(612) Evangelización de América, 95. San Ezequiel Moreno, un Obispo molesto (2)

 

 Agustinos recoletos, Monteagudo, Navarra. Noviciado

–Pocos Obispos habrán padecido como éste una persección tan fuerte en nuestro tiempo.

–Hoy también son perseguidos los Obispos que, fieles a la Iglesia Católica, combaten el liberalismo modernista.

 

–Obispo de Pasto

Tras unos rumores de aviso, en febrero de 1896 llegó al Vicariato de Casanare comunicación oficial de que Mons. Ezequiel Moreno había sido nombrado obispo de Pasto. Poco después, en abril, su sucesor en el Vicariato fue ordenado obispo, el padre Nicolás Casas. Y en seguida partió el padre Ezequiel a su nuevo destino, Pasto, a unos 900 kilómetros al sur de Bogotá, cerca de la frontera con Ecuador.

La diócesis de Pasto, con unos 460.000 habitantes en una superficie de 160.000 Km2 (hoy 6.813 Km2), tenía 46 parroquias, cada una con su templo, 6 viceparroquias y 56 capillas rurales. Contaba con comunidades de capuchinos y filipenses, y varias congregaciones femeninas. Los jesuitas dirigían el Seminario y los maristas tenían un colegio. Situada la diócesis al extremo sur de Colombia, lindaba con la república del Ecuador y con el océano Pacífico. La sede tenía una digna catedral y un decoroso palacio. No aceptó el nuevo obispo en su alcoba la cama principesca que allí había, y en su lugar puso un jergón de paja, acomodado a su costumbre.

Durante sus diez años de ministerio episcopal, desde el primer momento, el padre Ezequiel se ganó el corazón de los pastusos, que le fueron siempre fieles, hasta en los momentos más adversos. Su obra pastoral fue muy considerable, y en ella cabe destacar, junto a sus agotadoras visitas pastorales, la promoción del Vicariato Apostólico del Caquetá, confiado a los capuchinos, y de la Prefectura Apostólica de Tumaco. Habremos, sin embargo, de limitar nuestra crónica a unos pocos aspectos de su vida y ministerio.

 

–Maestro de la fe católica: Carta pastoral 1ª

A pesar de su situación periférica, en adelante las Cartas Pastorales del obispo de Pasto iban a resonar con fuerza en todo el país y aun fuera de él. Se daba la circunstancia de que el límite sur de la diócesis coincidía unos 600 kilómetros con la frontera de la república del Ecuador, donde la Iglesia, pasados los años del presidente García Moreno, sufría violenta persecución religiosa del gobierno liberal del general Eloy Alfaro, alzado al poder en 1895, y que prestaba su ayuda a los intelectuales y a los revolucionarios liberales de Colombia…

Así las cosas, el padre Ezequiel, en su primera pastoral de 1896 como obispo de Pasto, afirmaba con fuerza, contra los liberales, la excelencia de la fe cristiana y los beneficios inmensos que ésta trae a los hombres y a los pueblos no sólo para la vida eterna, sino también para ésta. Unicamente la fe en Cristo puede traer al hombre salvación, en tanto que las esperanzas puestas fuera de Él o en contra de Él son engañosas y llevan al desastre.

La historia de un siglo ha demostrado que en el espíritu de la Revolución francesa, «el nombre de libertad no significa otra cosa que corrupción de costumbres; que el de igualdad es la negación de toda autoridad; que con el de fraternidad se ha derramado a torrentes la sangre humana; que ilustración es no tener Dios, ni religión, ni conciencia, ni deber alguno, ni vergüenza siquiera; y que progreso es llegar a ser iguales al bruto, sin pensar en otra cosa que en multiplicar los goces, poner toda la felicidad en disfrutar de la materia, y desterrar toda idea de espiritualidad».

Palabras del obispo de Pasto como éstas, que hoy producen malestar hasta en su biógrafo (P. Ángel Martínez Cuesta, agustino: 286-287), fueron un primer aviso alarmante para los liberales colombianos, que estaban entusiasmados con el proyecto de construir su patria no sobre la roca de Cristo, sino sobre la arena de las ideas mundanas. Así las cosas, cualquier conflicto mínimo sería suficiente para que los liberales iniciaran el linchamiento moral del obispo de Pasto.

En la visita pastoral que realizó en 1897 a varios pueblos de la frontera ecuatoriana, trataron de disuadirle, temiendo que sufriera algún atentado. El padre Ezequiel le contaba a Mons. Schumacher, de quien en seguida hablaremos: «Pasó mucha gente de Tulcán [población ecuatoriana de la frontera] para confesarse con los padres, y daba compasión verlos llorar, cuando se acercaban a ellos y les hablaban. Entre tanto los del Ecuador hacían el ridículo de reunir tropas en Tulcán, temiendo la invasión dirigida por mí y por vuestra Señoría Ilustrísima» (11-8-1897).

 

–Defiende al Obispo Schumacher: Cartas pastorales 2ª y 3ª

La diócesis de Pasto, más próxima a las ciudades ecuatorianas de Tulcán, Ibarra o Quito, que a las grandes ciudades colombianas, como Cali, Bogotá o Medellín, se veía habitualmente inundada de periódicos liberales ecuatorianos, y éstos, aparte de su acostumbrada dosis de mentiras y calumnias contra la Iglesia, desencadenaron una campaña vergonzosa contra Mons. Pedro Schumacher, obispo de la sede ecuatoriana de Portoviejo, expulsado del Ecuador y refugiado en la diócesis de Pasto, así como contra un grupo de capuchinos que había corrido la misma suerte.

El obispo de Pasto, en su segunda Carta Pastoral, del año 1896, salió en defensa de estos fieles ministros de la Iglesia, y denunció públicamente a dos periódicos ecuatorianos, El Soyri de Quito, y El Carchi de Tulcán. Ambos eran «ofensivos y perjudiciales a las almas», y por lo mismo prohibía a sus diocesanos «formalmente el leerlos y, con más rigor aún, el suscribirse a ellos, comprarlos y propagarlos». El mismo año, en su tercera Carta, dispuso lo mismo respecto de la Voz Evangélica que se publicaba en la propia ciudad de Pasto, desenmascarando las trampas del pretendido catolicismo liberal.

Estas dos pastorales causaron gran revuelo dentro y fuera de la diócesis. Los liberales comprendieron en seguida que era urgente desprestigiar al obispo de Pasto, y pusieron manos a la obra con entusiasmo. «Ahora, escribe el padre Ezequiel, toda la saña de esos periódicos es contra mí. Me han puesto y me ponen de vuelta y media. Números enteros no contienen otra cosa que insultos contra mí. ¡Bendito sea Dios!» (23-12-1896).

Por el contrario, los fieles de la diócesis y otros muchos cristianos prestaron al padre Ezequiel adhesiones entusiastas. Entre éstas, una de las más significativas fue la del propio arzobispo ecuatoriano de Quito, que se atrevió a publicar la primera de las pastorales aludidas en su propio Boletín oficial. En cuanto a los obispos colombianos, casi todos pensaban como el obispo de Pasto, y la mayoría le apoyó siempre públicamente. Pero ninguno hasta entonces había denunciado las persecuciones antirreligiosas de los liberales con la claridad y la fuerza con que él lo hacía, como él mismo lo confiesa a su superior religioso:

«He sido el primero de los obispos en hablar con esa claridad en estos tiempos, y si subieran los radicales, no sé si me darían tiempo para correr. Sacerdotes de otras diócesis me han escrito llenos de entusiasmo y lamentando que otros no hablen. Tengo una carta muy curiosa de un padre Lazarista colombiano, en la que me hace historia de lo mucho que ha trabajado para que algún obispo hablara como yo hablo, y del miedo, o cosa parecida, prudencia de los [sic] a quienes se dirigió. No fueron más que dos, y tengo confianza que no serían cobardes, llegado el caso. Gracias a Dios, no hay malos obispo por aquí» (19-3-1897).

 

–Conflicto del Colegio de Tulcán

Antes de la llegada del padre Ezequiel, desde 1891, había en la diócesis de Pasto, en Ipiales, un colegio regido por don Rosendo Mora, un liberal, ex-religioso de las Escuelas Cristianas. Poco después los párrocos de la zona denuncian que niega la divinidad de Cristo, la virginidad de María, y que incurre en otras herejías y blasfemias. El obispo diocesano, Mons. Caycedo, tuvo, pues, que intervenir en 1894, mandando a sus feligreses, bajo graves censuras eclesiásticas, retirar a sus hijos de tal colegio. Así lo hicieron, y el colegio tuvo que cerrar. Mora persistió en su actitud, y antes de someterse a los tribunales, huyó al Ecuador.

Pero el problema no terminó ahí, pues Mora, en agosto de 1896, reapareció al frente del Colegio Bolívar en Tulcán, Ecuador, justamente al otro lado de la frontera. De hecho, casi todos sus alumnos provenían de la diócesis de Pasto, y sólo tres eran ecuatorianos. Ante esta situación, Monseñor Moreno se vió obligado en conciencia a renovar la prohibición dada por su antecesor, cuya resolución reprodujo en una Circular de diciembre de 1896. Y hubo de repetir la orden a los padres de familia, en febrero de 1897, bajo pena de excomunión.

Fue entonces cuando Mons. Federico González Suárez, obispo de Ibarra, diócesis a la que pertenecía Tulcán, puso el grito en el cielo, pero aún más en la tierra, en Quito y Bogotá, y en la prensa, alegando, también en varios memoriales enviados a Roma, que Mons. Moreno había invadido su jurisdicción abusivamente. Esta división escandalosa entre obispos católicos produjo inmenso regocijo en los medios liberales, que tomaron partido, lógicamente, por el obispo de Ibarra.

 

–Primera intervención de Roma (1898)    -     –

El padre Ezequiel, que no tenía miedo alguno a chocar con el mundo –«el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gál 6,14)–, procuraba evitar por todos los medios los choques con los hombres de Iglesia, y si el bien de los fieles lo permitía, prefería callar o retirarse. En aquella situación concreta, se limitó a enviar a la Santa Sede un escrito, pero fuera de eso preferió guardar silencio:

«Esperar y nada más, escribe a un amigo, a pesar del ruidazo que han dado al asunto en el Ecuador. El pobre señor obispo de Ibarra anda preocupadísimo con la cosa, y habla, y escribe, hasta (según dicen) en periódicos liberales. Estos lo defienden todos. De aquí mandaron un escrito a un periódico de Guayaquil [Ecuador] a mi favor, pero sin yo saberlo, y lo he reprobado. No quiero ruidos, tratándose de otro obispo, y mucho menos, como he dicho, habiendo llevado la cosa a Roma, y teniendo que decidir allí» (24-2-1898).

Y al arzobispo de Quito le escribe: «Nunca me resolveré a discutir en los periódicos asuntos como el que nos ocupa, para no dar a los enemigos de la Iglesia el gran gusto de ver que discutan dos obispos sobre sus respectivos derechos, y, sobre todo, porque estando, como está, en Roma la cuestión, he creído, y creo, que debíamos esperar en silencio la resolución, y no anticiparnos a decidir cada uno por su cuenta… Los insultos de los impíos no me hacen miedo. Si en vez de insultos me prodigaran alabanzas, entonces sí tendría miedo, y examinaría mi conciencia, para ver en qué había faltado. Pero sí me preocupa la aflicción de los buenos, por una parte, y la risa de los impíos, por otra, y esto me hace desear un remedio, cueste lo que costare, por mi parte» (31-3-1898).

Mons. Enrico Sibilia, Delegado apostólico en Colombia, conocía personalmente a Mons. Moreno, y le estimaba y apoyaba en esta crisis, pero en Roma las cosas tomaban otro rumbo. El secretario de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, Mons. Luigi Trobetta, publicaba el 27 de abril de 1898 la sentencia romana dada sobre el asunto, totalmente favorable al obispo de Ibarra, en la que se mandaba «que el obispo de Pasto desista de su actitud belicosa contra el colegio de Tucán, y absuelva [de la excomunión], sin más demora, a los que ya incurrieron en ella».

El obispo de Pasto, cuando tuvo conocimiento de la sentencia, la aplicó inmediatamente (24-5). Y el 12 de mayo Mons. Giovanni Guidi, Encargado de Negocios de la Santa Sede en Ecuador, informaba a Roma muy negativamente sobre el obispo de Ibarra y el colegio de Tulcán…

Los liberales, conocida la sentencia romana, cantaron triunfo, y se burlaron de los católicos: aquella aprobación vaticana del colegio de Tulcán, decían, era una aprobación práctica del liberalismo. El clero de Pasto elevó a León XIII una exposición del asunto, haciendo ver que «estos enemigos declarados del magisterio infalible del Romano Pontífice, hoy lo invocan irónicamente para hacer creer a los pueblos que el Papa infalible acaba de autorizar las tantas veces condenadas doctrinas liberales» (21-7).

 Agustinos recoletos, Marcilla, Navarra. Teologado

Renuncia a la diócesis de Pasto

Los obispos americanos, a fines del siglo pasado, debían realizar cada diez años su visita ad limina, y aquel año el obispo de Pasto estaba obligado a realizarla. Algunos le insistían en que debía recurrir la sentencia, pero él, que era tan atrevido ante los enemigos de la Iglesia, no quería en cambio crear a la Iglesia problema alguno, y se inclinaba más a renunciar a su diócesis y retirarse.

«Me han dicho, escribe a un sacerdote, que acuda de nuevo a la Congregación presentando nuevos datos. Pero como esto sería producir nuevos ruidos, de lo que soy enemigo, veremos si se presenta modo de arreglar la cosa sin esos ruidos, y sin que tenga por qué quejarse el Ilmo. señor Obispo de Ibarra. Si se tratara de otra persona, me importarían poco los ruidos. Pero se trata de un obispo, y hay que tratar el asunto con la mayor calma posible» (6-9).

Ese mismo día, el 6 de setiembre 1898, Mons. Moreno presentó en la Santa Sede el documento de su renuncia. El día 10 le recibió León XIII, con el que pudo hablar, en latín, extensamente. El Papa no quiso hacer mención siquiera de la renuncia a la diócesis, y le recomendó acudir «de nuevo a la Sagrada Congregación». Así lo hizo, presentando el día 20 un largo memorial, acompañado de documentos. Hecho lo cual, partió hacia España para buscar misioneros y religiosas que quisieran ir a Colombia.

 

–Roma confirma a Mons. Moreno

El 4 de noviembre emprendió regreso a Roma, donde halló que todo estaba más o menos donde lo había dejado. No acababan allí de entender el fondo verdadero del problema. Presentó, pues, nuevos memoriales el 1 de enero y el 1 de febrero.

«A una cosa tan sencilla le han dado un giro que no era de esperar. Ayer fue el padre Enrique al consultor» de la Sagrada Congregación, para entregarle un documento, «y por poco no le deja ni hablar, alabando lo bien que escribe el otro obispo [el de Ibarra] y fijándose sólo en que el colegio está en la otra diócesis, y que yo no debía condenarlo. ¡Como si esa fuera la cuestión! Yo presento la cuestión diciendo: Siendo el Rector del colegio un hereje público y notorio en la diócesis de Pasto, ¿puedo yo sostener la prohibición que dio mi predecesor a los padres de familia de Pasto de mandar sus hijos a oir las enseñanzas de ese hereje, por más que, huyendo de la justicia, dé sus lecciones en otra parte? He propuesto la cuestión clara y terminante, pero no se fijan en ella» (9-1-1899).

Por fin el cardenal Vanutelli, prefecto de la Congregación de Obispos, el 6 de febrero dio sentencia ajustada a ese planteamiento, afirmando que el obispo de Pasto «está en perfectísimo derecho de mantener la prohibición de su antecesor». Tras esto, en cuanto pudo, partió Mons. Moreno hacia España y Colombia. Su entrada en Pasto fue con arcos de triunfo y cantos, banderas y discursos, a los que tuvo que contestar con una Carta pastoral: «No os figuréis que deseemos ni queramos que esos honores terminen en nuestra pobre persona. El honor y la gloria son para solo Dios: Soli Deo honor et gloria (Sal 115,1)» (11-6).

En mayo de 1899, en la encíclica Annum Sacrum, dispuso León XIII que toda la humanidad fuera consagrada al Sagrado Corazón de Jesús. La diócesis de Pasto y cada una de sus parroquias estaba consagrada hace años al Corazón de Jesús, pero Mons. Moreno quiso responder a la encíclica, promoviendo la construcción de un templo votivo, que las religiosas betlemitas atenderían (Cta. Pastoral 28-8).

 

–Guerra civil y pacifismo claudicante

Ya desde fines de 1899 pudo verse que la guerra civil iba a encenderse en Colombia. Tropas ecuatorianas incursionaban en el sur del país, y sobre todo el gobierno del Ecuador prestaba su ayuda a las fuerzas colombianas rebeldes, que estaban impulsadas por el espíritu liberal y antirreligioso. Esta guerra civil tuvo, pues, de hecho, un carácter marcadamente religioso, y el obispo de Pasto publicó sobre el tema varias cartas y circulares, con el fin de que «se piense a lo católico respecto de la guerra actual» (14-2-1900).

La guerra, sin duda, es un mal que tiene su origen en los pecados de los hombres, y es un castigo que Dios permite para purificación de la nación. Es preciso, pues, arrepentimiento, oraciones y penitencias. Pero es necesario también empuñar las armas, y no prestar oídos a los liberales pacifistas, hombres que pasan por honrados y prudentes, «que con nadie se meten, como ellos dicen, que tienen sonrisas afectuosas para la Religión y sonrisas complacientes para sus enemigos» (ib.).

En efecto, «no ignoran los enemigos de nuestra santa Religión que el poderoso resorte que mueve a nuestros pueblos a acudir a los campos de batalla de un modo voluntario… es el convencimiento de la santidad de la causa que defienden, y por eso dichos enemigos acogen con indecible gusto y reproducen y reparten con profusión todo escrito que pueda apagar en algo ese fuego sacro que improvisa guerreros y forma héroes» (Circular 25-7-1900, extracto).

Es sólo una trampa. «Cuando los masones y liberales ecuatorianos y colombianos, mandados y empujados por Alfaro, Presidente masón del actual Gobierno ecuatoriano, nos acometían una y otra vez con barbarie y salvajismo; cuando nuestros soldados estaban hambrientos y próximos a desfallecer por falta de recursos; cuando no les quedaba otro aliciente para seguir en sus puestos, que lo santo y noble de la causa que defendían, ni otro motivo que su religión y su fe, salían en abundancia de todas partes escritos funestos, capaces de hacer desmayar a los más valerosos. Algunos de los mismos que nos hacían la guerra, recordaban que Jesucristo había predicado la paz; que su religión es de paz, y ¡paz, paz! gritaban, al mismo tiempo que alistaban tropas contra nosotros» (Circular 30-11-1900).

En la Carta pastoral de cuaresma volvió el obispo de Pasto a denunciar «las varias maneras con que muchos de los que se llaman católicos ayudan a los revolucionarios». Son éstos, siempre «moderados», que estiman la «tranquilidad pública» como el bien supremo. «Esos católicos tolerantes, condescendientes, blandos, dulces, amables en extremo con los masones y furiosos enemigos de Jesucristo, guardan todo su mal humor para los que gritan ¡viva la Religión! y la defienden sufriendo continuas penalidades y exponiendo sus vidas». Para ellos estos últimos son «exagerados e imprudentes, que todo lo comprometen, con perjuicio de los intereses de la Iglesia» (10-2-1901).

 

–Segunda intervención de Roma (1901)

Terminó la guerra por fin, y ciertamente en la victoria del ejército colombiano sobre los liberales rebeldes y sobre los ecuatorianos cómplices tuvo buena parte el obispo de Pasto, con sus ardientes escritos. En ellos no hizo otra cosa que exponer la doctrina de la Iglesia acerca del liberalismo y las condiciones de la guerra justa, rechazando con Pío IX el pacifismo falso del principio de no intervención (Syllabus, 1864, proposición 62), o haciendo suyas las condenaciones de León XIII contra un americanismo deseoso de conciliar la Iglesia con el mundo (Testem benevolentiæ, 1899).

La enseñanza antiliberal del obispo de Pasto, tan clara y persuasiva, venía siendo la contrariedad principal de los liberales ecuatorianos y colombianos, los cuales sentían la apremiante necesidad de silenciarlo y apartarlo como fuese. Ocasión propicia para ello se les ofreció cuando, por aquellas fechas, la Santa Sede inició conversaciones con el Gobierno ecuatoriano, llevadas entre Mons. Pietro Gasparri, Delegado apostólico en el Ecuador, y el ministro José Peralta. Ellas dieron lugar a que, el 14 de mayo de 1901, el Delegado apostólico en Colombia enviase al obispo de Pasto un telegrama en el que le comunicaba que, en vista de esas negociaciones, «quiere Su Santidad [León XIII] que Usía. Ilma. se abstenga de toda publicación u otros actos cualquiera». Mons. Moreno quedaba así de nuevo descalificado ante la opinión pública desde Roma, como había ocurrido ya en 1898 con el conflicto de Tulcán.

Así lo interpretó el padre Ezequiel en cartas privadas: «No escribiré más, porque me dicen que no escriba, pero está pasando lo que pasó cuando lo del Colegio [de Tulcán]. Los liberales cantan triunfo, porque Roma ha corregido mi conducta y me ha impuesto silencio. Al periódico El Tiempo, de Guayaquil, le dicen, por telegrama, de Quito el 8 de mayo: “El Diario de hoy, en largo editorial, avisa que la escandalosa conducta del obispo de Pasto, fray Ezequiel Moreno, obligó al Gobierno a enviar a Roma los escritos y discursos de éste, pidiendo un remedio para que cesen en consecuencia. Hoy el ministro de Relaciones Exteriores ha recibido un cablegrama que dice que la queja ha sido atendida por el Pontífice, y que se han impartido al obispo Moreno las órdenes del caso"… ¿Qué hago yo de obispo de Pasto? Si tuviera dinero, iría de nuevo a Europa, a ver si me admiten la renuncia, o me rehabilitan de algún modo, porque aquí ¿qué provecho podré hacer? Los pueblos no saben más que esas cosas que se dicen del obispo y que el papa lo ha hecho callar, porque los liberales se han quejado de él» (6-6-1901). «Para uno que sabe cómo obra la Santa Sede, tiene explicación el telegrama: Alfaro exigió indudablemente mi silencio para entrar en arreglos» (14-8-1901).

En julio le llega al obispo de Pasto un nuevo telegrama en el que se le ordenaba, más todavía, que interpusiera su autoridad para que sus diocesanos guardaran también silencio. Y en setiembre el Delegado apostólico, Mons. Antonio Vico, le hacía llegar una nota en la que le expresaba la satisfacción del Papa por su obediencia, le reiteraba la orden de seguir callado y le apremiaba a que silenciase «la campaña que el clero de Pasto ha emprendido contra el Gobierno del Ecuador»…

 

–Nueva idea de renunciar a la diócesis

El padre Ezequiel envió una larga respuesta al Delegado apostólico, llena de humilde obediencia y de atrevida firmeza. Su argumentación era muy fuerte, pero no sabemos qué reacción produjo en Mons. Vico:

«Me parece del caso recordar como defensa de un cargo que estremece, que antes de que yo viniera a Pasto, los intereses de la religión estaban ya comprometidos y conculcados en aquella República [del Ecuador], puesto que su Gobierno había ya desterrado obispos y comunidades religiosas. No se dirá que fui yo causa para que el Gobierno del Ecuador perjudicara entonces los intreses de la religión, como no puede decirse que lo sea ahora de lo que ha hecho en contra de la Santa Iglesia, después de que se me impuso silencio. El senado del Ecuador ha rechazado con desdén y de un modo injurioso a la Santa Sede» los Protocolos establecidos entre Mons. Gasparri y el ministro Peralta. «Esos eran los intereses de la religión que se temió comprometiera el obispo de Pasto, y por eso se le hizo callar, cuando comenzaron las gestiones».

Por otra parte, «llegan del Ecuador a mi diócesis varios periódicos plagados de obscenidades y herejías», rebajando la autoridad de la Iglesia, con ocasión de los Protocolos rechazados, y «publicando los errores más crasos sobre la soberanía del Romano Pontífice y misión de sus Delegados. ¿Dejaré que mis diocesanos lean todas esas cosas con peligro de su fe, y perjuicio de los derechos de la Santa Sede?». Téngase en cuenta además que los diocesanos de Pasto, viendo a su pastor silenciado por Roma, quedan especialmente sujetos a caer en esos errores. «Este peligro de las almas que me están encomendadas me pide que hable, pero la Santa Sede me ha mandado callar en lo que se relacione con el Ecuador… En vista de esta situación me ocurre renunciar y salir de la diócesis». Pero tal decisión podría acrecentar la confusión y el escándalo, pues «si renuncio y me retiro de la diócesis, aumentará esa alegría de los impíos y considerarán su triunfo completo»…

 San Ezequiel Moreno, agustino recoleto, sabía bien que para era un “Obispo muy molesto” para los mundanos liberales y también para no pocos católicos afectados por la misma enfermedad mental.

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

 

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