Mis hermanos agustinos, con los que compartí comunidad más de veinte años, se imaginan a quien me refiero. Era el ecónomo provincial y tenía una norma no escrita, suya y muy suya. Decía: “si viene alguien a hacer negocios, y lo primero que me dice es que es católico, que su único deseo es ayudar a la Iglesia y a la orden y que si puede pasar un momento a la capilla para hacer una visita al Santísimo, directamente no hago tratos con esa persona”. Lo del gato escaldado.
Amigos fieles de curas y monjas poquitos y muy en la base. De confianza total eran Charo y María, sacristanas de Navalafuente y Guadalix, respectivamente, y Charo ya fuera de este mundo. De absoluta confianza Cándido, de Braojos, al que algunos de mis lectores conocen. Poquito más.
De ahí para arriba hay que estar en guardia permanente. Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz aunque se revistan de medalla y cetro procesional. Me contaron en una ocasión que unas religiosas contemplativas, con una enorme finca que atender, pidieron consejo a “un amigo de la casa” para adquirir un vehículo todo terreno para sus labores agrícolas. El amigo, hombre de la casa, sin más interés que ayudar a las pobres monjitas, les aconsejó un buen vehículo, que no diera problemas, que no les quitara tiempo de sus rezos y devociones. Ustedes hermanas no van a estar llamando al mecánico cada dos por tres, un buen coche, que yo conozco… no se preocupen, cualquier cosa vienen a por el vehículo, hacen sus revisiones. Ustedes a lo suyo, no se preocupen que de lo del coche me encargo yo.
Y se encargó. Y llevó a las monjitas un magnífico Porsche Cayenne, que nuevo vale 90.000 euros y de segunda mano a poco bien que esté pasa de los 30.000. ¿Alguien se cree que el buen amigo de las hermanitas no se llevó su buena comisión?
Si alguien va a las monjitas, al obispo, al general de la orden de los Társilos o al señor cura párroco de Nuestra Señora de Muchapástez y les dice que tiene un plan para ayudarles con la economía, que va a ser la solución definitiva a sus necesidades económicas y que gracias a sus gestiones, realizadas por supuesto únicamente por el bien de la Iglesia y amor al santo padre, es posible que puedan olvidarse de algo tan tedioso como mezclarse con el vil metal para dedicar todas sus fuerzas a la oración y a la vida pastoral, lo mismo convence. Lo que no dice ese alguien de tan buen corazón es que en ese plan el que va a solucionar todos sus problemas económicos es él.
Pregunten a órdenes y congregaciones. ¿Quién contó que lo de Gescartera era definitivo? ¿Cuánto se llevó en comisiones? ¿Qué ocurrió?
Nosotros, la gente de Iglesia, curas, monjas obispos y no sigo, sabemos de cuatro números. Nosotros sabemos de estipendios, donativos, colectas, administración austera, llevar un colegio, hacer pastas, gestionar una residencia universitaria, dar clases, celebrar misas. Pero llega alguien y nos habla de dar un “pelotazo” (lo llaman nueva rentabilidad y optimización de capital inmovilizado) y los ojos nos hacen chiribitas con la vana Ilusión de ser los que definitivamente vamos a sanear la maltrecha economía de la institución.
En estos casos, muy generalmente, la economía de la institución se resiente a la vez que la economía del amigo se vuelve boyante.
He hablado de Gescartera. Pero ¿qué pasó con los franciscanos? Estaban en la ruina. Conozco casos. Alguno lo viví muy cerca. Amigos de curas, frailes y monjas. Seguimos sin espabilar.
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