La espera y la Esperanza



Quince o veinte adolescentes ríen a carcajadas en el pequeño parterre que hay treinta metros debajo de mi ventana. Sobre el césped veo algunas latas de cerveza vacías y varias botellas de ginebra. Hace mucho frío, pero el alcohol mantiene caldeados a los borrachines. El búho, que ha abierto sus ojos enormes para atrapar las últimas luces del crepúsculo, se lamenta de qué esos chicos y chicas no sepan disfrutar de la noche. Para ellos la oscuridad es sólo su escondite y su cómplice. La buscan para ofenderse a sí mismo y a su Creador. —"Son gente sin Esperanza", concluye el búho.
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El búho exagera; todos vivimos de Esperanza. Conscientes o no, en cada uno de nuestros actos buscamos siempre ese "tesoro escondido" del que habló Jesús en la Parábola.
Lo malo es que algunos no saben soñar quizá porque nadie les ha explicado cómo se hace. Hay chavales de quince, veinte o treinta años que parecen haber renunciado definitivamente al tesoro. Si acaso aspiran a encontrar un sucedáneo, una felicidad mezquina que apenas dura un finde y además deja resaca. Sí, pienso en los chicos del botellón y en los adictos al sexo light, al alcohol, a la droga; pero también en el viejo hedonista que se ha moderado un poco con los años (a la fuerza ahorcan) para paladear mejor los distintos venenos que ofrece el mercado.
Lo siento; he comenzado mal esta página. Sólo quería recordar que llega el mes de diciembre y la Iglesia nos invita a salir de ese bucle tedioso y a vivir de Esperanza con mayúscula. Es el Adviento. Es la hora de levantar la vista y mirar a la meta con los ojos bien abiertos y descubrir al Hijo del Hombre que llegará pronto sobre las nubes del Cielo. Él es el tesoro que dará sentido a toda nuestra vida y nos poseerá por completo si somos fieles, si no nos dejamos corromper por unos sueños mezquinos que siempre terminan como una pesadilla diabólica.
El Adviento es también una invitación a meditar sobre nuestro pequeño "fin del mundo", sobre el último día de este valle de lágrimas y de risas, de amores y desamores, de ilusiones y desencantos. No es una experiencia triste ni un juego macabro. Sabemos que la vida es una carrera, y no tendría sentido recorrerla sin calcular cómo llegaremos a la meta. Y si esa meta es el Amor con mayúscula, la Esperanza de alcanzarlo nos hace correr con mayor alegría, incluso con una chispa de felicidad.
La Esperanza no nos lleva a suponer que "todo irá bien", que el gobierno acabará con la pobreza, que subirán la bolsa y las pensiones, que creceremos sanos como cervatillos, que ganaremos la Champions y se llenarán los embalses con la lluvia del invierno. Uno puede permitirse el lujo de ser pesimista (yo tiendo a serlo, por desgracia); pero mi Esperanza permanece intacta porque sé que las catástrofes que mi imaginación presiente, tendrán sentido para Dios.
—Entonces, ¿tampoco ganaremos la liga este año?
Me temo que no, colega; pero no trates de ahogar tu pena en calimocho. Busca la gran Esperanza cada mañana, agárrala de la mano y salta de la cama, que la Navidad está cerca. Este año, de nuevo, oirás el anuncio del Ángel a los pastores y el primer villancico del Portal.
Te sugiero que comiences el Adviento con otra espera: la de la Novena de la Inmaculada, que es una cuenta atrás de 9 días en compañía de la Virgen. Con Ella es más sencillo alcanzar la meta.


10:04

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