Unos cuantos días sin escribir y se me ocurre hacerlo nada más y nada menos que en plena resaca electoral. Lo votado, votado está y ya veremos qué tal nos va como Iglesia.
Las orientaciones eclesiales han sido la nada como de costumbre. Como Iglesia somos especialistas en ponernos de perfil, cumplir con la obligación de decir algo y a la vez no comprometernos con nada ni molestar a nadie, no sea que se nos vayan a ofender.
Estos días lo más “famoso” ha sido la carta del arzobispo de Granada que todos han interpretado en clave de que mejor no votar a VOX. El resto de recomendaciones han pasado sin pena ni gloria, al punto que los católicos, a la hora de votar, pasan ampliamente de cuestiones eclesiales y recomendaciones episcopales, para decidir lo que les dé la gana sin complicarse en exceso.
El pasado jueves un editorial de Alfa y Omega llevaba por título “Los dilemas del votante católico”. Un editorial cortito, que comienza soltando unos cuantos interrogantes, afirmando que hay asuntos decisivos, y que debemos votar el domingo la opción que nos parezca más conveniente. Sin un criterio, sin unos principios innegociables, sin algunas claves para tener en cuenta.
Finalmente nos invita a implicarnos más en la vida pública “ya sea en partidos, sindicatos, ONG o asociaciones vecinales”, señalando que “se necesitan constructores de puentes, capaces de generar una cultura del bien común para afrontar los retos y problemas del país desde un espíritu inclusivo”.
Me da la impresión de que no salimos de los cuatro tópicos, las frases hechas, y un lenguaje que aparenta mucho y dice poco. Uno quisiera preguntar qué cosa sea eso de ser constructores de puentes, por ejemplo. Unir a las personas, si, pero a ver a qué costa y a qué precio, porque unir a base de renunciar a principios siempre será una mala decisión. No conozco a nadie, excepto a enfermos mentales, que no desee que vivamos en unidad y respeto.
Tampoco sé muy bien qué cosa sea eso de la cultura del bien común, deseada, al menos teóricamente, por absolutamente todas las formaciones políticas. Otra cosa es cómo pretende llevarlo a cabo en la práctica cada uno.
Finalmente está bien eso del espíritu inclusivo. A quién no le parecerá bien. Lo que no sabemos es si eso significa, por ejemplo, abrir la puerta indiscriminadamente a toda la inmigración o si sería mejor una inmigración organizada desde sus países de origen, y si así se fomentaría más la conveniente integración.
A curas y obispos nos falta claridad. Por prudencia, por miedo, por moderación o por falta de arrojo. Yo el primero. Decimos porque hay que decir, pero sabemos hacerlo de tal manera que no nos comprometa a nada. Esto es solo un ejemplo. La gente ni nos lee. Quizá justamente por eso.
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