El bazal de Clisto Ley

Hace unos días hemos conocido la noticia de que el obispado de Bilbao ha vendido un local, sede hasta ahora de la parroquia de Cristo Rey, a unos inversores chinos que parece tienen la intención de montar en él un bazar de “todo a cien”.

Pocos fieles, deudas que se acrecientan y difícil salida para esa comunidad parroquial. Lo comprendo. Cuando hay pocos fieles, pocos sacerdotes y las deudas te comen, no queda más remedio que buscar soluciones. La solución ha consistido, entiendo, en animar a los fieles a incorporarse a las parroquias vecinas y desprenderse de unos locales ruinosos en su mantenimiento. Cada vez somos menos y es lo que toca.

Hasta ahora, hasta hace no muchos años, hemos mantenido las viejas estructuras eclesiales como buenamente hemos podido, casi con carácter heroico. Conventos que han resistido como náufragos hasta la extenuación, sacerdotes multiplicándose hasta el infinito para atender cada vez más y más parroquias, creación de unidades pastorales por ejemplo en la misma diócesis de Bilbao, llamadas agónicas al compromiso de los laicos. Pero llega un momento en que no se puede resistir más. Ni sacerdotes, ni religiosos ni laicos. Ni dinero.

Me resulta curioso y hasta simbólico. Cierre de un templo católico, fuente de gracia, de vida, de espiritualidad, de invitación a mirar a lo alto, para abrir un nuevo templo dedicado, esta vez, al consumo banal, inconsistente, llamativo y de dudosa calidad. Es la realidad de nuestro mundo. Abandonamos nuestra identidad cristiana, una espiritualidad consistente que nos ha regalado valores, creencias, cultura, trascendencia, fe, esperanza y caridad, una espiritualidad de hondas raíces personales y comunitarias, de místicos y poetas, santos y mártires, héroes de la caridad y la entrega, espiritualidad que marca, señala y nos hace grandes. Cierra un templo. Un signo menos de la presencia de Cristo en medio de su pueblo.

En pocos días, serán pocos porque los chinos son trabajadores y eficaces, abrirá las puertas en el barrio un nuevo templo. Frente a lo eterno, lo efímero de una cosa “de los chinos”, frente a la trascendencia, una cosa que nos sirva de momento, frente a los valores permanente, esto mismo, frente a la seriedad de las cosas de Dios, un “mira esto qué diver”.

Significativo. En España, en Europa, en el mundo. Cierran los templos de Dios para reconvertirse en bares, librerías, pistas de patinaje o bazares chinos. Nos lo estamos buscando, y esto no está más que el inicio.

Imagino dentro de unos días cuando los habituales de la parroquia traspasen las puertas del nuevo templo del barrio. Quizá identifiquen aún su lugar desde el que asistieron tantas veces a misa y que hoy se ve ocupado por la sección de flores de plástico. Tal vez recuerden que justo donde están la máquina de bebidas frías y el congelador con polos a un euro, hace unos meses se encontraba el confesionario donde tantas veces halló la gracia y la misericordia de Dios. Allí estaba el sagrario ¿recuerdas? Sí… justo donde han puesto la ropa interior.

Posiblemente haya gente en el barrio contenta, incluso muy contenta. Total, para cuatro viejas que venían a la iglesia, el chino mucho más útil.

Se nos desmorona la Iglesia primaveral. Quizá es que en el fondo creemos más en la utilidad del chino.

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06:22

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