o tolerado, casi todo, se constata – tras las diversas “manadas” - que no todo es tan tolerable como se creía.
La educación afectivo-sexual no puede separarse de una visión del hombre, de una antropología, y de una ética, de una moral. ¿Quién dicta lo que es el hombre, el ser humano y lo que ha de ser? ¿La razón, la revelación, o los simples acuerdos de mayorías parlamentarias? Ya no digo nada de los tribunales, cada vez más necesarios y más sometidos a la duda acerca de su (deseada/deseable) imparcialidad. ¡Montesquieu ha muerto!, se ha dicho.
El debate sobre la llamada “educación mixta” o “educación diferenciada” se reduce, interesadamente, obsesivamente, a un caso de “segregación”. Pues no. Hay personas muy bien formadas que defienden la educación mixta o diferenciada. Si el Gobierno se erige en norma, dictará él solito, como ave agorera, o como ave dictadora, lo que es admisible y lo que no lo es.
Si una causa provoca obsesiones es la encabezada por un término: “concertada”. Ahí, los opuestos a esa causa pierden la referencia. Da igual, en el fondo, que este tipo de enseñanza, “concertada”; es decir, que se imparte en centros no estatales con subvención pública, sea justa o no. La obsesión repite, como idea fija, que no puede ser aceptable.
Ya estoy tentando de añadir otro mantra, más falso que un Judas de plástico. Y es el tedioso tema de la “inmatriculación”, que no es más que “inscribir por vez primera un bien inmueble en el registro de la propiedad”. Ya podría yo pretender “inmatricular” el palacio del Elíseo a mi nombre. No me dejarían hacerlo, porque nunca ha sido mío. “Inmatricular” un bien no es hacerse dueño de ese bien, sino que es solamente inscribirlo en el registro de la propiedad.
Todas estas cosas las saben de sobra los “obsesionados”. Lo saben, pero hacen como si no lo supieran. Lo saben, pero gracias a estos estereotipos, han llegado o llegan al poder. Lo saben, pero nunca les ha importado la verdad. Solo les importa el poder que nace de la confusión.
¡Ya podemos prepararnos! Empiezan, como era previsible, muy mal. No se podría esperar otra cosa. Pero irán a más. A peor.
Guillermo Juan Morado.
Publicar un comentario