Primero:
Ayer tuve una larga conversación con un amigo de Estados Unidos. Le pedí que me llamara para discutir un punto de mi libro sobre el infierno. sabía muy bien a quién llamaba. Quería discutir, no escuchar a alguien que me diera la razón. Quería dialogar para que me aportara. Fue una fructífera conversación de una hora y veintidós minutos.
Ese punto de mi futuro libro será el resultado de la evolución teológica de toda una vida. Será la muestra de que, en teología, todo se puede discutir si no forma parte del depósito de la fe. Todo, todo, todo está sujeto a discusión, a reflexión que lleve a cambios, a añadir matices. Solo el depósito de la fe está fuera de toda discusión.
Segundo:
Hoy he escuchado una frase, no sé si es anónima, que es muy graciosa: El progreso es la iglesia del siglo XIX más visitada.
Tercero:
Antes me hago monárquico que progresista. Antes me hago carlista que ser abrazado como uno de los suyos por las sectas de lo políticamente correcto. Antes cubierto de pelucas, puntillas y toda esa docena de capas agobiantes que ser elogiado por los neonazis del nuevo orden. Este es un ejemplo de cómo ir sencillo, pero arreglado:
Cuarto:
--¿Es usted retrógrado?
--Creo que la palabra “retrógrado” no expresa suficientemente bien mi desagrado por eso que usted llama “progresismo”. Pero, a falta de una palabra mejor, de momento defíname como un retrógrado fanático, sí.
Quinto:
Ahora no recuerdo si os puse esta preciosa pista de una banda sonora. Es una música esencial, minimalista, casi. Música con letras mayúsculas:

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