Nunca tiro comida a la basura. No por amor al prójimo, sino por razón de mi tacañería innata. Pero las dos salchichas vegetales de la marca Granovita que me quedan en el bote van a acabar siendo alimento de las gaviotas en el vertedero.
De verdad, el resto de las salchichas me las comí tratando de pensar en otras cosas, menos en lo que tenía en la boca. Porque me venían todo tipo de imaginaciones. Y eso que les puse mucho queso encima. Pero hay cosas que no se arreglan con queso.
Pensaba comer las dos últimas como penitencia precuaresmal. Pero no, me han vencido. Si yo fuera el carcelero de Maduro en un tribunal de Holanda, lo alimentaría solo con salchichas vegetales. Y los domingos, como excepción, podría tomar brócoli hervido.

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