Pedro, un comentarista, me decía en un tono bondadoso como él mismo:
Padre Fortea no se gaste mucho dinero en estos menesteres pues polvo somos y en polvo nos convertiremos. Que Dios le bendiga.
Querido Pedro, me gusta bromear. Pero te aseguro que, una vez muerto, me da lo mismo si me tiran al río. La única disposición que dejaré escrita en mi testamento será que, a ser posible, no me entierren vivo.
Respecto a la elección de mis atributos en un retablo, puedo asegurarte que si no he logrado el restablecimiento del cabildo en la catedral de mi diócesis, más difícil veo tener algo de éxito en mis esfuerzos de canonización en vida.
Pero, Pedro, si bien yo no deseo para mí nada tras la muerte (en este mundo), sí que me gustaría que se siguieran haciendo bellos sepulcros para obispos, sacerdotes y laicos en las iglesias. Son un recuerdo de la fugacidad de la vida. Los enterrados en los templos duermen hasta que esos huesos despierten.
Por supuesto que ya no se pueden hacer en mármol. Pero tengo varias ideas acerca de cómo se podrían hacer hoy día, mañana lo explicaré.
Post Data:Sí que sería bonito que mi calavera acabara en la mesa de algún obispo.
--¿De quién es esta calavera?
--No sé, estaba aquí cuando llegué al cargo. Creo que es de un jesuita que tenía un blog sobre obispos.
--A ver que lo mire en Google.
--¿Qué dice?
--No sé. Sale la imagen de un cura agarrando por el cuello a un ganso y un pato.
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