(616) Evangelización de América, 99. La Cristiada (3). –Arreglos

 Mártires Crristiada canonizados

–¿Cómo pudo darse una solución tan pésima a la guerra de los cristeros?

–Porque “la Iglesia” que negoció con el Estado mexicano fue un par de Obispos engañados..

 

–Los «Arreglos» entre la Iglesia y el Estado mexicano

La historia de los Arreglos alcanzados en junio de 1929 es tan dura y tan gloriosa como lo es el martirio. Daremos en forma breve su relato, ateniéndonos sobre todo a la documentada información que López Beltrán ha dado recientemente del asunto. Mons. Ruiz y Flores, Delegado Apostólico ad referendum, escogió como secretario para negociar a Mons. Pascual Díaz y Barreto, el «único Obispo que había mostrado decidido empeño en lograr una transacción con los callistas» (Lpz. Beltrán 499).

Ambos fueron traídos de los Estados Unidos a México, incomunicados en un vagón de tren, por el embajador norteamericano Dwight Whitney Morrow, banquero y diplomático, protestante y masón, cómplice de Calles y del presidente Portes Gil. Ya en la ciudad de México continuaron incomunicados en la lujosa residencia del banquero Agustín Legorreta. No recibieron ni a los Obispos mexicanos ni a un enviado de la Liga. Tampoco quisieron recibir al Obispo Miguel de la Mora, secretario del Subcomité Episcopal, que mandó aviso a Mons. Flores de que «tenía grandes y urgentes cosas que comunicarle, y que no fuera a pactar nada sin antes oírlo». Las puertas de aquella casa, en esos días, sólo estuvieron abiertas «para Morrow, para los sacerdotes extranjeros: Wilfrid y Parsons y Edmundo Walsh, S.J. [experto en política internacional de la universidad de Georgetown], para Cruchaga Tocornal, el embajador de Chile, y para otros extranjeros. Para los extraños. No para los mexicanos» (Lpz. Beltrán 516).

Puede afirmarse, pues, que los dos Obispos de los Arreglos con Portes Gil no cumplieron las Normas escritas que Pío XI les había dado, pues no tuvieron en cuenta el juicio de los Obispos, ni el de los cristeros o la Liga Nacional; tampoco consiguieron, ni de lejos, la derogación de las leyes persecutorias de la Iglesia; y menos aún obtuvieron garantías escritas que protegieran la suerte de los cristeros una vez depuestas las armas.

Solamente consiguieron del Presidente unas palabras de conciliación y buena voluntad, y unas Declaraciones escritas en las que, sin derogar ley alguna, se afirmaba el propósito de aplicarlas «sin tendencia sectaria y sin perjuicio alguno». Así las cosas, los dos Obispos, convencidos por el embajador norteamericano Morrow de que no era posible conseguir del Presidente más que tales Declaraciones, y aconsejados por Cruchaga y el padre Walsh, que las «creían suficientes», aceptaron este documento redactado personalmente en inglés por el mismo Morrow:

«El Obispo Díaz y yo hemos tenido varias conferencias con el C. Presidente de la República… Me satisface manifestar que todas las conversaciones se han significado por un espíritu de mutua buena voluntad y respeto. Como consecuencia de dichas Declaraciones hechas por el C. Presidente, el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de acuerdo con las leyes vigentes. Yo abrigo la esperanza de que la reanudación de los servicios religiosos [expresión protestante, propia de Morrow, su redactor] pueda conducir al Pueblo Mexicano, animado por un espíritu de buena voluntad, a cooperar en todos los esfuerzos morales que se hagan para beneficio de todos los de la tierra de nuestros mayores. México, D.F. Junio 21 de 1929.-Leopoldo Ruiz, Arzobispo de Morelia y Delegado Apostólico» (Lpz. Beltrán 527).

Las leyes vigentes, por supuesto, eran aquéllas que habían desencadenado la Cristiada. ¿Para derogar aquellas leyes vigentes habían muerto inútilmente veinte o treinta mil cristeros?…

 

–¿Inútil la Cristiada?

¿En vano lucharon, con tan grandes pérdidas y sufrimientos, los cristeros y sus familias? 

En 1929 el jesuita Eduardo Iglesias, bajo el pseudónimo Aquiles P. Moctezuma, en El conflicto religioso de 1926, escribía relativamente satisfecho: «Terminadas felizmente las conferencias entre el Estado y la Iglesia»… (441). Felizmente: No es ésa la interpretación hoy más común; ni tampoco entonces. Pero también hay actualmente quienes estiman que los Arreglos «fueron los menos malos posibles dentro de las circunstancias». Así lo cree, por ejemplo, Juan Landerreche Obregón, quien además insiste en que los Arreglos

«de ninguna manera significaron que el esfuerzo, el sacrificio y la sangre de los cristeros hayan sido inútiles para la libertad de la Iglesia Católica y el respeto a la religión y a los fieles. Por el contrario, los cristeros demostraron al gobierno con sus sacrificios, sus esfuerzos y sus vidas, que en México no se puede atacar impunemente a la religión católica ni a la Iglesia… Y todo esto se demostró en forma tan convincente a los tiranos, que los obligó no sólo a desistir de la persecución religiosa, sino los ha obligado también a respetar la religión y la práctica y el desarrollo de la misma, a pesar de todas las disposiciones de la Constitución [de 1917] que se oponen a ello, y que no se cumplen, porque no se pueden cumplir, porque el pueblo las rechaza… Los frutos [de la Cristiada] se han recogido y se siguen recogiendo sesenta años después de su lucha y seguramente culminarán a su tiempo en la realización plena por la que lucharon quienes dieron ese testimonio» (Prólogo a E. Mendoza, Testimonio 4,7-8).

En 1993 el gobierno de México concedió a la Iglesia un precario reconocimiento legal como asociación religiosa, y restableció sus relaciones diplomáticas con la Santa Sede.

 

–Un triunfo de la masonería

Unos días después de los Arreglos logrados sobre todo por los masones Morrow y Portes Gil, el 27 de junio de 1929, los masones dieron un gran banquete al presidente Portes Gil, el cual a los postres habló «a sus reverendos hermanos»:

«Mientras el clero fue rebelde a las Instituciones y a las Leyes, el Gobierno de la República estuvo en el deber de combatirlo… Ahora, queridos hermanos, el clero ha reconocido plenamente al Estado. Y ha declarado sin tapujos: que se somete estrictamente a las Leyes (aplausos). Y yo no podía negar a los católicos el derecho que tienen de someterse a las Leyes… La lucha [sin embargo] es eterna. La lucha se inició hace veinte siglos. Yo protesto ante la masonería que, mientras yo esté en el Gobierno, se cumplirá estrictamente con esa legislación (aplausos).

«En México, el Estado y la masonería, en los últimos años, han sido una misma cosa: dos entidades que marchan aparejadas, porque los hombres que en los últimos años han estado en el poder, han sabido siempre solidarizarse con los principios revolucionarios de la masonería» (+Lpz. Beltrán 540-541).

Alude a la misma revolución que asesinó a García Moreno, y que tantas victorias ha logrado en los siglos XIX y XX en la América hispana con el apoyo de la masonería local y norteamericana. Portes Gil más tarde, en su libro La lucha entre el Poder Civil y el Clero, dejó bien claro que «su aparente capitulación [de los Obispos] a la que dieron el nombre de un arreglo con el Gobierno, no fue otra cosa que someterse incondicionalmente a la ley» (547). En 1958, ajeno a la Iglesia, murió en Mixcoac, y en la esquela publicada por «la Muy Respetable Gran Logia Valle de México» se le citaba como «Miembro Activo y Gran Capitán de Guardias de este Supremo Consejo del Grado 33» (546).

 

–Licenciamiento de los cristeros

El Jefe supremo de la Guardia Nacional, general Jesús Degollado Guízar, dirigió a todos los cristeros, «a pesar de que se nos desgarra el alma», un patético mensaje de licenciamiento, del que entresacamos el último párrafo:

«La Guardia Nacional desaparece, no vencida por nuestros enemigos, sino, en realidad, abandonada por aquellos que debían recibir, los primeros, el fruto valioso de sus sacrificios y abnegación. ¡AVE, CRISTO! Los que por Ti vamos a la humillación, al destierro, tal vez a la muerte gloriosa, víctimas de nuestros enemigos, con el más fervoroso de nuestros amores, te saludamos y, una vez más, te aclamamos.

REY DE NUESTRA PATRIA.

¡VIVA CRISTO REY!

¡VIVA SANTA MARIA DE GUADALUPE!

Dios, Patria y Libertad».

«Tal vez a la muerte gloriosa...» En efecto, poco después de los Arreglos, el Gobierno, mostrando «el espíritu de buena voluntad y respeto» asegurado a los Obispos negociadores, comenzó a través de siniestros agentes «el asesinato sistemático y premeditado» de los cristeros que habían depuesto sus armas, «con el fin de impedir cualquier reanudación del movimiento… La caza del hombre fue eficaz y seria, ya que se puede aventurar, apoyándose en pruebas, la cifra de 1.500 víctimas, de las cuales 500 jefes, desde el grado de teniente al de general».

También «hay que decir, y esto honra a aquellos hombres, que más de un general federal advirtió a los cristeros del peligro que los amenazaba» (Meyer I, 344-346). De todos modos, aún con esto, más jefes cristeros fueron muertos después de los Arreglos que durante la guerra.

Esto supuso una larga y durísima prueba para la fe de los cristeros, que sin embargo se mantuvieron fieles a la Iglesia con la ayuda sobre todo de los mismos sacerdotes que durante la guerra les habían asistido.

 

–Después de los Arreglos

El capellán de los cristeros de Colima, padre Enrique de Jesús Ochoa, en Los cristeros del volcán de Colima, cuenta que «lloró de verdad el mismo Señor Ruiz y Flores cuando se vió burlado, cuando miró el fracaso de aquellos Arreglos, “si arreglos pueden llamarse", según él mismo dijo, escribiendo de su puño y letra (el 1º de agosto de 1929)».

Y añade: «Yo mismo he visto llorar al Papa [Pío XI] cuando trata el asunto de los arreglos de México: L’ho veduto piàngere, decía el Cardenal Boggiani al vicepresidente de la Liga Nacional, don Miguel Palomar y Vizcarra; y al que esto escribe, en Roma el año 1930» (+Lpz. Beltrán 517).

La verdad es que los dos obispos de los Arreglos, y especialmente Mons. Pascual Díaz, sufrieron mucho en los años posteriores, y al menos por parte de algunos sectores, padecieron un verdadero linchamiento moral.

Publicó la revista «30 días» (1993, n.66) una entrevista con la pintora mexicana Dolores Ortega, de 85 años, que vivió de cerca la Cristiada con su marido, Carlos Díez de Sollano, uno de los responsables de la Liga Nacional. A la pregunta ¿por qué los obispos firmaron los acuerdos?, responde: «Estaban confundidos y los engañaron. Después de los arreglos, convidamos a cenar a monseñor Díaz, arzobispo de México. Estábamos comiendo y mi esposo le dice: “Oigame, Ilustrísima, ¿qué me dice usted de los arreglos?” Bajó los ojos, casi se le saltaron las lágrimas y le dice: “Mira Carlitos, ese asunto no me lo toques, me causa mucho dolor. Nos engañaron"». Y continúa el periodista: También ustedes cayeron en el engaño. A lo que contesta la señora Ortega: “No, de ningún modo. Nosotros sabíamos que era una trampa, que el Gobierno no respetaría nunca los arreglos. Lo sabíamos todos, los de la Liga y los cristeros". Sabían ustedes que era un engaño, que entregando las armas y dejando la clandestinidad la muerte era segura. ¿Por qué lo hicieron, entonces? “Porque lo mandaba la Iglesia. Por fidelidad, por obediencia a la Iglesia"».

Así fue. Y aún hoy el pueblo católico mexicano se distingue por el afecto y respeto que siente por sus Obispos y sacerdotes. Pero hagamos crónica de los mártires, lo más importante de todo cuanto ocurrió en torno a la Cristiada.

 

–Los beatos mártires de México

Una vez suspendido el culto en México el 31 de julio de 1937, la inmensa mayoría del clero, unos 3.500, obedeciendo a sus Obispos, se fue recogiendo en las grandes ciudades, controladas por el gobierno, con lo que los civiles y combatientes del campo quedaban sin pastores. Estos sacerdotes, aunque sujetos a estricta vigilancia y en ocasiones a vejaciones, no corrieron normalmente peligro de muerte.

Por el contrario, los sacerdotes que permanecieron en el campo, lo hicieron con gravísimo riesgo, conscientes de que si eran apresados, serían ejecutados, muchas veces con sadismo, ya que el gobierno pensaba que «fusilando sin compasión a todo sacerdote cogido en el campo, obligaba a los demás, aterrorizados, a refugiarse en la ciudad», y esperaba así que «dejando a los campesinos sin sacerdotes, sofocaría rápidamente la rebelión» (Meyer I,40).

Se calcula que cien o doscientos permanecieron en el campo, escondidos con la protección de los fieles, que en muchos casos fueron también ejecutados por darles cobijo. López Beltrán, considerando los años 1926-29, da los nombres de 39 sacerdotes asesinados, más los de 1 diácono, 1 minorista y 6 religiosos (343-4). Guillermo Mª Havers recoge los nombres de 46 sacerdotes diocesanos ejecutados en el mismo período de tiempo (Testigos de Cristo en México 205-8). Muchos de estos curas pertenecían a la archidiócesis de Guadalajara (Jalisco, Zacatecas, Guanajuato) o a la diócesis de Colima, pues sus prelados, Mons. Orozco y Jiménez y Mons. Velasco, permanecieron en sus puestos, con buena parte de su clero.

 

–Beatificación de los mártires

El 22 de noviembre de 1992, San Juan Pablo II beatificó a veintidós de estos sacerdotes diocesanos, y a tres seglares. Y dijo de los curas mártires que «su entrega al Señor y a la Iglesia era tan firme que, aun teniendo la posibilidad de ausentarse de sus comunidades durante el conflicto armado, decidieron, a ejemplo del Buen Pastor, permanecer entre los suyos para no privarlos de la Eucaristía, de la palabra de Dios y del cuidado pastoral. Lejos de todos ellos encender o avivar sentimientos que enfrentaran a hermanos contra hermanos. Al contrario, en la medida de sus posibilidades procuraron ser agentes de perdón y de reconciliación».

La Conferencia del Episcopado Mexicano, en el libro ¡Viva Cristo Rey! publicó breves reseñas biográficas de los mártires que han sido beatificados, y también de otros muchos (+Lpz. Beltrán 243-487; Havers, Testigos de Cristo en México). Recuerdo aqui los santos nombres de los 22 sacerdotes y de los 3 seglares, con las fechas de su martirio.

En 1915: David Galván Bermúdez, en la persecución de Carranza (30-1).

En 1926: Luis Batis Sainz, y con él fueron beatificados tres feligreses de la Acción Católica, Manuel Morales, casado, Salvador Lara Puente, y su primo David Roldán Lara (15-8).

En 1927: Mateo Correa Magallanes (6-2); Jenaro Sánchez (18-2); Julio Alvarez Mendoza (30-3); David Uribe Velasco (12-4); Sabas Reyes Salazar (13-4); Cristóbal Magallanes, con su coadjutor Agustín Sánchez Caloca (25-5); José Isabel Flores (21-6); José María Robles (26-6); Miguel de la Mora (7-8); Margarito Flores García (12-11); Pedro Esqueda Ramírez (22-11).

En 1928: Jesús Méndez Montoya (5-2); Toribio Romo González (25-2); Justino Orona Madrigal (1-7); Atilano Cruz Alvarado (1-7); Tranquilino Ubiarco (5-10);

En 1937: Pedro de Jesús Maldonado (11-2), en una persecución desatada en Chihuahua, en tiempo del presidente Lázaro Cárdenas (1934-40).

 

–Canonización de los mártires

Juan Pablo II canonizó a estos santos mártires el 21de mayo de 2000.

 

* * *

–Varios mártires más notables

Recordemos, al menos en breve, la vida y muerte de algunos mártires de la Cristiada.

 Arzob. Orozco y Bto. Anacleto González

+Anacleto González Flores (1888-1927)

Nació en Tepatitlán, Jalisco, entró en el Seminario de San Juan de los Lagos, Jalisco, pero pasó a la Escuela de Leyes, siguiendo una vocación claramente laical. Él organizó la Unión Popular en Jalisco, impulsó la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, y se distinguió como profesor muy culto, orador y escritor católico. El Maistro Cleto, como solían decirle con respeto y afecto, era un cristiano muy piadoso, como lo expresa el siguiente dato:

«Al final del Rosario, los cristeros de Jalisco añadían esta oración compuesta por Anacleto González Flores: “¡Jesús misericordioso! Mis pecados son más que las gotas de sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al ejército que defiende los derechos de tu Iglesia y que lucha por ti. Quisiera nunca haber pecado para que mi vida fuera una ofrenda agradable a tus ojos. Lávame de mis iniquidades y límpiame de mis pecados. Por tu santa Cruz, por mi Madre Santísima de Guadalupe, perdóname, no he sabido hacer penitencia de mis pecados; por eso quiero recibir la muerte como un castigo merecido por ellos. No quiero pelear, ni vivir ni morir, sino por ti y por tu Iglesia. ¡Madre Santa de Guadalupe!, acompaña en su agonía a este pobre pecador. Concédeme que mi último grito en la tierra y mi primer cántico en el cielo sea ¡Viva Cristo Rey!“» (Meyer III,280).

Pues bien, el 1 de abril de 1927 fue apresado con tres muchachos colaboradores suyos, los hermanos Vargas, Ramón, Jorge y Florentino. «Si me buscan, dijo, aquí estoy; pero dejen en paz a los demás». Fue inútil su petición, y los cuatro, con Luis Padilla Gómez, presidente local de la A.C.J.M., fueron internados en un cuartel de Guadalajara. Allá interrogaron sobre todo al Maestro Cleto, pidiéndole nombres y datos de la Liga y de los cristeros, así como el lugar donde se escondía el valiente arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. Como nada obtenían de él, lo desnudaron, lo suspendieron de los dedos pulgares, lo flagelaron y le sangraron los pies y el cuerpo con hojas de afeitar. Él les dijo:

«Una sola cosa diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo, el triunfo de la Religión y de mi Patria».

Atormentaron entonces frente a él a los hermanos Vargas, y él protestó: «¡No se ensañen con niños; si quieren sangre de hombre aquí estoy yo!». Y a Luis Padilla, que pedía confesión le dijo: «No, hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, no un Juez, el que nos espera. Tu misma sangre te purificará». Le atravesaron entonces el costado de un bayonetazo, y como sangraba mucho, el general que mandaba dispuso la ejecución, pero los soldados elegidos se negaban a disparar, y hubo que formar otro pelotón. Antes de recibir catorce balas, aún alcanzó el buen maestro Anacleto a decir: «¡Yo muero, pero Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!».

Y en seguida fusilaron a Padilla y los hermanos Vargas (+Rivero 131-133).

 

+El padre Cristóbal Magallanes (1869-1927)

Es el primer citado en la canonización de los 25 mártires ya referida, lo cual es significativo en las canonizaciones colectivas. Al comienzo de las persecuciones, cerrado el gran Seminario de Guadalajara (1916), fundó un Seminario en su propia parroquia. Los soldados del gobierno lo capturaron el 21 de mayo de 1927 y el general Francisco Goñi lo encontró culpable por el simple hecho de ser sacerdote. Le fusilaron cuatro días después.

Ejeccutaron junto a él al padre Agustín Caloca, más joven que él. Poco antes del fusilamiento, el padre Magallanes le confortó diciéndole: «Debes estar tranquilo, hijito, solo un momento y luego, el Cielo». Y a quienes les iban a fusilar les dijo: «Yo muero inocente, y le pido a Dios que mi sangre sirva para la unión de mis hermanos mexicanos».

 

+El padre Miguel Agustín Pro Juárez, SJ (1891-1927)

El P. Pro, beatificado por el papa Juan Pablo II (25-09-1988), a diferencia de los sacerdotes asistentas de los cristeros en el campo, estaba en la ciudad de México por orden de sus superiores, dedicándose ocultamente al apostolado. Con ocasión de un atentado contra el presidente Obregón, fueron apresados y ejecutados los autores, y con ellos fueron también eliminados el padre Pro y su hermano Humberto, que eran inocentes (23-11-1927) (+Rafael Ramírez Torres, Miguel Agustín Pro; y Luis Butera, Un mártir alegre. Vida del P. Miguel Pro).

 

+El adolescente José Sánchez del Río (1913-1928)

San José Sánchez del RioNacido en Sahuayo, Michoacán, siguió el ejemplo de su hermano Miguel, y a sus 13 años quiso él también alistarse con los cristeros para defender la fe y la Iglesia. Consiguió el permiso de su madre diciéndol: «Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión». Aquel adolescente, incorporado a su grupo de cristeros, fue para ellos modelo de alegría y piedad, confianza y valor en las luchas.

Apresado en un combate cerca de Cotija, fue encarcelado, y resistió al general callista, que quiso persuadirle para que se integrara en sus fuerzas. El 10 de febrero de 1928, después de atormentarlo, sin conseguir su apostasía, lo llevaron al cementerio. Y a cada puñalada que recibía, gritaba «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!». Beatificado por Juan Pablo II (20-11-2005), fue canonizado por el papa Francisco (16-10-2016).

–Los frutos inmensos de la Cristiada

La epopeya martirial de la Cristiada en México –y en toda la Iglesia, concretamente en la persecución religiosa padecida poco después en España (1936-1939)– dio muchos y preciosos frutos espirituales, como señaló Juan Pablo II en la canonización referida de los mártires:

«Tras las duras pruebas que la Iglesia pasó en México en aquellos convulsos años, hoy los cristianos mexicanos, alentados por el testimonio de estos testigos de la fe, pueden vivir en paz y armonía, aportando a la sociedad la riqueza de los valores evangélicos. La Iglesia crece y progresa, siendo crisol donde nacen abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas, donde se forman familias según el plan de Dios y donde los jóvenes, parte notable del pueblo mexicano, puede crecer con la esperanza de un futuro mejor» (Homilía 21-V-2000).

La Iglesia Madre es fecunda en hijos y vocaciones en la medida en que es martirial. Y se hace infecunda en la medida en que se concilia con el mundo, tratando de rehuir sistemáticamente el martirio. Pero en tales casos no consigue evitarlo, y por el contrario lo aumenta, porque el mundo, viendo a la Iglesia más débil y temerosa, se atreve a combatirla con más fuerza.

«Acordaos de la palabra que os digo: “No es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán”» (Jn 15,20).

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

 

23:01

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