Algo tan minúsculo como un virus -un microorganismo que ni tan siquiera es una célula- tiene en jaque a cientos de miles de personas en muchas partes del mundo. Y no sólo a personas: se suspenden los visados para ir a La Meca; se cierran grandes lugares de reunión, se vacía la plaza de san Pedro en Roma,; y se redobla el control de las fronteras de no pocos países.
No pocos equipos de médicos, y buenos conocedores de la materia, han enviado mensajes de serenidad, señalando que los efectos del virus no son tan peligrosos como se anuncia, y que vale la pena quitarle importancia al acontecimiento, añadiendo a la vez un mensaje de paz y de serenidad.
Otros, por el contrario, comentan que el número de los muertos es bastante mayor del anunciado oficialmente, y que todavía están por llegar las peores consecuencias de esta pandemia, todavía no declarada oficialmente.
Una cierta desorientación parece haberse apoderado de no pocos humanos. ¿Qué ocurre? ¿Hemos perdido la seguridad por la que tanto, y tan asiduamente, hemos luchado? ¿hemos sucumbido ante la perspectiva de una muerte que no podemos evitar, después de años de tratar de darle poca importancia, y convertirla en puro dato para el registro civil?. ¿Nos descorazona experimentar la incapacidad del hombre para resolver enseguida cualquier enfermedad que nos pueda estropear
nuestro “estado de bienestar”?
Cada uno puede tener una respuesta a estas preguntas. No lo dudo. A mi, me ha hecho pensar. Y lo que parece claro que es un fenómeno que se lo ha tomado en serio hasta la bolsa, con esas caídas tan llamativas, e imprevistas, en estos últimos días. ¿Por qué este miedo, este pánico tan generalizado?
Después de querer asentarnos en nuestras propias fuerzas; después de haber soñado en nuestra capacidad para resolver todos los problemas que se nos puedan presentar; después de considerar que no hay cuestión en este mundo que no podamos resolver sin tener que recurrir a la ayuda de Dios Creador y Padre, y soñar -algunos- hasta en mantener vivo artificial, digitalmente, a un ser humano por cientos de años, nos encontramos con un minúsculo palpitar de vida -un virus- que se nos escapa de
las manos; nos hace descubrir nuestra fragilidad, nuestras limitaciones, y nos pone ante la realidad de que nuestra vida pende realmente de un hilo.
Y todo este fenómeno ha irrumpido en el mundo, desde oriente hasta occidente, desde el norte hasta el sur, apenas pocos días del comienzo del tiempo litúrgico de Cuaresma. Tiempo en el que los cristianos nos preparamos para vivir con Nuestro Señor Jesucristo las tentaciones en el desierto, la institución de la Eucaristía, su Pasión, su Muerte; y lo cerramos con la Pascua, el gozo de su Resurrección.
El miércoles de ceniza el sacerdote ha hecho en la frente de quienes se han acercado al altar una cruz con la ceniza bendecida, y les ha podido decir: “Acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás” .
¿Ha llegado este “coronavirus” para recordarnos esta realidad, y animarnos a poner ese polvo en las manos de Cristo, para resucitar con Él?
Ernesto Juliá
ernesto.julia@gmail.com
religionconfidencial.com
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