Era vieja diversión en los pueblos ofrecer una sonora cencerrada en su noche de bodas a los viudos que volvían a contraer matrionio. Los mozos se ocupaban de montarse una juerga a costa del pobre viudo. Bebían, comían y bailaban mientras hacían sonar los cencerros al grito de “¡que siga la cencerrá!".
Esa expresión también se utiliza ya de forma más coloquial ante una situación de locos que no parece tener remedio. Ya saben, una barbaridad, otra, un despropósito. Pues vale, que siga la cencerrá.
En nuestra querida Iglesia católica llevamos tiempo con la más estruendosa cencerrada nocturna y diurna. Uno celebra vestido de payaso y otro se inventa la plegaria eucarística. Este cura pone una estelada y un lazo amarillo en la torre de la iglesia y esas monjas esconden las urnas de aquel referendum ilegal. Un supuesto teólogo defiende la resurrección de Cristo como mera experiencia subjetiva y aquel otro aboga por la supresión del primado de Pedro. Obispos que reafirman la doctrina tradicional sobre el matrimonio y obispos que dicen que dónde está el problema para la comunión de los que viven maritalmente sin sacramento. No pasa nada. Que siga la cencerrá.
Hoy me encuentro con el enésimo despropósito, quen si lo traigo al blog no es en absoluto porque sea especialmente escandaloso, sino simplemente porque es un ejemplo más de hasta dónde estamos llegando.
Leo que el señor arzobispo de Hamburgo, monseñor Stefan Hesse, pide a Roma que se abra un debate sobre la posible ordenación sacerdotal de la mujer, olvidando el pequeño detalle de que esta cuestión quedó zanjada por Juan Pablo II en la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis, en la que solemnemente se declara que “con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia“. Punto pelota. Roma locuta, causa finita.
Comprendo que en el bar Manolo y la Juana se permitan decir que eso es una bobada. Cuento con que en la comunidad de base Juan XXVII se proteste acaloradamente. Estoy convencido que Puri (en el convento sor Purificación de la Santísima Trinidad) y Lola (en el claustro hermana Dolores del Calvario), así como Mari, Juani y Manole (del colectivo LGTBIXYZ) seguirán reivindicando ser presbíteres aunque solo sea para cargarse la liturgia y consagrar con mojitos, mucho más in que lo del pan y el vino. Va en el lote.
Pero lo que no tiene razón de ser es que un arzobispo se ponga por montera una Carta Apostólica que deja expresamente zanjada la cuestión y de manera definitiva. El señor arzobispo de Hamburgo tiene, entiendo, la grave obligación de aceptar, defender y predicar la doctrina de la Iglesia, no sus propios saberes, quereres y entenderes. ¿Qué no está dispuesto a renunciar a sus peculiares puntos de vista aún sabiendo que chocan frontalmente con la doctrina? No hay problema. Sea coherente. Renuncie a su cargo, pida incluso dispensa del estado clerical, abandone la Iglesia católica, quédese en el mundo como el señor Stefan Hesse y entonces sí, diga todo lo que quiera.
Lo que no es admisible es que el pueblo de Dios en Hamburgo sea pastoreado por quien pone en entredicho la doctrina de la Iglesia. Así que o bien rectifica públicamente o alquien tendrá que llamarle al orden.
Jorge… Ni rectifica ni le llaman al orden.
Vale. Pues que siga la cencerrá.
Publicar un comentario