Hoy se ha vuelto a repetir el sueño: he aparcado el coche y no me acordaba donde. Hay muchas cosas que se pueden hacer en un sueño, pero una de las más aburridas es pasarse la noche buscando el coche. Además, si lo pensáis, no deja de tener su gracia: estar buscando un coche inmaterial en medio de una tierra onírica.
En este caso, lo había aparcado al lado de un largo río en Pamplona, y el vigilante de una biblioteca se prestó voluntario a que me montase con él en el coche para ir recorriendo el cauce y encontrarlo. El vigilante era de raza negra y en la Biblioteca yo hojeé un ejemplar de cómic. Uno de la maravillosa saga Las ciudades oscuras.
Después me he despertado y he comprobado que no estoy solo. He encontrado mi casa invadida por mis padres. Imaginaos una nación que experimentara una inmigración de un 200%, pues eso es lo que ha pasado en la república de mi casa. Por cada habitante en el territorio de mi piso, han venido dos más. De uno hemos pasado a tres.
La convivencia es magnífica, pero me he tenido que adaptar a sus usos y costumbres. Una de sus extrañas costumbres es que la ropa se pliega antes de meterla en los armarios.
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