Los responsables de aquel comercio no daban crédito a lo que veían sus ojos. Su tienda iba de capa caída. Es verdad que mantenían a duras penas una clientela de toda la vida y con eso aún justificaban su existencia. No se lo explicaban, porque de verdad que eran amables, cariñosos, besaban a cada viejecita, fiaban hasta fin de mes, regalaban globos a los niños los jueves y hasta montaban sus tertulias en la trastienda. Tertulias, eso sí, cada vez más escasas, pero entendían que profundas y casi imprescindibles.
Y el caso es que cerquita, casi a lado, un establecimiento aparentemente como el suyo, y dedicado al mismo tipo de productos, subía como la espuma: hasta jóvenes entraban, e incluso alguno de sus clientes de toda la vida había cambiado de hábitos de consumo.
Costó mucho. Ya pueden imaginar. Pero, aunque sin mucha confianza, el tendero mayor del languideciente negocio acudió un día al otro comercio para hablar con el responsable y preguntar por el truco.
- Porque, oiga, aquí hay truco. Seguro que ustedes tienen algún secreto, o fidelizan a la gente de forma inadecuada, o los amenazan con algo. Es que, si no, no se explica.
- Mire, no. De truco nada, y de cosas secretas menos. Simplemente cuidamos las cosas. Le voy a poner algunos ejemplos:
Nuestros empleados, para empezar, visten escrupulosamente el uniforme de la empresa, porque eso da seriedad, confianza y permite que cualquier cliente los identifique a la primera.
Tenemos un código de funcionamiento que conocen a la perfección tanto empleados como clientes, y unos protocolos perfectamente definidos, de forma que aquí todo el mundo sabe a qué atenerse.
Estamos abiertos siempre, cada vez con horarios más amplios.
- No siga, por favor, no siga… ¿Pero ¿cómo, en estos tiempos, se puede exigir uniformes? ¿Dónde queda la libertad personal? Ustedes no respetan a las personas…
¿Y un código de funcionamiento y unos protocolos perfectamente definidos? Eso se llama fundamentalismo. Hay que ser flexibles y ver cada caso.
Y además no me cuadra lo del horario. Total, unas horas definidas, las justas, y al que le interese, que se ajuste. Es mucho más lógico. ¿Todo el día con la tienda abierta? ¿Así pierden el tiempo?
Qué horror. Mucho mejor lo nuestro.
- ¿Pero ustedes tienen clientes?
- Cada vez menos. No pasa nada. Lo importante es que hagamos las cosas bien.
- ¿Y no les da pena que se estén cerrando tiendas de su cadena de comercios?
- Sí, pero si tenerlas abiertas es a costa de no respetar la libertad individual, optar por el fundamentalismo y a base de la pérdida de tiempo, mejor que cierren.
- Pues nada, ustedes mismos.
Hablamos de comercio. No quieran buscar una segunda intención.
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