Imaginen. Pongan imaginación, que eso es baratito (al menos de momento, que cualquier día hasta por eso nos van a cobrar). Imaginen que ustedes, en un deslumbramiento psicodélico, deciden abrazar el islam con todas las consecuencias. Cómprense una chilaba, vistan a su señora y a sus hijas en edad núbil con el hiyab, hagan sus rezos y, por supuesto, manden a sus niños a la escuela coránica para que aprendan a ser buenos musulmanes. Lo normal ¿no?
El problema es que ustedes, a pesar de llevar la vista recogida, han visto un día en la terraza de la tasca más cercana al profe islámico de sus niños poniéndose tibio de jamón, chorizo y lomo y con una melopea más que considerable. No solo eso, sino que acaban de enterarse de que el susodicho se ha casado civilmente con un maromo. Supongo que ustedes, amigos, en un ataque de sentido común se van a la mezquita para mostrar su desacuerdo y borrar a sus hijos de la formación que esté impartiendo tamaño infiel.
Imaginen que ustedes son independentistas por la liberación de la sierra norte madrileña. Independentistas radicales, pero muy radicales, más que los que queman contenedores en Barcelona. Pero que mucho más. Y, evidentemente, mandan a sus niños a cursos ad hoc para que sean aún más independentistas que sus padres. Miren por donde, el profe supuestamente más radical resulta que lleva una bandera de España en su pulsera, otra en el coche, ha mostrado su carné de VOX y encima lo descubren en manifestaciones por la unidad de España y en contra del estado autonómico enarbolando la mayor bandera española y hasta soltando su discurso echando pestes de aquellos que quieren dividir el país. Ustedes amigos, en un ataque de sentido común muestran su desacuerdo y borran a sus hijos de la formación que esté impartiendo tamaño caradura.
Imaginen que ustedes son católicos y mandan a sus niños a catequesis pretendiendo que sean formados en la fe de la Iglesia católica. Miren por donde se enteran de que la catequista de sus niños se acaba de casar con su novia. Yo sé que ustedes no tienen nada que decir de lo que haga uno en su vida privada justo porque es cosa privada que se supone resolverá con su director espiritual, y porque ojos que no ven, corazón que no siente. Como si el musulmán en su casa se toma un gintonic o el independentista tiene en su mesilla la foto de Franco. Es una incoherencia como la copa de un cedro del Líbano, pero al menos sin escándalo público. Pero la boda no es privada, y queda raro explicar la antropología cristiana mientras contraes matrimonio con tu novia.
En este caso no hubo ni que protestar. El propio obispo la destituyó de su oficio. Ustedes amigos, en ataque de sentido común, se lanzan a recoger firmas para mostrar su contento por el hecho de la boda y exigiendo que esa catequista sea la encargada de explicar la fe católica a sus hijos.
Somos la leche.
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