La Navidad comienza y termina en familia

No faltan personas a quienes entristece la Navidad. Son minoría, por fortuna. Hasta las ciudades se visten de gala –de luz y color- cuando se acercan estas fiestas, que contribuyen por estos pagos a fortalecer los lazos familiares.
No faltan tampoco quienes lamentan el exceso de comercialización propio de esta época del año. Incluso, si son creyentes, invocan el excepcional momento de ira de Jesucristo contra los mercaderes del Templo. Pero es sabido que, en su momento, aquello vino a cumplir una función justa, para facilitar el cumplimiento, en el Templo de Jerusalén, de las ofrendas previstas en los Libros Sagrados. 
Pero se fue de las manos, como tal vez ahora en algunas circunstancias. Pero la alegría cristiana de la Navidad sigue necesitando compras –o donativos- que alegren humanamente los festejos: desde la cena de Nochebuena a los regalos de Reyes.

En todo caso, estos días vemos, hablamos o nos escribimos con personas próximas que quizá la vida de la globalización ha alejado físicamente. Nos ponemos al día, y damos muchas gracias por tantas cosas buenas: ante todo, porque la familia sigue creciendo, aunque sea preciso lamentar alguna pérdida dolorosa; también porque se palpa la felicidad, aunque no falten penas ni problemas.
Se comprende que, a pesar de los pesares, la familia ocupe el primer lugar, con diferencia, en los sondeos de opinión sobre valores. Esa realidad es compatible con el viejo dicho popular de que una cosa es predicar y otra dar trigo. Porque el énfasis sobre la familia se acentúa en la vida pública, aunque no se compadezca luego con la realidad de las políticas familiares.
No siempre los políticos tienen la dignidad que acaba de mostrar en Italia el “grillino” Lorenzo Fioramonti. Prometió en su momento que dimitiría como ministro de Educación si no lograba que el Gobierno dedicase al menos tres mil millones de euros a su departamento en los presupuestos del 2020. Pero la economía italiana no parece estar para generosidades, y el ejecutivo de Giuseppe Conte no puede subir los impuestos o recortar partidas para aumentar los fondos destinados a la educación. Tras la aprobación de la ley de presupuestos, hace pocos días, Fioramonti cumplió su promesa y dimitió.
El caso tiene también otras lecturas. Una podría ser ésta: los problemas familiares son “prepolíticos”. Como ante tantas otras cuestiones sociales, las soluciones no llegan por la vía jurídica. Las posibles dolencias familiares no se remedian con más normas ni con más gasto público, aunque haya abundancia de leyes…, que se mitigan con su incumplimiento, que diría Federico de Castro. Desde luego, las políticas estatales en esta materia deben ser muy debatidas y matizadas, para evitar el peligro de intromisión en el hogar, ámbito irreductible de la intimidad. Pero un político responsable tiene que plantearse cómo incentivar soluciones, facilitar medios educativos, retirar obstáculos laborales o fiscales.
Es buen momento la Navidad para pensar caminos que proyecten el espíritu de estos días a lo largo del año en las familias y, por tanto, en la sociedad. En las últimas décadas, la jerarquía católica ha ofrecido puntos de referencia brillantísimos. Citaré sólo los pasajes correspondientes de la constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, la Familiaris Consortio de Juan Pablo II, y la Amoris Laetitia de Francisco. Y no me resisto a mencionar un documento español, poco difundido quizá, pero francamente interesante: la pastoral de 2001 sobre la familia, “santuario de la vida y esperanza de la sociedad”, actualizado en algunos aspectos en 2012.
Por mi parte, no dejo de recomendar la meditación del papa Francisco sobre el gran himno a la caridad de san Pablo en Corintios, que aplicó a la familia en el capítulo IV de Amoris Laetitia. Al cabo, la familia es el gran ámbito del ser, no del tener, que se construye con entrega: olvido de sí mismo que significa enriquecimiento mutuo, convivencia amable, asunción de las inevitables renuncias personales con libertad y alegría…

religionconfidencial.com

Juan Ramón Domínguez Palacios


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