2 de agosto

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Lecturas del Domingo 18º del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (55,1-3):

Así dice el Señor: «Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 144

R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente. R/.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,35.37-39):

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Palabra de Dios

Evangelio

Evangelio según san Mateo (14,13-21), del domingo, 2 de agosto de 2020

Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,13-21):

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»
Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»
Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.»
Les dijo: «Traédmelos.»
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra del Señor

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Homilía para el XVIII domingo durante el año A.

La primera lectura de la misa de hoy está sacada de la última parte de la sección de Libro de Isaías llamada “Libro de la Consolación de Israel” (cap. 41-55). En este libro el profeta se dirige al pequeño grupo de sobrevivientes del Pueblo, afligido por pruebas de toda clase, por cierto que nosotros tenemos, en nuestra época, pruebas a nivel personal, familiar, como país y como mundo por la pandemia. Las circunstancias sociales golpean a la persona en todos sus niveles, salud, económico, afectivo, religioso, etc. ¿Cuál es el mensaje del Profeta? Este mensaje está expresado por una breve frase que es repetida como un estribillo: “consuela a mi pueblo”. El autor quiere recordar el amor de Dios por su Pueblo, y este mensaje lo retoma San Pablo, según el Apóstol nada puede separarnos del amor de Cristo.

En cuanto a la multiplicación de los panes, referida por el Evangelio, es el único milagro de Jesús que es consignado por los cuatro evangelistas. Esto muestra bien toda la importancia que tenía para los primeros cristianos. Cada Evangelista quiere mostrar a su modo que Jesús es el nuevo Moisés, capaz de nutrir a su pueblo en su necesidad y de conducirlo a través del desierto. San Mateo, en su versión del relato, que se ha proclamado, describe explícitamente a Jesús que va al desierto (a un lugar solitario), rodeado de una multitud que no tiene que comer.

Quisiera señalar dos aspectos de este relato. No solamente Jesús tiene compasión por la muchedumbre pobre y hambrienta, sino que le da una comida material, real y concreta. Nunca dejó de repetir que su reino no es de este mundo, pero con esto muestra que comienza a vivirse en este mundo.

Él es el Pan de Vida; pero la vida humana natural, vivida aquí abajo, es un elemento de esta vida eterna que Él vino a traer a la humanidad. Los seres humanos tienen necesidad de un alimento espiritual, y sobre todo en esta época que todo es relativo, que se promociona el pecado y el libertinaje; pero, también los seres humanos tienen necesidad, y en primera lugar (con prioridad temporal), de un alimento material. Esta es una parte integrante del mensaje de Cristo.

El segundo aspecto es el compartir. Jesús pregunta a los Apóstoles: ¿qué tienen para comer?, “cinco panes y dos peces”, responden. Qué sucedió: «Él dijo: «Traédmelos acá.» Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos.» Esto nos muestra que no sólo la multiplicación histórica de panes y peces que hizo Jesús es el milagro, sino también, el milagro, es compartir de verdad: los cinco panes, los dos peces, el hacer sentar a la gente, el repartir, etc. El compartir ensancha el corazón. Necesitamos aprender a tener solidaridad real, en el compartir material y espiritualmente hablando.

¡Cuántos problemas que tenemos como país, como familia, como comunidad, se arreglarían si pusiésemos nuestro compartir en relación con el poder multiplicador de Dios, poder cierto, no figurado, pero que como la gracia supone la naturaleza y la perfecciona!

Un gran doctor de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, expresó de manera cruda la relación entre la celebración litúrgica y la atención a los pobres: «Ustedes quieren honrar el cuerpo de Cristo. No lo desprecien cuando está desnudo. No lo honran aquí en la Iglesia con vestidos de seda, mientras lo dejan afuera en el frío y desnudos… Dios no tiene necesidad de cálices de oro (está bien que las cosas del culto sean lo mejor posible, pero): Dios quiere antes almas de oro. Socorran primero a los pobres, y después decoren el altar».

Estas palabras fuertes serían hoy consideradas subversivas si no fueran las de un Padre de la Iglesia, y que el papa Francisco nos la recuerda frecuentemente. Mientras estamos aquí reunidos para recibir el Pan de vida. Pidamos al Señor abrir nuestro corazón del todo a los demás en todas las dimensiones. San Juan Crisóstomo no está en contra de las cosas buenas para el culto, pero si eso es lo principal y descuidamos las obras del amor (la caridad) no entendemos el Evangelio. Debemos cambiar en las obras concretas, con los que tenemos al lado, escuchándolos, acompañándolos y si es el caso, y podemos, socorriéndolos también en lo material.

Que María nuestra Madre nos ayude a poner a los pies de su Hijo toda nuestra vida, así Él multiplica todos nuestros bienes.

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