Madre al tercer ‘round’ en el ‘ring’ español de los 262 abortos al día

Leire Navaridas se quedó embarazada con 26 años y decidió abortar hace una década. Su primer hijo fue uno de los 111.482 no nacidos, no queridos y no enterrados en 2009. 

Hoy, esta mujer feminista se considera “activista de la vida”. En medio ha vivido un proceso largo para afrontar, asumir, digerir, perdonarse y ser madre de Lander, que acaba de cumplir dos años. Desde que se sometió a un aborto “como quien se hace las ingles”, se ha sentido “verduga y cruel”. 

Y también “víctima de un sistema que permite esa violencia, que ahora es legal, que está institucionalizada, subvencionada y promovida”. En el día de los 823.969 inocentes que han sido abortados en España en los últimos diez años subimos al ring de la historia de una guerrera que se ha tatuado en el alma: “el feminismo salva vidas” 

En un parque de Pozuelo, entre flores rojas de Pascua. En un quiosco-bar se nos va el sol, cae la noche, y salen las primeras estrellas.
Al otro lado de la mesa, con un agua con limón, Leire Navaridas: 37 años, licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas. De Donosti, con su punto universal. Ha vivido en Bilbao, en Alemania, en Australia, en Macao, y ahora tiene fijo su campamento a estas alturas de Madrid.

El viaje de la década más tumultuosa de Leire arranca en Colombia en 2006. La donostiarra está de intercambio cultural y se enamora de un autóctono. Juntos se van a vivir a Australia, se quieren, “pienso que he encontrado al hombre de mi vida”, y, antes de volver a España, se casan. Pasan un año en las antípodas. Luce y se esconde el amor en los raíles de su montaña rusa, que les depara una parada laboral en Macao. En “esta especie de Las Vegas mucho más degenerado donde cohabitan el vicio, el juego, la prostitución y la decadencia”, Leire y su pareja rompen y retoman. Y en el punto de inflexión, ella se queda embarazada.
Silencio. Horror. Marrón.
“No supe cómo abordar sanamente aquella realidad. Un marrón. Tenía 26 años y estaba lejos de todos. Me sentía sola y desbordada. Llamé a una amiga de San Sebastián, que era mi único contacto con la ‘maternidad’. El novio de su madre es ginecólogo y practicaba abortos”.
Tía, tranquila, no te preocupes, no pasa nada. Ya verás cómo se arregla todo.
“Me pareció la única solución posible. Esa intervención haría que desapareciera el problema sin aparentes secuelas ni consecuencias. No recuerdo el momento en el que se lo conté al padre, pero cuando lo hice la decisión estaba tomada. No me puso ningún pero”.
Vuelo sin reparos Macao-San Sebastián. Aterrizaje. “Acompañada de mi madre fuimos a la clínica. Puse la equis en la casilla que afirmaba que, si seguía adelante con el embarazo, tendría problemas psicológicos. Era el requisito para que el acto fuera legal, como si abortar no tuviera consecuencias psicológicas. Lo hicimos. Volvimos a casa y nunca más hablamos del tema: ni en mi familia, ni en mi pareja”.
Silencio. Frío.
¿Y tú te dices cosas por dentro?
Tampoco. La desconexión es total. El carpetazo sin fisuras era mi forma de digerirlo todo. Salí de la clínica como quien se va a hacer las ingles…
Pasa la Navidad, los santos inocentes, el año nuevo, los Reyes Magos, y Leire desembarca en Madrid “sin restos” de embarazo. Vuelve a las idas y venidas con su marido colombiano. Empieza una terapia personal, “no por nada, porque yo pensaba que mi vida estaba fantásticamente bien, pero desde mi etapa universitaria sufría vértigos, y después de mil pruebas médicas llegué a la conclusión de que aquello era psicológico”. Desde la primera consulta, Leire descubre “que el especialista me conoce mejor que yo misma. Me dio mucha confianza y empecé a trabajar con él mi relación de pareja, que seguía regular, con alguna infidelidad latente. Y, en ese camino, al año me vuelvo a quedar embarazada. Sin planificarlo”.
A la tercera sesión de terapia Leire acude con el test positivo de embarazo debajo del brazo. “Yo no quería repetir lo de la vez anterior, pero no por una cuestión moral, sino porque, dentro de mí, algo me decía que otro aborto destrozaría mi útero y yo tenía mucha ilusión de ser madre, aunque más adelante”. Sin embargo, “estaba muy perdida ante la nueva situación y sin saber por qué calle tirar”. El terapeuta la escucha con atención, le da la enhorabuena “y me dijo una frase que hizo magia dentro de mí: ‘Leire, deja de destruir y ponte a construir’. En un segundo, aquellas palabras le dieron sentido a toda mi vida, porque me permitió entender mi trayectoria. Había llegado el momento de parar”.
“Me conecté inmediatamente con el embarazo y me di cuenta de que llevaba dentro un bebé que sería mi hijo o hija. De aquella consulta salí súper ilusionada con ser madre. Aunque en el trabajo no estaba contenta, me daba igual. Aquello para mí tenía tanta fuerza que estaba dispuesta a superar cualquier obstáculo. Iba a las revisiones ginecológicas y lloraba de emoción. Hasta que en el tercer mes de gestación el médico me dio la noticia: el bebé que llevaba dentro no vivía”.
La piel dura de Leire muda de nuevo y lo recubre todo con una capa aún más gruesa que la anterior. Se enfrenta a un aborto natural cercenando cualquier conexión sentimental y emocional: “Bueno, pues fue bonito mientras duró…”. La pareja no remonta y, finalmente, lo dejan para siempre. La vida prosigue a trompicones. La consulta le hace ver algo de luz, pero por dentro todo sigue bastante oscuro. Así pasan más de tres años. Yendo y viniendo, mirando para otro lado, “viéndome en el espejo sin mirarme de verdad”. Trabajo, amigas, amigos, aventuras, prisas, días que nacen, noches que aplastan.
En ese camino de desarrollo personal que, pese a todo, mantiene, un día, en un encuentro de sanación, se abre la muralla: “Me permití abrir la compuerta que encerraba todo el dolor relativo a los abortos. Lo que salió de allí fue un dolor inabarcable. No podía parar de llorar. La culpa del primero y la pena del segundo me arrojaron a un precipicio emocional antes rechazado”.
Leire sorbe agua y sorbe limón. “Al conectarme con mis sentimientos, destapé una parte muy profunda y oculta que llevaba dentro. Por suerte, todas esas emociones me llegaron en un momento en el que me sentía respaldada por amigos de verdad para gestionar tanto dolor. Tomé conciencia de que había tenido dentro dos seres vivos vulnerables, y que, al primero, me lo había cepillado por iniciativa propia. Lo vi con toda la crueldad y la violencia que conlleva y me quedé impactada, porque no entendía cómo podía haber actuado con tanta falta de sensibilidad. Es la misma frialdad que congela a todas las madres que abortan, porque si vas blanda, te derrumbas por el camino. Las mujeres que abortamos acudimos a las clínicas o en shock o, de alguna forma, dirigidas, sin tener en cuenta ni la vida de un hijo, ni la nuestra. Y tampoco la del padre, por supuesto. No tenemos conciencia ni de la vida, ni de nuestros propios sentimientos, ni de nuestra feminidad”.
Leire va escarbando, pero no para soterrarse, sino para sobrevivir.
“En mi decisión de abortar no encontré ni resistencia, ni tampoco motivación. Las pocas personas que se cruzaron en el camino me decían: lo que tú quieras”. Su “camino de sanación” comienza reconociendo que ella había gestionado la situación pensando que tomaba una buena decisión. “Era joven, no tenía un proyecto vital asentado, ni residencia, ni trabajo fijo… No se cumplían las típicas condiciones idóneas para ser madre, comenzando por la de ser feliz con mi pareja. Rápidamente, justificas tu decisión. No piensas que te has machacado a ti misma. Ese mismo proceso interno de justificar lo injustificable lo escucho en otras mujeres que han abortado o apoyan el aborto, y las comprendo, porque yo he estado en ese callejón”.
De la mano de su terapeuta, Leire va asumiendo “lo injusto que es acabar con la vida de un bebé, aunque esté en mi vientre. En un razonamiento paralelo lógico, es muy fácil sentirte lo peor. Que no tienes corazón. Que no te mereces vivir ni que te pasen cosas buenas en la vida. Como feminista, me di cuenta de que era absurdo tener este pasado y pedir después respeto y dignidad”.
Apoyada por personas que no la culpabilizan, a la vez que se ve como una verduga, comprende con el tiempo “que soy víctima de un sistema que permite la violencia que ahora es legal e, incluso, está institucionalizada, subvencionada y, lamentablemente, promovida por entidades orientadas hacia la mujer. En la guerra todo vale”. Le sobran azuzadores y le faltan interlocutores. Rebobina y entiende que “había sido educada en un entorno familiar donde apenas se habla de sentimientos. Me advertían de que más vale desconfiar del hombre y me metieron dentro que, si tenía hijos, me los comería sola”. Y con todo, y después de todo, Leire avanza como puede, “sin tirar nunca la toalla, porque mantenía la ilusión de enamorarme. Hasta que, con mucho amor y ayuda, me conseguí perdonar. ¿Para qué seguir destruyéndome? A mis hijos no les honra esa actitud sin esperanza y pasivamente destructiva. Lo único que tiene sentido es que, mientras viva, trate de ser una mujer creativa y constructiva, que salva, que ayuda, y que cumple su sueño de felicidad”.

Durante sus avances en el desarrollo personal conoce a Antonio. “Él fue el último eslabón en ese proceso de darme una oportunidad para vivir. Una madre nunca olvida a los hijos que ha perdido. Es muy fácil conmocionarse y entristecerse pensando en ellos. Pero me relaciono con ellos ofreciéndoles cosas buenas a la vida en su nombre. Seguro que les hace felices ver a una mujer que se ha perdonado y que trata de ayudar a otras madres y padres a que no caigan en el mismo error”.
Leire y Antonio se enamoran y esperan un hijo. El tercer embarazo no está exento de cierto dolor, “porque no se puede olvidar a quienes antes estuvieron dentro”, pero el 6 de diciembre de 2017 es “el día más maravilloso y mágico de mi vida”. Nace Lander. “Cuando lo tuve en mis brazos y vi que estaba sano, que tenía unas manos enormes, me sentí increíblemente afortunada. No podía dejar de mirarlo. Me quedaba desvelada y embobada horas y horas. Y cada día estoy más enamorada de él. Hasta hoy. He entendido toda la pureza, el amor y la luz intrínseca en los niños. Toda mi historia pasada me ha hecho ser muy sensible y respetuosa con la vida, con las personas vulnerables. Es un niño feliz que, de alguna forma, honra la vida de mis hijos anteriores”.
Lander acaba de cumplir dos años y está embutido en plumón y gorro de lana paseando por el parque con la amona.
En la decisión del aborto hay padres que salvan y padres que empujan a la muerte. ¿Qué viviste y qué vives ahora?
Alguna vez he querido hablar con mi madre del error que cometimos: yo por ir, y ella por apoyarme o por no impedírmelo. Pero ella no quiere entrar en conciencia. Defiende que me apoyó en mi decisión y eso es suficiente para certificar que lo que hizo estuvo bien. Pero claro… Hay una conciencia superior que dicta que, si tu hijo se quiere tirar por el puente, haces lo que sea para evitarlo. Como veo que se resiste, no quiero entrar en guerra. Sigo por mi camino. Ni la meto, ni lo oculto. Pero, mírala, ahora está chochola perdida con su nieto. Es lo mejor que le ha podido pasar en los últimos veinte años. Quizás no me lo reconocerá, pero yo la veo…
Leire dice que siempre ha sido muy reivindicativa y muy guerrera. “Cuando me involucro en alguna causa, lo hago a tope”. A sus 37 primaveras coloreadas ha decidido ser “una activista de la vida, porque el aborto está acompañado de cientos de mentiras”. Las instituciones hablan de IVE (interrupción voluntaria del embarazo), “y a mí me gusta llamar a las cosas por su nombre: intervención violenta del embarazo. Eso es lo que está detrás de cada IVE. Con un aborto, el embarazo no se interrumpe, porque ese bebé jamás se recupera. La violencia de la absorción es brutal para el embrión. Y tampoco es realmente voluntario, porque actúas de forma desesperada. La sociedad nos ha metido en la cabeza que un embarazo y la maternidad te pueden destrozar la vida y muchas personas acuden al aborto no como una opción de vida, sino por puro instinto de supervivencia”.
Sostiene Navaridas que “es una misión mía personal, como mujer y como madre que ha abortado, como feminista, como persona que cree en el amor, decir: no lo consiento, no me callo, conmigo no pueden, y lo denuncio, y lo que haga falta. Por eso siempre estoy dispuesta a dar la cara, y disponible para las personas, centros educativos o medios de comunicación que me llaman para desentrañar las mentiras de una verdad tan seria”.
La sociedad nos ha metido en la cabeza que un embarazo y la maternidad te pueden destrozar la vida y muchas personas acuden al aborto no como una opción de vida, sino por puro instinto de supervivencia”
¿Cuáles son esas falacias?
Una de las gordas que más me repatea es la que consagra el aborto como un derecho para la mujer. ¡No hay ningún derecho que pueda basarse en la destrucción de otro ser humano! ¡Es una reivindicación tan violenta en sí misma que me indigna profundamente! Es más, quienes reclaman eso esconden lo destrozadas que quedamos las mujeres cuando abortamos. ¡Ningún derecho te puede destrozar la vida! Si esto fuera el cielo, las mujeres que hemos abortado estaríamos muy agradecidas, y lo promoveríamos constantemente. Dudo que las mujeres más activistas en el aborto seamos las que hemos pasado por ahí, porque nosotras quedamos fuera de juego. Hay mujeres que toman una iniciativa violenta como respuesta al machismo. Responder al machismo con violencia no es feminismo. El feminismo no se puede apoyar en nada que no sea el amor. De la misma forma que las que defendemos a la mujer no permitimos el machismo, no tiene sentido idolatrar un feminismo destructivo. El feminismo salva vidas, protege, ayuda y defiende a todas las mujeres embarazadas, cualquiera que sea su situación.
¡Ningún derecho te puede destrozar la vida! Si esto fuera el cielo, las mujeres que hemos abortado estaríamos muy agradecidas, y lo promoveríamos constantemente
823.969 abortos oficiales en diez años
Estos son los últimos datos oficiales del aborto en España ofrecidos por el Ministerio de Sanidad: 95.917 en 2018. Sumando las cifras gubernamentales, 823.969 niños ni queridos, ni nacidos, ni enterrados han desaparecido en esta década de un país sumergido en una profunda crisis de natalidad. Desde la aprobación de la Ley de Zapatero en 2010, cada día salen del seno materno 262 inocentes sepultados en basuras orgánicas.
La mayoría de ellos mueren en Cataluña (19.708), Madrid (16.330), Baleares, Asturias, Murcia, Canarias y Andalucía. Por ciudades, en 2018 Barcelona fue la capital del aborto con 15.335 puntos-finales.  
Las estadísticas ofrecidas por el Gobierno hablan hoy de que 67.632 abortos se produjeron hasta las ocho semanas de gestación. 148 casos se llevaron a cabo a partir del quinto mes de embarazo. 86.749 mujeres pidieron abortar sin que su salud o la del feto estuvieran en peligro, y 60.961 se sometieron al procedimiento de dilatación, aspiración, y olvido. “Como si me hiciera las ingles”. De todas las madres que decidieron no ser madres, 44.199 no tenían ningún hijo, y 603 eran ya madres de cinco hijos o más.
Los datos contrastan con el total de nacimientos en el país: 393. 181 en 2018, un 4,2% menos que en 2017. El 19,2% de los nuevos hijos son de madre extranjera en un contexto social donde la edad media de la maternidad ronda los 32 años. La tasa de fecundidad se congela en España en un tísico 1,31%, una de las más bajas de toda la Unión Europea.
¿El activismo provida te ha perjudicado social o laboralmente?
Leire: Para nada. Mi jefa no apoya el aborto. Digamos que es provida. Tiene mucha sensibilidad. Apoya muchísimo la maternidad con medidas prácticas y ha ganado varios premios de conciliación. Eso me ha allanado el camino para dar a luz a Lander, porque la estabilidad y la seguridad laboral son muy importantes para ser una madre feliz.Leire3
Una red para madres
Por casualidad, un día Leire conoció RedMadre. “Poniendo un anuncio para regalar una mesa en un portal de segunda mano, leí una publicidad que decía algo así: ‘Si eres madre y necesitas ayuda, pañales, ropa, … llámanos’ Pensé que detrás de ese reclamo habría gente trabajando por las madres con dificultades y, como estaba en paro y tenía tiempo, decidí implicarme pensando que sería una asociación pequeña y necesitarían voluntarios. Cuando me presenté en la sede el primer día descubrí que era una institución en toda regla. Admiro mucho el trabajo de RedMadre, que acompaña a la mujer embarazada hasta el final, incluso si ha decidido abortar a su hijo.  Allí trabajan para ofrecer soluciones ante los problemas personales, psicológicos, económicos, laborales que pueda presentar la maternidad. Colaboré con ellos en el departamento de Comunicación de su fundación, y allí empecé a romper mi silencio, porque entendí que mi testimonio ayudaba a entender qué lleva a una mujer a abortar, que en ese círculo provida era una gran incógnita, además de poder servir de ayuda a otras mujeres”.
En el trayecto hacia el aborto, en el camino de Leire “no se cruzó ninguna mano realmente amorosa. Si alguien me hubiera acompañado con conciencia no habría dado el paso. En conciencia, muy pocas mujeres serían capaces de abortar, ¡Va contra natura!
En marzo de 2020 RedMadre cumplirá 13 años “dando respuesta a la necesidad de apoyar a la mujer embarazada, muchas veces penalizada en el ámbito laboral, familiar y social”. En lo particular, ha atendido y acompañado en este tiempo a 106.210 mujeres. En lo general, impulsa y promueve “la cultura de la vida y la defensa de la maternidad”. Desde que un grupo de voluntarias se lanzó a este mar espeso, las personas que están detrás de esta asociación han logrado que “más de 9 de cada 10 mujeres continúen con su embarazo con el máximo respeto a su libertad”. Más del 87% de las mujeres que llaman a estas puertas tienen entre 18 y 39 años. En 2018, el 52,77% eran extranjeras. Desde sus sucursales diseminadas por diferentes ciudades de España han ofrecido orientación, formación, acompañamiento emocional, legal y psicológico. Han donado pañales, canastillas de recién nacidos y leche maternizada. Y han sacado del hoyo a mujeres maltratadas, solas, desempleadas. De un hoyo que las instituciones todavía no han convertido en una prioridad, ni siquiera con esta crisis de natalidad y con un Gobierno que se proclama “socialista, feminista y ecologista”.
Vuelve Leire al primer plano.
¿La fe ha estado presente en este viaje de diez años?
Nací en una familia atea. Nunca me ha entrado en la cabeza que existiera un Dios que fuera bueno mientras yo veía en la televisión niños africanos que morían de hambre. Mi razón no era capaz de ajustar todas esas piezas. En mi desarrollo personal, el terapeuta ha sido también un guía espiritual, porque es en el alma donde se resuelven las cosas. Ahí es donde puedo salvar la vida de mis hijos muertos y darles lo que no he podido ofrecerles en la tierra. Mi lenguaje no es cristiano, pero sí es espiritual. Si no entras en ese plano real, algunas decisiones de la vida no tienen salida ni resolución.
Desde este quiosco de Navidad Leire mira de reojo constantemente a Lander, “un niño que tiene el don de alegrarte la vida. Él siempre está para ser una causa mayor de arreglar las cosas y que mi pareja y yo estemos muy unidos, y seamos felices. Digo pareja, porque tenemos pendiente casarnos. Pero decía que la vida en pareja es muy difícil, porque uno está tan echo polvo de las relaciones anteriores, de lo que te han machacado y roto el corazón, que no te queda otra que estar todo el día luchando contra los fantasmas de los miedos, los odios, los rencores... Antonio y yo queremos poner los medios para llegar hasta el final. La motivación de los hijos ante este reto es increíble”.

elconfidencialdigital.com

Juan Ramón Domínguez Palacios

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