Con la llegada del verano, o sea de agosto, todo se tiñe de rosa. Los políticos se apresuran a llegar a acuerdos antes de las vacaciones y lucen sonrisas apócrifas, ligeras y frescas como el vichyssoise. Su merecido descanso es lo primero. Por cierto, ¿por qué el descanso siempre lleva adosado el mismo adjetivo? No sé; quizá piensen —y por una vez con razón— que los ciudadanos y ciudadanas también merecemos descansar de ellos y de ellas y de su omnipresencia mediática.
La prensa mejora una barbaridad en agosto. Pierde kilos de publicidad y si no fuese porque los crímenes parecen proliferar con el calor, sería una delicia leer los periódicos. En agosto casi nadie hace declaraciones solemnes, y los reportajes se centran en las ocurrencias de esos famosos que salen en la tele porque son famosos y son famosos porque salen en la tele.
Claro que en verano también suceden cosas importantes, aunque los periódicos no hablen de ellas. Hace un par de días hablé aquí de “los ángeles de Kenia”, que merecerían una portada en la prensa nacional, y conozco a docenas de chicos y chicas en países tan dispares como Perú, Croacia, la India, Marruecos, Costa Rica…, o incluso España. En septiembre regresarán al cole o a la universidad con unos centímetros más de altura, los músculos templados por el trabajo, la mirada más viva y el cutis de un moreno especial.
─¿Qué, de la playa?
─No, hija no; es tinto de verano.


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