No soy especialmente cinéfilo ni me van de manera particular las películas bélicas. Sí recuerdo que en su momento vi la película “Salvar al soldado Ryan”, que me dejó una honda impresión. Ni me había vuelto a acordar. Me vino a la cabeza el otro día en que, huyendo de cualquier tipo de noticiario, por la cosa de tratar de preservar la salud mental, acabé enganchado a un documental sobre Normandía en televisión. Por supuesto que nos enseñaron el Mont Saint Michel, pero se detuvieron mucho en el desembarco. Y ahí alguien aludió a la película y me vinieron todos los recuerdos.
Me impactó ese momento en el que, informado de la muerte de sus tres hermanos, le piden regresar a casa y el soldado Ryan rechaza esta posibilidad, cómoda y más que justificada, para quedarse con sus compañeros, luchando con ellos. Tremendo el soldado Ryan.
Hoy estas cosas no se llevan. Valores como el honor, la responsabilidad, la entrega de la vida, asumir los errores que se hayan podido cometer son cosas que no venden. Estamos demasiado acostumbrados a una forma de vivir que consiste en tapar, disimular, justificar.
La vida política nos ofrece mil ejemplos. Muy difícilmente encontraremos un político que afirme que se equivocó, que no supo administrar correctamente los bienes puestos a su cuidado, que pida perdón por colocar a sus amiguetes como asesores. No es que no pidan perdón, es que no lo consideran inmoral.
España ocupa el puesto 21 de 32 países europeos en el índice de percepción de la corrupción. A nivel global, Somalia y Sudán del Sur son los países más corruptos del mundo, con diez y once puntos respectivamente sobre un máximo de cien. En el otro extremo, con 90 puntos, se sitúan Dinamarca y Nueva Zelanda. Tras estos dos destacan los nórdicos, con Finlandia con 89 puntos, Suecia (88), Suiza (86) y Noruega (85). España suma 58 puntos.
El peligro de todo esto es que la corrupción se nos pudiera introducir en la Iglesia por la puerta de atrás. Cuando tanta gente acaba viendo como normal tantos enjuagues, o llamando ingeniería financiera a lo que huele a podrido, no es extraño que, sin darnos cuenta, bajemos la guardia y nos situemos tan felices en el sistema. Se empieza por no pagar el IVA, nos sentimos orgullosos de pagar o cobrar algunas cosas en negro y, a partir de ahí, que Dios no nos deje de su mano.
Hoy, al recordar aquella película, vuelvo a expresar mi reconocimiento ante aquellos que saben cumplir con su deber, como el soldado Ryan, y mi conmiseración hacia los que se buscan atajos para escabullirse de sus propias responsabilidades.
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