Un comentarista me pedía que contara el sueño del sacerdote amigo mío. En su momento, me impactó mucho. Pero, al leerlo ahora, tantos años después, no me ha resultado tan sorprendente. Pero lo cuento ya que mencioné el tema.
Mi amigo tuvo un sueño acerca de cómo interpretar una cosa que había visto en una pintada en una pared. Según lo que soñó, esa pintada tenía un sentido demoniaco.
Un mes después tuvo un sueño en el que una voz le decía que sueño había sido fiable que venía de Dios y que la interpretación era correcta. Eso fue todo. Contado con todos los detalles, en aquel entonces, me impactó. Lo había olvidado, pero al volver a leerlo ya no me impactó mucho que digamos. Eso es todo.
Hay cosas que, cuando somos más jóvenes, nos sorprenden más; y, con el pasar del tiempo, menos.
Yo, en mi juventud, cuando era un seminarista, no me sentía tanto atraído por lo extraordinario, como por lo monástico. Todo lo relativo con monasterios de arquitectura medieval me atraía muchísimo. Pero bastó estar en uno de ellos una temporada un poco más larga (dos semanas o un poco más) para ver con claridad que no podía más; que, ni con la mejor voluntad, podía seguir morando en un lugar que me resultaba como una cárcel; sensación que no la tuve ni un minuto durante los cinco años que estuve en mi seminario. Hice todos los esfuerzos de mi voluntad, pero nada. Entendí que mi admiración por los monasterios era de lejos.
Además, y es algo curioso, me encantan los rezos corales monásticos y en las catedrales. Ya sabéis lo mucho que he propugnado la revitalización de los cabildos. Pues bien, me encanta que los haya, pero no participar yo en ellos. El rezo coral de la liturgia de las horas se me hace eterno y, encima, nunca logro meterme en la oración. Si alguien ha pensado que defendía la existencia de los cabildos catedralicios porque me apetecía ser canónigo, ya le digo que para mí sería una verdadera penitencia cumplir con esa función que esencial a ellos. Que haya cabildos, ¡pero, por piedad, que otros sean los canónigos!
Me siento totalmente identificado con la espiritualidad del clero secular: mi iglesia, mi casa, mis horarios, mis apostolados, confesionario, atender a la gente…
Nunca he pertenecido a ningún movimiento, porque no he sentido que Dios me pidiese eso. Pero es cierto que el Opus Dei y los benedictinos los siento como de la familia de tanto tiempo que he estado con ellos. Tengo que volver a Leyre, donde hice mi retiro para el diaconado. El retiro para la ordenación presbiteral la hice en Fontgombault.
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