A los escritores nos gusta hablar de los encuentros con nuestros lectores. No lo veáis como soberbia, pero nos gusta hablar de eso. Y así os comparto que la semana pasada me encontré con una lectora mía muy querida, una lectora invidente. Esa situación hace para mí mucho más interesante escuchar su opinión.
Me preguntó ella qué novela le aconsejaba leer ahora. Revisé la lista de novelas mías que ha escuchado. Tras ir desgranando títulos, de verdad que le hubiera impuesto allí mismo la medalla al mérito forteológico.
Tras acabar de repasar el índice (que, en el fondo, es el índice de mi vida) y aconsejarle que se dirija ya a los ensayos, le pregunté por mis tres libros de metaliteratura: Obra Férrea, Historias Hamletianas y Libro Cuadrado. Unos títulos con tan pocos lectores que no tienen nada que envidiar a las obras de los autores más noveles. Los comentarios de esta lectora me interesaron muchísimo.
Después de esa conversación, se volvió a incendiar en mí el deseo de escribir una cuarta obra de ese género, algo que he deseado desde hace tiempo. También me gustaría revisar de nuevo Historias hamletianas. No sé por qué, pero le tengo cariño a esa obrita mía. Un libro que escribí en unas semanas en que estuve en Nueva Jersey con menos de treinta años. Ese libro está indisociablemente unido a mi estancia con una familia en una típica casita de madera, antes del año 2000.
Si alguien ha leído esa obra y me quiere decir algo se lo agradecería. Y sobre todo me interesaría saber cómo podría asociarla a las otras dos obras que he mencionado.

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