Metelefonea Pablo, uno de los pocos lectores que aún me quedan, para preguntarme qué voy a escribir este mes. Se lo digo y me responde:
—No me gusta el título; parece una broma y tiene poca gracia. El virus se llevó a miles de personas, quizá el año próximo hablemos de millones, de todas las razas, clases, ideologías y credos. Ya sé que están en las manos de Dios, que es sabio y misericordioso, pero la pandemia ha dejado un reguero de dolor que durará décadas. Y se ha llevado también los sueños de los pobres, de los enfermos, de los marginados; las ilusiones sencillas de unos soñadores que solo aspiraban a sufrir un poco menos cada día.
—Tienes razón —le contesto—, pero quizá no todo ha sido malo. También ha servido para ahuyentar a otros virus igualmente perniciosos.
—¿De qué hablas?
—Por ejemplo, de la "fe en el futuro", esa religión idolátrica que impusieron los gurús de la corrección política. Nos hicieron creer, con fe casi teologal, que vivíamos en un mundo domesticado por nuestra especie donde todo sería posible gracias a las nuevas tecnologías. Predicaban el progreso indefinido, el feliz advenimiento de un superhombre robotizado que superaría los mismos límites de la naturaleza humana e incluso alcanzaría la inmortalidad... Ahora ese optimismo —"transhumanismo" lo llaman— ha regresado al mundo de los comics, de donde nunca debía haber salido.
Pablo reflexiona un momento:
—Sí; pero también se llevó los bares y restaurantes de barrio, los negocios familiares. La autonomía de los autónomos, los ahorros de los pequeños…
—Tienes razón. Y, para colmo, se llevó la primavera. Volverán las oscuras golondrinas, pero este año hasta las aves que vienen del sur han pasado sin pena ni gloria. Me pregunto si las flores nos habrán echado de menos. Dios las pintó de colores para ser contempladas, y si nadie las mira quizá lloren nuestra ausencia.
—Claro que también se ha llevado el miedo a pensar en Dios y en la otra vida…
—Así es. Podríamos decir que hemos pasado de un optimismo tonto a la Esperanza. Nos aguarda un tiempo duro, y quizá lo que llaman "nueva normalidad" sea solo el período de prueba que necesitamos para volver a repasar algunas verdades elementales. La primera, que el mundo está en las manos de Dios, y nosotros somos solo administradores. La segunda, que la vida pasa volando y lo que cuenta es llegar preparados a la meta. La tercera, que todo lo que el Señor envía tiene un sentido. La cuarta, que hay que vivir el momento presente —carpe diem!, decían los clásicos—, pero no para consumir desaforadamente las chuches de cada día, sino para tocar la eternidad en cada instante, teniendo hoy la maleta preparada para el último viaje.
—¿Y crees, de verdad, que el virus tiene algo que ver?
—Hace algo más de un mes fui a la peluquería para que me arreglaran el desaguisado capilar que yo mismo perpetré durante el confinamiento. Había tres peluqueros trabajando, y nada más entrar por la puerta, el primero declaró en voz bien alta: "yo necesitaría confesarme. Ni sé cuánto tiempo hace…" El segundo, un rumano muy simpático, dijo que ya había quedado con el cura. El tercero me miró de reojo y se puso en la cola. Los clientes guardaban silencio.
No me cabe duda de que el virus se ha llevado también la vergüenza.
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