El señor Francisco, comentarista habitual, escribió ayer a mi post: ¿Tanto ha cambiado Vd. padre Fortea, o más bien son las circunstancias las que lo han hecho?
Pues sí, Francisco, he cambiado mucho. Verás. Cuando me ordené, no pensaba otra cosa que en mi parroquia o futuros destinos pastorales.
Después, muy poco después, me di cuenta de que mi trabajo pastoral no llenaba mi día, comencé a escribir. Mi labor era en un pueblo pequeño lejos de las grandes ciudades de la diócesis. yo estaba en un extremo. El párroco de Brea tenía 500 habitantes, menos que yo. Y lo mismo el de Valdaracete. Menos mal que comencé a escribir para llenar las horas libres.
Y, con el tiempo, pensé que mi destino era ese: ser párroco escritor. En una tercera fase, sobrevino todo el tema del exorcismo. Desde que vine de Roma estoy en una cuarta fase. Pero ahora ya no tengo la perspectiva de futuro que tenía con 28 o 30 años. Yo no aspiraba a convertirme en un escritor best seller de primera categoría, pero sí en un escritor de tamaño medio. O, al menos, de tercera categoría, pero con suficiente peso como para que valiera la pena continuar trabajando horas cada día en ese campo.
Todo ese mundo se hundió, incluso para los grandes escritores. Ese mundo de trabajadores de la literatura ya no existe. Ahora vivimos en unos Reinos de Taifas. Sigue habiendo una primera división. Pero ya nada tiene que ver con la primera división de los años 70 y 80. Los grandes autores de mi juventud nada hubieran podido hacer en nuestra época. En la época dorada que conocí, la calidad se valoraba. El público buscaba la calidad. Por supuesto, había malos autores en la primera división. Pero la calidad se habría paso por sí misma. Era muy difícil que una editorial quebrara. Los escritores podían vivir de su trabajo.
Ahora los escritores vivimos en unos pequeños reinos. Con una total inseguridad respecto al futuro. La laboriosidad para consolidar un nombre ya no tiene mucho sentido. Cualquier joven contando lo que le pasa a su gato en un vídeo tendrá un público mil veces mayor que un erudito que se ha pasado diez años creando la novela de su vida.
Yo busco el bien de las almas. Escribo pensando no en el número, sino en esa otra dimensión, sean muchos o pocos. Pero es verdad que el ambiente en el que trabajamos es muy decepcionante, muy carente de satisfacciones, los alicientes han desaparecido. Escribir se ha convertido en un acto de fe.
Eso es lo que recordé ayer, en mi sillón, viendo el final de A.I. Me vi a mí mismo. Recordé las ilusiones de una etapa de mi vida. Recordé la confianza en mí mismo, el espejismo de creer que uno poseía su futuro, la seguridad de que el trabajo y el entusiasmo obtendrían sus frutos; mayores o menores, pero suficientes.
El mundo literario que permitía que emergieran grandes nombres no es que se haya transformado, ha desaparecido. Ahora todos flotan como náufragos. Nadie escribe Madame Bovary para ochenta personas. Madame Bovary, ya escrita e inédita, hoy día, no se abriría camino por sí misma. No es posible encontrar un anillo de diamantes en medio de un pajar muy grande. Con Internet, el pajar se ha hecho mil veces más grande, diez mil veces más grande.
Seguí los comienzos de un gran literato, de un formidable literato, jovencísimo. Tras luchar y luchar durante más de un decenio, tiró la toalla. Se puso a estudiar una carrera. Ahora es médico. Debería haberse dedicado a la literatura, pero de algo tenía que vivir. Ahora escribe en su tiempo libre solamente.
Bueno, solo he querido explicar, y ya me he alargado, la sensación que tuve ayer, tan vívida, tan intensa, de asomarme a a aquella época. ¿Os acordáis cuando el mejor buscador era Altavista?

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