Domingo 23 de Diciembre de 2018
Domingo 4º de Adviento
Morado
Antífona de entrada cf. Is 45, 8
Envíen los cielos el rocío de lo alto, y las nubes derramen la justicia. Abrase la tierra y brote el Salvador.
Oración colecta
Señor, derrama tu gracia en nuestros corazones, y ya que hemos conocido por el anuncio del Ángel la encarnación de tu Hijo Jesucristo, condúcenos por su Pasión y su Cruz, a la gloria de la resurrección. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
Oración sobre las ofrendas
Te pedimos, Padre, que el mismo Espíritu que fecundó con su poder el seno de María, la Virgen Madre, santifique estos dones que hemos depositado sobre tu altar. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Is 7, 14
La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel.
Oración después de la comunión
Después de recibir el anticipo de nuestra redención eterna, te rogamos, Dios todopoderoso, que cuanto más se acerca el alegre día de la salvación, tanto más se acreciente nuestro fervor para celebrar dignamente el misterio del nacimiento de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
1ª Lectura Miq 5, 1-4a
Lectura de la profecía de Miqueas.
Así habla el Señor: Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti, me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial. Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas. Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y él mismo será la paz!
Palabra de Dios.
Comentario
Miqueas profetizó sobre Belén, la pequeña aldea de Judá donde nació David. Miqueas vivió trescientos años después de David, es decir que sus oyentes ya sabían la historia de este gran monarca. El profeta, haciendo memoria de la obra de Dios en el pasado, anunció que así seguiría obrando Dios. Y justamente de esta aldea pequeña vendría el Salvador para el pueblo.
Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19
R. Restáuranos, Señor del universo.
Escucha, Pastor de Israel, tú que tienes el trono sobre los querubines, resplandece, reafirma tu poder y ven a salvarnos. R.
Vuélvete, Señor de los ejércitos, observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que tú hiciste vigoroso. R.
Que tu mano sostenga al que está a tu derecha, al hombre que tú fortaleciste, y nunca nos apartaremos de ti: devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. R.
2ª Lectura Heb 10, 5-10
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Cristo, al entrar en el mundo, dijo: “Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley– para hacer tu voluntad”. Él comienza diciendo: “Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescritos por la Ley”. Y luego añade: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”. Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
Palabra de Dios.
Comentario
Este pasaje resalta la corporalidad de Jesús. Él tuvo un cuerpo como el nuestro, con limitaciones y dolores. La entrega de Jesús fue también una entrega corporal, superior a cualquier sacrificio. Su cuerpo fue ofrenda según la voluntad del Padre desde su cuna.
Aleluya Lc 1, 38
Aleluya. Yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí según tu Palabra. Aleluya.
Evangelio Lc 1, 39-45
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
Palabra del Señor.
Comentario
María va a la casa de Isabel llevando en su seno al Salvador. Dios mismo visita esa casa cuando María entra. Entonces, todo es alegría: Juan salta de gozo, y su madre prorrumpe en alabanzas. En esta escena, es evidente que el Espíritu Santo llena los corazones. Con la visita de María, se anticipa un gozoso misterio: Dios mismo visita a la humanidad.
Oración introductoria
María, madre mía es impresionante contemplar la anchura de tu amor y lo que te llevó a ser por los mas necesitados, especialmente por tu prima. Al verte, me doy cuenta del poder que tiene una persona que lleva a Dios en su interior y que se manifiesta en el amor a los demás.
Y por eso, Madre mía, como buen hijo tuyo, yo quiero responder y no quedarme ciego, sordo, mudo o paralítico cuando alguien me necesite, teniendo en cuenta que tu Hijo me ha llamado a ser luz del mundo (cf. Mt 5, 14), y no a ser cualquier chispita, sino una gran lucero que «brille delante de los hombres, para que vean mis buenas obras y glorifiquen al Padre celestial que está en el cielo» (cf. Mt 5, 16).
Petición
María, concédeme valor y decisión para compartir con los demás a tu Hijo Jesucristo. Ayúdame ver las necesidades de los demás, y a darme cuenta que, sólo con Cristo en mi corazón, puedo ayudarles de verdad.
Meditación
1. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?. Cuando hablamos de personas humildes no nos referimos necesariamente a las personas económicamente pobres, o socialmente insignificantes. Hay personas económicamente pobres, o socialmente insignificantes, que no son humildes y, a su vez, hay personas económicamente ricas, o socialmente muy importantes, que sí son verdaderamente humildes. La humildad, en cristiano, es andar en la verdad, y la verdad cristiana nos dice que todos los seres humanos somos siervos e hijos de Dios y hermanos de todas las personas. Es, por tanto, humilde el que pone su vida al servicio de Dios, aceptando de buen grado su voluntad, y el que entiende su vida como una vida puesta al servicio de sus hermanos, los hombres. La persona cristianamente humilde es la persona cristianamente piadosa con Dios y servicial y generosa con todas las personas, a las que considera hermanos suyos. Como vemos en las lecturas de este cuarto domingo de Adviento, ni Belén de Éfrata fue grande por el simple hecho de ser pequeña, sino porque de ella salió el Mesías; ni Isabel y María fueron grandes por ser económica o socialmente pobres, sino por poner su vida enteramente al servicio del Señor; ni Cristo fue grande por ofrecer a Yahvé grandes sacrificios y holocaustos, sino por ofrecer el sacrificio de su voluntad del Padre. En este sentido queremos ser nosotros, los cristianos, humildes, entendiendo nuestra vida como un propósito firme de hacer siempre la voluntad de Dios, poniendo nuestra vida enteramente al servicio de los hermanos. Si vivimos así, nuestro Dios se fijará en nosotros benévolamente y nosotros estaremos abriendo ya de par en par las puertas de nuestra alma, para que el Dios Niño pueda seguir naciendo en cada uno de nosotros el día de Navidad.
2. Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas… Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Como se nos dice y se nos repite varias veces en esta carta a los Hebreos, Cristo ofreció de una vez para siempre un sacrificio al Padre, el sacrificio de su propia vida. Ese era el sacrificio que Dios, su Padre, le pedía y con ese sacrificio único del Hijo, el Padre nos libró a todos nosotros de nuestros pecados. El mayor sacrificio que podemos hacer nosotros en nuestra propia vida cristiana es cumplir la voluntad de Dios, nuestro Padre. Si asociamos nuestro sacrificio con el sacrificio de Cristo, nuestro sacrificio tendrá un valor redentor. Eso es lo que hacemos de una manera sacramental y única en el sacrificio de la misa y eso es lo que debemos hacer siempre cuando ofrecemos a Dios algún sacrificio determinado: unir nuestro sacrificio al sacrificio de Cristo.
3. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Por el pecado original con el que nacemos ya dentro de nuestras entrañas, nacemos como vasijas rotas, inclinadas al pecado, con múltiples ranuras y debilidades. Debemos pedirle a Dios todos los días que nos restaure, es decir, que llene con su gracia las debilidades físicas y morales con las que ya venimos a este mundo. Pedirle a Dios que muestre su poder y que venga a salvarnos. Esta será una buena petición para este tiempo de Adviento, ya en vísperas de la Navidad: que el Señor venga pronto a restaurar nuestras debilidades y pecados. Con esta esperanza nos preparamos, alegres, para el día de la Navidad.
4. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Es bonito contemplar a dos mujeres embarazadas, alegrándose mutuamente, la una por la otra, al darse cuenta de que Dios las ha escogido a ellas para ser madres de dos niños que dedicarán su vida a servir a Dios y al prójimo. Teológicamente, podemos creer que hasta las dos criaturas dieron saltos de alegría en el vientre materno al verse por primera vez tan queridos por Dios y tan cercanos entre los hombres. María se alegra en el servicio que hace a su prima embarazada, e Isabel se alegra al sentir visceralmente que la fe de María se ha hecho carne en su vientre. Las dos fueron dichosas en aquel momento porque creyeron en los anuncios del ángel y de los profetas. La fe en Dios, nuestra fe en la palabra de Dios, debe ser fuente de alegría para todos nosotros. Porque la fe es confianza en que la palabra de Dios se cumplirá, en que nuestro Dios no nos va a dejar nunca abandonados. Una fe triste no es una fe cristiana, porque no sería una fe confiada y comprometida con la palabra de Dios.
Propósito
Haré dos actos de caridad el día de hoy: destacaré las cualidades de alguien y me ofreceré a ayudarle a alguien.
Dialogo con Cristo
Jesús mío, fuente de todo acto de amor, dame la gracia de llevarte siempre en mi corazón como lo hizo María, para que los demás puedan encontrar en mí tu rostro. Señor, yo quiero cumplir la gran misión que Tú me has dejado, la gran misión de extender tu Reino entre los que me rodean. Por eso, te pido que me concedas ver menos mis necesidades y más las de los demás, para poder dar toda mi persona a las almas que Tú pongas en mi camino. Jesús, que cada día crezcas más Tú en mí y que yo disminuya.

Publicar un comentario