--¿Entonces qué modelo prefiere: el Canterbury A1 o el Westminster 5-B?
Miré los distintos tipos de sepulcro en el catálogo. Como siempre, los precios iban en otra página, fotocopiada, aparte.
Hice algunas prudentes cuestiones acerca del monto total. Escamado el que me atendía, finalmente, me preguntó con suma fineza:
--¿De qué presupuesto dispone el señor?
Tras algunos titubeos y un cierto tartamudeo, aventuré una cifra. El dependiente, sin inmutarse, pasó a las primeras páginas con exquisita educación.
--Mire, por ese dinero, podría disponer de una urna biodegradable.
--No, no, gracias. Prefiero dormir, durante siglos, arrullado por la salmodia de los canónigos de mi catedral.
--Pero si su catedral carece de canónigos.
--Destruyendo ilusiones es usted único. Destruyendo ilusiones funerarias no tiene rival. Yo había pensado en un gran sepulcro delante del altar mayor, o en el centro del pasillo de la nave principal. Pero como sería acusado de soberbia, había pensado en el centro del ábside, ahora tan desnudo. Lo hago por ornamentar, sabe.
--Soñar es gratis. ¿Ha pensado qué tipo de mármol?
--Piedra artificial, piedra artificial. Quizá se pueda hacer algo con una impresora en 3D, siempre he confiado mucho en el avance de la técnica.
--¿Algo para evitar un enterramiento en vida? Tenemos un seguro.
--No creo en eso. Pero, dado que la inhumación será en el templo y el embalsamiento será inevitable, me parece que con la evisceración conjuraremos cualquier peligro.
--Totalmente de acuerdo. No conozco ninguno que haya regresado al mundo de los vivos relleno de serrín. ¿Algún atributo? ¿Un libro, una iglesia en la mano, una pluma?
--No, no. Representado de pie, deseo aparecer agarrando por el cuello un ganso y con la otra mano agarrando un pato por el pescuezo.
--¿No preferiría sostener en la derecha un Rouco pequeñito?
--No, de ninguna manera, el ganso y el pato.
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